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de lo ocurrido, donde analizamos la situación y llegamos a la conclusión de reafirmar los compromisos y características de poder ser dignos, de seguir construyendo un espacio juntos; definimos y fortalecimos la dignidad de ser pareja, incluimos más cosas de las que ya teníamos como reglas base y afirmamos una creciente y duradera relación; esto permitió terminar de separar lo vivido con mis amigos y definitivamente consolidar mi espacio como pareja. Con mis amigos, las cosas estaban claras, en el espacio que había sido el punto de encuentro de la amistad, se habían transgredido las reglas de pertenecer y yo no iba a permitir que mi esposa estuviera detrás mío o de ellos; rompí una regla invisible que era pilar de la relación, desde este día fui excluido del grupo sin un comentario adicional, también debo aceptar que no hice mucho para intentar volver a pertenecer, ya algo se había roto allí, pero en mí se había definido mi dignidad como ser por encima del pertenecer a un grupo, todo apunta a que decidí darle muchísimo más valor a mi dignidad que a la de pertenecer a ellos.

      Debo rescatar varias cosas de este espacio, como definitivamente mi dignidad personal y la formada por mi hogar son más fuertes que seguir como borrego, cumpliendo mandatos de vida e historia grupales, pero lo que es claro es que de repetir algún tipo de suceso similar, no lo haría desde la efervescencia de la inconciencia y el extremo de la no razón que deja el licor y sus efectos; hoy, como adulto afrontaría la conversación con más responsabilidad y entereza para hacer cierres más adecuados y menos traumáticos.

      Escribiendo esto, recuerdo la postura física de mi esposa frente a lo que sucedió: se mantenía erguida, con la cabeza en alto, su pecho salido y sus brazos firmes y fuertes, se veía empoderada, segura de sí misma, irradiaba una confianza increíble y a su vez una postura que demostraba dominancia, poder, empoderamiento, una forma de pararse ante el mundo desde su dignidad, la cual nunca dejó que fuera transgredida, ya que expresó sus comentarios, defendió su posición, no la negoció y se retiró, habiendo dejado en claro su punto de vista, y hoy la comparo con la que yo tomé en el momento de sacar a mis amigos de la casa, no muy distinta a la que tenía mi esposa, solo que en mi caso estaba un poco más volcado hacia atrás, a modo de defensa, por si tenía que defender mi postura, inclusive con violencia. Afortunadamente no sucedió, pero rescato de esto que manifiesto la probable y posible forma de pararse digno frente al mundo, una postura que da poder para valorar, validar y dar sentido a sentirse digno.

      Habiendo visto esta experiencia puntual, quiero regresar a las preguntas que quedaron sin respuesta anteriormente, para recorrerlas una a una, ¿En dónde radica la fuerza interior que nos motiva a que pongamos nuestro valor de dignidad por encima de cualquier cosa? ¿Qué define esa dignidad propia? ¿De dónde tomamos la fuerza y la energía para seguir siendo dignos? ¿Qué se siente ser digno?

      Parándome desde la experiencia que mencioné, inclusive siendo participe de las frases enunciadas por las figuras públicas que tomé como ejemplo, al parecer la fuerza motivadora para ser dignos está en la definición de las características inviolables que cada uno de nosotros, como seres humanos, tenemos de nuestra propia dignidad, cada uno de nosotros damos un juicio de lo que definitivamente no permitimos sea transgredido, es allí donde está la fuerza, la energía, el poder como seres humanos, y estas características están formadas y construidas por las experiencias que vamos teniendo en la vida, en mi caso el respeto por el otro y por lo que es mío vino de mi sistema familiar, de mis padres y hermana en donde la frase estrella que se decía era “Cuando se pierde el respeto se pierde todo ”; esto es vital en todo lo mencionado, porque parece que si es el sistema en el que naces el que te pone las bases de la dignidad como persona y en el camino de la vida la vamos puliendo, con lo que para nosotros nos hace ser dignos, lo que nos da ese empoderamiento, el estar presentes en la vida, la energía y vitalidad para vivir en el mundo, de ahí que cuando una persona no puede defender su definición de dignidad, la que construyo como su elemento constitutivo de vida, pueda llegar al sin sentido de vida, a la no dignidad total, quizás a autoexcluirse y no merecer más pertenecer a ningún otro lugar inclusive a no seguir estando en este plano terrenal.

      Después de todo este recorrido, quisiera finalizar indicando que todo apunta a que los límites de la dignidad colectiva se encuentran delimitados por los límites de nuestra propia dignidad, si somos y nos mantenemos dignos de pertenecer, estaremos allí presentes y activos, incluso si se está muy cómodo podremos exceder los valores de dignidad grupal y destacaremos, pero si nuestra dignidad personal es transgredida, si nuestros límites y valores raíz son atacados, invalidados, expuestos a no ser valorados, esa cadena se romperá inmediatamente con consecuencias funestas generando el alejamiento permanente sin volver a aparecer algún tipo de reparación, de pronto en casos de patologías muy específicas pueda que la persona regrese, pero no trataré este tema en el escrito dado que entramos al dominio médico, dominio que debe ser explicado por expertos en el tema.

      Así que quisiera concluir este capítulo con la siguiente frase:

      Nuestra dignidad predecesora, la creada y construida a lo largo de nuestra vida, es el alma de las relaciones que mantendremos como seres humanos, y con nosotros mismos como personas dignas de estar en este mundo. (Rafael Acosta, 2020)

      Después de un riguroso camino de definición y construcción del significado de ser digno en el mundo, aparece una gran conclusión de este trabajo, y es, cómo desde esa fuerza poderosa y empoderadora se puede salir a reconocer quienes somos y cómo lo hacemos, un espacio de adquisición de una gran energía en donde mi parada existencial frente al ser visto comienza a tomar forma, ya el dolor y la historia que se mostró anteriormente son acompañantes, ingredientes necesarios de vida, que si bien fueron en su momento limitantes en mi existencia, hoy son ese toque de poder que me llevan a seguir adelante y mostrándome como realmente quiero que me vean, así que acá inicia el reconocimiento a ese yo poderoso que puede comenzar a mostrarse desde su esencia, desde su magnífica identidad.

      Para este aparte, dediqué un espacio importante de mi tiempo en investigar sobre el tema en el que considero me debo enfocar de ahora en adelante. ¿Y cómo llego a él? Bueno, pues en este proceso de introspección que llevo hasta este momento, comencé a ver varias acciones y emociones que se hacían repetitivas y comunes en mi normal actuar en la vida, después de un acontecer mayor, lo que aparecía comúnmente era volverme víctima o victimario desde el resentimiento, actuar con extrema rabia y violencia o tristeza, buscando justica o demostrando la injusticia, actuando con prepotencia o resignación desde la extrema arrogancia o evadiendo lo que sucedía, aislándome para poder encontrar desde una aparente compensación, un pago por el dolor que sentía. Pero todo esto converge en desear ser visible, en volver a en mostrarme al mundo, en dejarme ver a gritos, en querer estar presente y decir, ¡acá estoy!

      La búsqueda de literatura relacionada no fue sencilla, ¿Cómo encuentro en la literatura el estar presente, el querer ser visto, el buscar un espacio de reconocimiento en el mundo?, y allí, justo allí en el reconocimiento, fue que Carlos, mi Coach PIO, me dijo un susurro llamado Identidad, esa que se vio extraviada, quizás no valorada y definitivamente transgredida; pero allí no terminan las palabras que provocan este escrito, comenzaron a arribar, autenticidad, singularidad, particularidad, todas ellas enfocadas en demostrar que el ser humano que buscaba que almenos una mirada llegar a él, no tenía que esperar a ser validado desde afuera, la única y principal mirada que podía otorgarse, en inicio, para poder ser visible, era la de él mismo reconociéndose, identificando ese valor de vida, persona y ser de sociedad que lo hace único y autentico, mágico, particular, digno, para así poder tomar lo que venía del exterior y tener la opción y capacidad de validarlo o simplemente dejarlo ir, pero primero debía haber un valor de vida para identificar qué se podía tomar y que podía dejar ir.

      Así que, en esta oportunidad, encontré tres definiciones para desarrollar el inicio de mi boceto de la reconstrucción de como sería el espacio que quería ocupar para ser visto, no era el de exponerme para hacerlo, si no el de verme como ser humano para reconocerme.

      Identidad personal: Capacidad que posee una persona para integrar su autopercepción e imagen que tiene del mundo con sus actos. (Rodríguez Sánchez, J.L. (1989).

      ¿Y no es esto más que la gran conclusión a la que se

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