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entonces, a un Discépolo en actitud cartesiana, que se propone –lo mismo que el autor de las Meditaciones Metafísicas– familiarizarse consigo mismo. Lo que surge entonces no es el nihilismo. Discépolo dirá, en una de sus páginas más dramáticas:

      No tengo ni rencor,

      ni veneno, ni maldad.

      Son ganas de olvidar,

      ¡terror al porvenir!

      Me he vuelto pa’ mirar

      y el pasao me ha hecho reír…

      ¡Las cosas que he soñao,

      me cache en dié, qué gil!

      Plantate aquí nomás,

      alma otaria que hay en mí. (“Tres esperanzas”)

      El éxtasis temporal se detiene ante esta experiencia en la cual el alma se planta ante el mundo y siente a la temporalidad extática como ajena: el pasado se burla, el porvenir aterra, y el presente se inmoviliza. Por eso las “esperanzas” son tres: como las fases del flujo interior de la conciencia (según hemos visto a partir de la crítica henriana a Husserl). Lamborghini escoge detenerse en esta experiencia de la temporalidad, donde lo único que permanece –más allá de la constitución noemática, irreal, del tiempo fenomenológico– es el presente viviente –esto es, la única temporalidad real–. Por eso, al haber captado esta preeminencia del tiempo real por sobre el imaginario, Lamborghini puede escribir:

      La risa de las cosas

      que soñara el faquir en el pasado

      mira al faquir.

      El faquir se planta

      para mirarla: a un paso.

      –Plantarse aquí– (Lamborghini, 1988d)

      Y luego agrega, también a propósito de las “Tres esperanzas”: “El que espera es sordo. Y / ciego…” (Lamborghini, 1988a). Fuera del tiempo, fuera del mundo y de la luz, llegamos al verso inaugural de Lamborghini en ese texto emblemático que es El solicitante descolocado: “Me detengo un momento” (Lamborghini, 2008: 13). La suya es, entonces, una poética de la detención como hecho lírico primigenio. Para escribir, preciso es detenerse; para sentir, para vivir, también. Ese mundo vertiginoso, “que gira en el girar” (Lamborghini, 1988a), ha de ser neutralizado en pos de la experiencia de la vida, de la poesía, tanto da.

      La vida liberada

      Henos aquí, detenidos, en esta ἐποχή9 silvestre a la que nos ha conducido la lectura lamborghiniana de Discépolo. En ella, nos abstenemos de afirmar la tesis del mundo a fin de que aflore la subjetividad absoluta de ese viviente que, fuera del mundo y su fulgor, se siente a sí mismo en ese abrazo patético y sin distancias que es la vida. Cierto es que Discépolo llega a eso a través de un recorrido. Tal como lo reiteramos, hay en su poética una caracterización de la existencia, del otro y de los modos en que el objeto de nuestros afectos nos es dado. Ese es, precisamente, su punto de partida: la orientación intencional hacia el objeto del deseo; pero este, una vez escogido, se revela como “horror”, “condena” y sinsentido. Así, tras haber comenzado su descripción por el mundo y su horizonte ek-stático, donde nos son dados los objetos (incluso los objetos del deseo), Discépolo llega a apreciar muy de otra manera lo que antes anheló, advirtiendo la “fiera venganza” del tiempo, “que le hace ver desecho / lo que uno amó” (“Esta noche me emborracho”). Esta es la raíz de su vena existencialista, en la cual el mundo cobra un carácter sombrío y absurdo.

      Pero Discépolo no se instala allí como una verdad definitiva. Por eso hemos dicho que su existencialismo no es falso, aunque sí superficial: porque ese estado de ánimo pronto se muestra reversible y, con la misma maestría con la que nos conmovió al pintar lo lúgubre y sombrío del mundo, nos deleita en la risa y la burla, donde lo que se veía como trágico resulta cómico. De modo que su existencialismo no es definitivo, como sí lo es su filosofía de la vida, que es su revelación decisiva.

      A través del incesante cambio de humor y de registro, en que lo amado llega a aterrar y lo temido da risa, Discépolo desanda el camino de su extravío mundano para liberar, a través de su poética, el ritmo incesante de la vida en su afectividad pura. El lenguaje en Discépolo y en Lamborghini, como en Henry, es el decir de la vida que se expresa en “ese pathos cargado de sí mismo que quiere descargarse de su propio peso, y que, al no poder hacerlo, se modifica de una manera fundamental” (Henry, 2004a: 323). Lo mismo que las novelas de Henry, la poesía de Discépolo y de Lamborghini “cuentan la historia de la vida” y su constante esfuerzo “que atraviesa el sufrimiento, el malestar, para ir hacia cierta liberación” (323).

      1. Según lo refiere Gadamer (citado por Rizo-Patrón, 2013: 2).

      2. Esta idea aparece recogida en innumerables trabajos sobre la vida y la obra de Discépolo, donde la asociación con el existencialismo se da por descontada. Podemos mencionar a Pujol (2017: 21) como uno entre tantos trabajos de este tipo.

      3. Una breve nota se impone aquí en descargo de H. Daniel Dei, a quien hemos citado en relación con las interpretaciones existencialistas de la obra de Discépolo. Cierto es que adopta esta perspectiva, pero también es verdad que, a pesar de ella, llega a entrever la verdad vivificante de la filosofía discepoliana cuando, por ejemplo, aunque considera que ella ofrece una “fenomenología de la desorientación del hombre” que versa “sobre el sentido del mundo” (Dei, 2012: 55), sabe reconocer en Discépolo un “hartazgo del mundo” cuyo dolor supera en dirección a una ligazón “afectiva” con “la infinitud” que se prodiga en una poética en la que el paisaje de su calle le “llegaba de adentro” (79). Tan cuestionable es el marco inicial de su análisis como meritorio que, a pesar de este, Dei ha logrado aproximarse al carácter afectivo, acósmico e inmanente de la experiencia de la vida en los tangos de Discépolo.

      4. Al respecto, véase Jean Greisch (2009: 177).

      5. Sobre la afectividad en Henry, puede consultarse a Ángel Alvarado Cabellos (2013: 185-204).

      6. Los tangos de Discépolo a los que haremos mención pueden consultarse en Discépolo (2005) y en el sitio www.todotango.com.

      7. Sobre las pasiones en el tango (incluidos los tangos de Discépolo), véase Ana Jaramillo (2010).

      8. Sobre la centralidad de Descartes en la filosofía de Henry, véase Mario Lipsitz (2006).

      9. Esta expresión griega, de gran significación para la fenomenología, quiere decir, entre otras cosas, “suspensión”. Alude a un cambio de actitud consistente en la desconexión de la actitud natural ante el mundo y la suspensión del juicio. Es también un “detenimiento”, podríamos decir, en sentido lamborghiniano, que nos permite por fin comenzar.

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