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de la asignatura, es quien tiene un programa en el que se plantean los problemas, se analizan y se presentan ordenadamente los datos de los que dispone, se contrastan las interpretaciones existentes al respecto y, finalmente, se ofrece una valoración de conjunto del problema, que en ningún caso es una simple opinión.

      Nuestro propósito, que determinará el uso de diversas técnicas de trabajo y la puesta en funcionamiento de nuestras ideas docentes, es el de conseguir el mayor grado de autodisciplina posible entre los estudiantes y, paralelamente, generar un clima de confianza en ellos mismos que elimine o, al menos, rebaje aquello que algunos autores han llamado neurosis escolar (Lazanov, 1979), provocada por la desconfianza en la propia capacidad y por el miedo injustificado a los estudios.

      Puede ser que aquella neurosis se haya contagiado a un segmento no menospreciable de los jóvenes estudiantes, castigados por las dificultades de adaptación de los temarios y de las técnicas docentes a la nueva realidad. Es por eso que consideramos que el esfuerzo de la reestructuración de los contenidos ha de ir acompañado por la asunción de mejores estrategias de trabajo que hagan posible, no sólo el aprendizaje, sino el aprendizaje gratificante y no neurótico.

      En principio, todas las estrategias de aprendizaje tienen su utilidad, por lo que consideramos conveniente combinar, aunque con las reservas que ya señalaremos, los dos grandes grupos de estrategias didácticas: las expositivas y las de descubrimiento o indagación, en sus diversas variantes y concreciones. En la universidad, el proceso de enseñanza y aprendizaje debe contemplar tanto las llamadas lecciones magistrales como el sistema tutorial para el seguimiento de los procesos de descubrimiento, pasando por la utilización de diversas técnicas de grupo y la iniciación en la investigación científica.

      Es necesario, lógicamente, distinguir entre las estrategias didácticas expositivas y las de descubrimiento (Hernández, 1986). Las primeras destacan el proceso de enseñanza y ponen énfasis en el papel del profesor como transmisor de una información estructurada y que ha de reproducirse. Las segundas, por el contrario, destacan el proceso de aprendizaje y enfatizan el rol del estudiante como sujeto activo. Es esencial en ellas la valoración de la formación o de los hábitos de trabajo intelectual, con la intención de que la información sea buscada y organizada por el estudiante y, posteriormente, pueda usarla, bien para aplicarla, bien para elaborar nueva información.

      Con respecto a las estrategias didácticas expositivas, hay que romper la perversa dinámica de la simple transmisión unidireccional del profesor a los estudiantes. Es necesario propiciar la participación de éstos últimos, como ya hemos dicho antes. Pero obviamente, entre la llamada clase activa y la llamada clase magistral hay un amplio margen de maniobra. Entre el taller de historia y la lección convencional hay un espacio que permite organizar la docencia de manera más provechosa para todos.

      Y es desde estas convicciones desde las que hemos elaborado este libro, convencidos de que su existencia abrirá un espacio nuevo a la relación entre los estudiantes y la asignatura, un espacio que favorecerá la ubicación de aquéllos y enmarcará de manera más provechosa las explicaciones del profesor.

      Hemos estructurado el contenido del libro en cinco capítulos que obedecen a una ordenación cronológica, desde «Los procesos de las diversas independencias americanas», el primero, a «De la Alianza para el Progreso a la democratización y la desmilitarización», el último. Pero el contenido de los capítulos responde, más bien, a una orientación problematizadora y, además, los hemos desarrollado intercalando los análisis relativos a Estados Unidos y a América Latina de manera que se facilita la comprensión de la evolución histórica continental. Nuestra intención, claramente definida desde el inicio del trabajo, era huir de aquello que es tan habitual en los libros de historia de América: una colección de breves o no tan breves historias nacionales de sus países.

      En el primer capítulo, «Los procesos de las diversas independencias americanas», además de abordar los procesos de los dos grandes bloques geopolíticos continentales, Estados Unidos e Iberoamérica, remontándonos a las raíces de las diversas emancipaciones, dedicamos nuestra atención a los casos singulares. Por esto analizamos la independencia desde arriba (Brasil), la independencia desde abajo (Haití), y los casos de los territorios caribeños no ibéricos, así como la especificidad canadiense.

      Hemos titulado el segundo capítulo «La consolidación y la reconstrucción: problemas de los diversos estados americanos», y en él nos centramos en los efectos de la liberación nacional de las respectivas metrópolis, como son la fragmentación y el caudillismo en la América hispana; o la expansión hacia el oeste y sus consecuencias –entre ellas, la guerra civil–, en el caso de los Estados Unidos. Después de esto, atendemos a un problema continental del período que, además de enfrentar al norte anglosajón con el sur hispano (Estados Unidos contra México), enfrenta a las diversas repúblicas latinoamericanas durante décadas: las guerras de frontera. También en este capítulo abordamos dos grandes cuestiones de la América de buena parte del siglo xix: la esclavitud y la cuestión indígena.

      El tercer capítulo es el titulado «La época oligárquica en América Latina. Los orígenes de la hegemonía de Estados Unidos». Es aquél en el que, con respecto a la parte meridional del continente, después de tratar desde parámetros teóricos aquello que la historiografía ha bautizado como la época oligárquica, analizamos con profundidad los casos de Chile y Argentina, y hacemos una comparación entre los dos procesos que ejemplifican la teoría explicada anteriormente. Esta primera parte del capítulo se completa con el estudio de uno de los casos más interesantes de superación del Estado oligárquico: la Revolución mexicana, que puso fin al porfiriato. La segunda mitad de este capítulo está dedicada a los Estados Unidos posteriores a la guerra civil, y en él incidimos especialmente en los factores de orden interno y externo que conducirán a este país a convertirse en la máxima potencia del hemisferio. El bloque, el tercero del libro, finaliza con el análisis de los efectos de la Primera Guerra Mundial, tanto sobre Estados Unidos como sobre América Latina.

      De esta manera, y con estos precedentes, nos situamos en el capítulo cuarto, que hemos titulado «América entre la guerra y la revolución: de la Primera Guerra Mundial al período de J. F. Kennedy». En él atendemos a la evolución de los movimientos obreros en América Latina, y después pasamos al análisis de lo que significó la crisis de 1929 en el continente. En el caso de Estados Unidos, trabajamos dos grandes problemas del período, contextualizados en la evolución histórica del país entre la década de los treinta y la de los sesenta: del New Deal de Roosevelt a la Nueva Frontera de Kennedy. En el caso de América Latina, nos centramos en dos de los temas más trascendentales de estas décadas: el populismo (con especial atención al concepto como categoría teórica y al caso por antonomasia: el peronismo) y el desarrollismo.

      Finalmente, abordamos el último capítulo, el quinto, el más extenso de los que conforman el libro. Lo hemos titulado «De la Alianza para el Progreso a la democratización y la desmilitarización». Este capítulo arranca con la Revolución cubana y los efectos que provocó, especialmente en la izquierda latinoamericana, prestando atención a la respuesta norteamericana ante la nueva coyuntura continental abierta tras la victoria de Fidel Castro y la pronta satelización soviética de la isla caribeña. Los nuevos horizontes abiertos desde 1959 se plasmarán en experiencias paradigmáticas, como el proceso abierto con la iniciativa que conocemos como la «vía chilena hacia el socialismo», comandada por Salvador Allende, que, junto con otros procesos continentales en un contexto de Guerra Fría determinado por el conflicto Este-Oeste, generalizará la aplicación de la «Doctrina de Seguridad Nacional» que abocará a América Latina al terrible período de las dictaduras militares. A partir de este punto abordamos el análisis del militarismo latinoamericano desde una perspectiva teórica y, posteriormente, nos adentramos en la revisión de dos modelos de dictadura militar como son la argentina y la brasileña. Dedicamos también unas páginas al análisis de la Revolución sandinista, y la relación directa con la administración norteamericana –comandada por Ronald Reagan– nos abre el camino para hacer un repaso a la evolución política –en clave interna y externa– de los Estados Unidos durante la época que va desde la presidencia de Johnson a la de Clinton. El capítulo se cierra con cinco problemas de alcance

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