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una mujer con un carácter fuerte, de “armas tomar”, como decimos en mi país, una persona vigorosa, enérgica, trabajadora, independiente y con un alto estándar de criticidad que quizás pueda llegar a la no aceptación total de lo que suceda a su alrededor. Así que, si empiezo a esbozar mi grieta, desde mi formación en mi primer sistema de vida, se puede encontrar que los niveles de exigencia eran altos, los estándares para ser, vivir y hacer parte, tenían un límite muy alto, tan alto que muchas veces no era suficiente y tocaba dar más y más y más, pero ¿Para qué había que hacerlo? ¿No bastaba con hacer las cosas adecuadamente? ¿Qué implicaba tener que hacer las cosas para destacar? Cada vez que tenía que mostrar resultados, comenzaba a aparecer una frustración grande, dado que me indicaban mis padres que se podía hacer mejor, era comparado por cómo lo hacían otros, permitiendo iniciar un pequeño resentimiento frente a quien era “mejor que yo”, o simplemente había algo que faltaba; así comenzaban a gestarse, desde muy pequeño en mí una tristeza que me acompañaba con una figura de víctima, que permitía que en primera instancia fuera visto, pero con tanta presión de por medio hacía que la rabia fuera esa emoción que acompañara la respuesta a dar, aparecía un victimario ofendiendo, mostrándose desde el fuego, haciendo juicios de valor entre justicia o injusticia por lo sucedido e iniciaba el camino a aislarme, a un espacio para maquinar como volver el ruedo, tomar las herramientas necesarias y volver a aparecer para ser visto de alguna manera.

      El sistema familiar primario fue uno solo de los sistemas con los cuales empecé a configurar esa enredada, pero consistente conducta que me motivaba a estar presente y vigente frente al mundo; ya no era una opción aparecer, era una necesidad. En mis sistemas educativos, tanto el colegio como en la universidad, me encontré con espacios de liviandad, de soltar lo que hacía que existiera una víctima o un victimario, que permitían que ese ser volara y apareciera de otra manera, y como un mal presagio del destino, después de haber sufrido mucho los vicios de mi padre, encontré en el alcohol, las mujeres las fiestas, todas las sustancias y espacios prohibidos, una contribución a una nueva parte de identidad que me elevó a ser más visible que nunca; el alcohol en mi primer lugar de vida, en las familias de cada uno de mis padres y en el círculo de amistades, abrió un espacio para notarme, y con esa excelente capacidad de racionalizar las cosas, encontrar detalles que me permitieran analizar las situaciones, el nunca rendirme. porque siempre había más, más la fuerza y persistencia que fueron entregadas en casa, logré ser más notable que nunca, pero y ¿cuál era el precio asociado que estaba dispuesto a pagar de esta forma de ser visto?, ¿era el camino a seguir el que se estaba tomando para hacerme notar?, ¿para qué llegaba a extremos, como los mencionados, para ser visto, siendo que, en mi singularidad y particularidad era un ser maravilloso?

      Responder estas preguntas hoy ya no cobraría sentido, dado que fueron las herramientas usadas allá en ese momento, pero si es relevante levantar las inquietudes, dado que elevan la mirada a entender que la consecuencia de la rabia o tristeza que aparecían en mí, junto a la resignación o prepotencia de estancarme o ir más adelante, eran las características, el borde de la grieta que definitivamente, como lo menciona el modelo conceptual de la figura 3, debía reconocer, aceptar, perdonar y reparar, el gran camino a permitirme ser visto hoy sin vergüenza ni culpa, era aceptar con compasión, humildad y amor propio que el camino recorrido había sido consecuencia de mi formación personal, grupal y familiar que cada uno de los sistemas me había entregado pero que hoy podía resignificar de una manera adecuada. “El hecho es que mientras más nos alejamos de las emociones básicas “puras”, más complejos son nuestros estados internos, a tal punto que frecuentemente no los reconocemos ni en nosotros mismos ni en los demás.” (Susana Bloch, 2013, p18). Como menciona Bloch, el camino a entender mi identidad, mi estar presente, se basó en reconocerme con el ser que soy hoy, con luces y sombras.

      Le Breton, (2019) menciona: “El individuo no se sitúa solamente del lado de la conciencia y de lo que él piensa de sí mismo: ignora el peso de su historia personal que lo inclina a comportamientos orientados hacia su pasado en detrimento de su presente, 181”. No debo agregar mucho a esta gran entrega de información, más que si podemos orientar nuestra mirada a nuestro pasado, a lo que vivimos, lo que nuestros sistemas nos entregaron y cómo configuramos esto para vivir, tenemos la llave maestra para abrir el espacio de reflexión necesario para comprender desde donde nos queremos parar en la vida hoy, como queremos ser vistos y cuantas facetas de nosotros queremos mostrar al mundo, una sola mascara esconde la multiplicidad de opciones que como seres vivos tenemos para mostrar.

      Al haber entendido el camino, el lugar por donde podría ir a definir cómo construir ese Yo con el que quería vivir el resto de mis días, me pregunté por más modelos o información que otros autores hayan trabajado para poder cerrar con total certeza el camino a recorrer. Fue así como me encontré con Moisès Guitart, Josep Nadal e Ignasi Vila y su Modelo Evolutivo y Bifuncional de la “Identidad Mediada” (MEBIM). Modelo creado para entender las funciones de la identidad y los mecanismos psicosociales asociados a su construcción, palabras más palabras menos, identificar la función de la identidad vinculada a la búsqueda de reconocimiento en grupos sociales y en la propia vida.

      Figura 4. Modelo Evolutivo y Bifuncional de la “Identidad Mediada” (MEBIM). (Moisés Esteban Guitart, Josep Maria Nadal, Ignasi Vila, 2009)

      Es así como estos tres autores ponen la cereza del pastel, al mostrar, aparte de lo ya mencionado varias veces, el concepto de identidad social y personal, cómo desde el reconocimiento propio generando acciones transformadoras de mejora personal y la planeación de un nuevo proyecto de vida orientado con vínculos afectivos y posibilidades viables de construir, se puede trazar el sendero adecuado a resignificar Mi camino a ser Yo, es la ruta idónea y marcada para terminar de devenir ese nuevo ser.

      Menciona Carlos Yáñez Canal, “La identidad es la persistencia de una cosa, es el aspecto del organismo que persiste a través de las modificaciones del crecimiento y del envejecimiento, 50” A pesar de tener una historia de vida en donde se puede caer para no levantarse, quedar relegado y resignado en el mundo, tomé la decisión de mirar al frente, seguir adelante, de persistir en el camino de crecer y entender que era más que las historias contadas y los dolores vividos,

      Partiendo del comentario de Le Breton, (2019) “El sentimiento de identidad, es el reservorio del sentido que rige la relación con el mundo del individuo, 175” inicia el camino a esa reconstrucción del ser, y este toma ruta cuando hecho mano de mi sombra, un lugar que yo sentía oscuro, desolado, malévolo, un espacio a no explorar ya que podía permitirme volver a recaer en un yo que alejé por la gran necesidad de no morir en el intento de mostrarme; y se preguntarán, pero: ¿Qué hay en esa sombra que genera tanto temor? ¿Qué hay allí escondido que no puede salir? ¿Qué sucede si se apropia y acondiciona a la nueva y renovada versión del Yo? Para comenzar esta ruta de cierre, quiero mostrarles la máscara de la sombra que tenía y lo que en ella escondía:

      Figura 5. Modelo de mi grieta existencia (Rafael Acosta, 2020)

      A la izquierda estoy yo con una dualidad de ser o no ser, de querer estar y esconderme con un miedo en la luz y con amor en la sombra, con todas mis características como ser humano a flor de piel y con unas ganas de salir a la vida desde la aceptación y el perdón, haciendo uso de la compasión y el amor propio como herramientas para darme el espacio de gozar la vida, con naturalidad, la exigencia adecuada, sin transgredir los límites de la sociedad, de mi biología, de mis emociones, es desde acá, en el momento que reconozco que en mi sombra esta la capacidad tierna y firme de amarme profundamente, a pesar de todo lo que haya pasado y haya existido, tomé la fuerza necesaria para, junto con Dionisio y Apolo (Raíces de sentido, 2008) en un baile sinuoso y excitante, poder declarar que toda la energía y esfuerzo aplicados a mi vida me permitirían ser notable y visto desde lo que verdaderamente soy y no desde lo que vengo arrastrando con mi historia que hoy puedo perdonar, amar, reparar y dar un nuevo significado, lo podría encaminar a aceptarme, valorarme y permitirme ser el ser que siempre he querido ser, autentico, único amoroso, reservado y aceptado, este último principalmente por mí.

      Y esto

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