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revocó el edicto en 1685 y mandó a todos los protestantes al exilio o al pilori (la picota, en Francia), a pesar de que el documento de su abuelo hubiese declarado que sus efectos serían “perpetuos e irrevocables”. Sin embargo, la unión del reino y del ducado ha durado hasta ahora y así parece que seguirá, si acaso los bretones y los habitantes del bajo Loira no toman el ejemplo de los catalanes y resuelven ventilar un independentismo algo trasnochado.

      La catedral, levantada en el siglo XV, no despliega un gótico tardío sino un estilo muy puro, más vertical y más estricto incluso que el de las grandes catedrales del XIII (Chartres, Reims, Amiens) [02, 007-008]. La tumba de los duques Francisco II y Margarita de Foix, tallada en 1499 por el escultor Michel Colombe a partir de dibujos de Jean Perréal, tiene estatuas de gran factura, sobre todo las figuras que representan a las virtudes cardinales: la Justicia, la Fuerza moral que mata a un dragón, la Templanza que empuña el freno para caballos y el reloj sin minutero, la Prudencia con el espejo, el compás que todo lo mide y la cara de un anciano en la nuca [02, 009-010]. Los animales simbólicos, el león ligado a la fuerza del duque, el perro a la fidelidad de la duquesa, son también dos piezas estupendas. Los retratos de los muertos, bastante embellecidos por el más allá, como esos recuerdos sólo buenos que uno conserva de ciertos muertos [02, 011-012]. Un friso inferior del sarcófago desenvuelve la caravana usual de llorones, en forma de bustos frontales vestidos con túnicas de frailes: se trata de un resumen escueto, un signo apenas que recuerda a los llorones contundentes de los cuerpos de Felipe el Atrevido y Juan sin Miedo y, más lejos aún, a los portadores monumentales de Philippe Pot, gran senescal del ducado de Borgoña [02, 013].

      El Loira es un río arenero. Es increíble la cantidad de sedimentos que arrastra en su desembocadura. Además, hoy, a las seis de la tarde, invirtió su corriente y comenzó a fluir hacia arriba. Me dijeron que el fenómeno es frecuente cuando la marea alta llega con fuerza, cosa que ocurre una vez cada semana por lo menos. Los vientos oceánicos del oeste son intensos.

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      4 de octubre

      Llegó el otoño. Está nublado y llovizna. Hace frío. Igual me voy hasta el castillo, pues quiero repetir algunas fotos que salieron mal y también asistir a la lectura, en el marco del mismo programa Échos que nos congregó el viernes, de un relato fascinante, escrito por la libanesa Hoda Barakat, fellow de este año en el IEA. Ya leí algo más de la mitad del texto. Se trata del monólogo de una muerta, Chajarat al-Durr, sultana legendaria de Egipto en el siglo XIII, cuyos ejércitos derrotaron a la séptima cruzada de Luis IX el Santo en las afueras de Damieta. La sultana, ferozmente ejecutada en El Cairo en 1257, se dirige a Ana de Bretaña, aparentemente gracias al arte de Hoda que transcribe sus reflexiones. El discurso suena fluido, acariciante, como las narraciones de Scheherezade, claro que con un mensaje, amable y algo subliminal, de feminismo. Chajarat exhibe su sabiduría, sus dotes de escritora, su sensibilidad tolerante, su devoción hacia una religio humana más que hacia una religión delimitada, tal cual podría ser el islam. La actriz Marianne Denicourt leyó todo el libro La Nuit de la Sultane, con una dicción perfecta y una entonación atenta a las inflexiones emocionales, máximas y mínimas. Imaginábamos estar en un palacio de las Las mil y una noches. Después, Hoda habló de su relación privilegiada con la lengua árabe y aclaró que ese amor por su heredad cultural no implicaba nostalgia ni dolor de exilio por el hecho de haber abandonado el Líbano en 1989 y venirse a vivir a Francia. Dijo algo entonces que iluminó mi propia situación de exilio interior en la Argentina. Como ella, no puedo sentirme representado por ninguno de los partidos sociopolíticos en pugna en mi país. ¿Por qué estaría obligado a serlo? Tácita y calladamente, me han repudiado porque me insuflaron la vergüenza, falsa e insidiosa, de creerme extraño a mi propio pueblo. Si así lo fuera en verdad (y creo que efectivamente ocurre por tantos motivos, buenos y malos), ¿qué hay con ello? ¿Cuál es la razón por la que me doblegué tantos años, agaché la cabeza y no tuve el coraje de decir: “Señoras, señores, hice lo posible por acercarme a ustedes. No lo he logrado. Adiós”? Y mandarme a mudar. A la de Hoda Barakat, siguió una segunda presentación de un libro de Éric Pessan, una ficción sobre el museo histórico de Nantes en el castillo. El título es El mundo y lo inmundo, con lo cual Pessan me enseñó también algo nuevo: “mundo” quiere decir “puro”, antónimo de lo “inmundo”. ¡Vaya con los aprendizajes de este domingo de lluvia en Nantes, melancólico como el que más! Mañana, se celebra la primera sesión del seminario de los fellows. Nos recibe el profesor Samuel Jubé, director del IEA, hombre joven y afable a quien conocí el jueves de mi llegada. Nos presenta a todo su equipo y nos invita a exponer, en tres minutos cada cual, el proyecto que nos trajo hasta aquí. Estoy atemorizado como el día en el que di mi ingreso al Buenos Aires, un 9 de diciembre de 1957. ¿Qué será de mí el 19 de octubre, cuando tenga que “abrir el fuego” de las presentaciones anuales de los fellows? ¡Silueta terrible de Giuliani, no me abandones!

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      5 de octubre

      Gran día. Primera sesión plenaria del seminario. Habló el director del IEA, Samuel Jubé. Estuvo fantástico. Nos recordó las razones que nos trajeron a este lugar: amor por el conocimiento y la ciencia, libertad de la investigación (sólo restringida por el principio hipocrático latinizado del Primum non nocere [en primer lugar no dañar]) y una visión de la sociedad como un conjunto perfectible y abierto de personas unidas por la consecución del bien común. ¡Bravo! Los fellows presentamos nuestros proyectos. Empecé yo, por orden alfabético. Estuve flojito, quizá debido a ser el primero. Me pareció, no obstante, que todo el mundo merecía estar donde estaba, yo inclusive al menos por el hecho de llevar esta crónica. Por afinidades de disciplina y cronología o simplemente por la brillantez de la síntesis, me impresionaron cinco propuestas: la de Gad Freudenthal (CNRS) sobre la apropiación del pensamiento científico por parte de la tradición judía entre los siglos XII y XV más allá de cualquier fundamentalismo; la del senegalés Mor Ndao (Universidad Cheikh Anta Diop) acerca del proceso de colonización y la investigación médica en Senegal de 1895 a 1958; la del tunecino Hamadi Redissi (Universidad Al-Manar) en torno a la controversia monoteísta entre judíos, musulmanes y cristianos, realizada en lengua árabe en tiempos medievales; la del brasileño Fernando Rosa Ribeiro, exprofesor en Malasia y Macao, actualmente investigador en Ciudad del Cabo, quien se ocupa de las relaciones entre cosmopolitismo y creolización en lugares tan dispares y tan comparables como Malaca, Kerala, la costa swahili y, ahora, el Sahel (el pebete lee y habla, amén del portugués y del inglés, malayo, swahili y árabe); quinto y último proyecto que me entusiasmó, el de Samuel Truett, profesor norteamericano en la Universidad de Nuevo México, cuyo trabajo se ubica en la intersección de la historia global y de la historia de fronteras y migraciones, y ahora apunta a contarnos las experiencias vividas por un tal John Denton Hall, un “rechazado del Imperio”, un inglés que recorrió el planeta en el siglo XIX y terminó como campesino en México. Por mi parte, tuve la gran fortuna de conocer a Pierre Maréchaux, un latinista de nota, profesor en la Universidad de Nantes, quien, al enterarse del tema de mi investigación, me recomendó varios textos importantes donde se vierten ensayos de traducciones “droláticas” (dijo él muy bien) al francés moderno de las comedias de Aristófanes (Victor-Henry Debidour para Folio Classique, 1987) y del Satiricón de Petronio (Laurent Thailade, amigo de Mallarmé, 1910).

      A las cinco y media, me encontré con Karine Durin, una catedrática de literatura española del Siglo de Oro en la Universidad de Nantes. Nuestro contacto ha sido Daniel Waissbein. Fue una cita de primera, en el café La Cigale de la plaza Graslin, frente a la fachada de la ópera. El café es una joyita del art nouveau, y el edificio de la ópera, del neoclásico más temprano de finales del siglo XVIII. Mejor, imposible. Karine me puso al tanto de un libro suyo, que está por salir, sobre el epicureísmo en España en los siglos XVI y XVII. Ignoré hasta el día de hoy que pudiera haber habido epicureísmo en España. Pero así fue, por la vía de los comentarios de la Historia Natural de Plinio, según lo descubierto por la colega Durin en el manuscrito de un astrónomo Muñoz, de finales del siglo XVII, donde ese autor se explaya sobre la filosofía del Jardín a propósito de las nociones de Plinio acerca de la inmortalidad o la mortalidad del alma, expuestas en el Libro II de su enciclopedia colosal de la naturaleza. Quedamos en que yo prepararía una conferencia para sus colegas del departamento sobre la vexata quaestio [espinosa cuestión] de la perspectiva en

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