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portadores sospechosos de coronavirus, sino también rastrear sus movimientos e identificar a cualquiera con quien hayan entrado en contacto. (Traducción propia)

      Replantear un mayor poder del Estado en áreas de alcance social y colectivo, como la salud y la ocupación, sería una de las reformas que faciliten la participación de actores de la sociedad civil. El tema de gobernanza tuvo un desarrollo positivo en regiones de Europa, con los principios de cohesión social y de participación de las regiones en las decisiones y beneficios del proceso de integración. Sería conveniente retomar esos principios en la pospandemia, tanto en el relanzamiento de la integración latinoamericana, como en el replanteamiento de una gobernanza pública que revalorice el papel del Estado, pues “el poder es cada vez más concebido como un proceso interactivo y no más unilateral, unidimensional” (Cabanes, 2004, p. 38).

      Los escasos liderazgos vistos durante la pandemia y las derivas autoritarias invitan a considerar, además de una gobernanza regional, la reestructuración y puesta al día de organizaciones internacionales como las Naciones Unidas (onu), el Fondo Monetario Internacional (fmi) o la Organización Mundial del Comercio (omc), y organizaciones menos formales, como el Grupo de los Veinte (G-20), incapaz de estructurar un plan global sanitario contra el coronavirus. También es conveniente la readaptación y —si fuere necesaria— la refundación de organismos multilaterales responsables de la integración en la Unión Europea y los procesos de integración en América Latina, de modo que sea posible la adopción de medidas de carácter global, que generen escenarios de solidaridad, pensados y construidos consensuadamente en un nuevo orden geopolítico internacional.

      Impacto en el modelo económico y en la globalización

      Con la pandemia, el capitalismo enfrentó tres grandes crisis: sanitaria, económica y climática, que obligan a plantear soluciones integrales en el modelo, con medidas que van más allá de la dotación de liquidez al sistema financiero, tal como ocurrió en la crisis del 2008: “Los programas de rescate permitieron a las corporaciones aumentar todavía más sus ganancias, pero no se sentaron las bases para una recuperación sólida e inclusiva”. Ahora que el Estado vuelve a desempeñar un papel protagónico, “necesitamos con urgencia de Estados emprendedores que inviertan más en áreas como la inteligencia artificial, la salud pública, las energías renovables, etcétera” (Mazzucato, 2020), y que exista una revalorización del Estado de bienestar.

      Lamentablemente, el desarrollo de una globalización financiera cortoplacista y especulativa, en lugar de una globalización productiva, generó mayor concentración de la riqueza y el aumento de la inequidad en la distribución de los beneficios del proceso de globalización (Friedman, 2012; Vieira, 2016).

      Como observa Stiglitz (2019):

      Los recursos —incluida una parte de la gente joven y más talentosa— se destinaron a las finanzas en lugar de a fortalecer la economía real. Un sector que debería haber operado como un medio para un fin, la producción más eficaz de bienes y servicios, se ha convertido en un fin en sí mismo. (p. 128)

      En la pospandemia, el mundo tendrá dos alternativas para su recuperación económica: profundizar el capitalismo salvaje o ajustar el modelo hacia una economía más solidaria. La alternativa resultante será crucial. Como anota Morin, “la pospandemia será una aventura incierta donde se desarrollarán las fuerzas de lo peor y las de lo mejor, estas últimas siendo todavía débiles y dispersas” (citado por Truong, 2020).

      De reforzarse el capitalismo salvaje, el mundo vería una “balcanización” neoproteccionista, característica del modelo liderado por Estados Unidos en el Gobierno del presidente Trump, que podría ser aplicado por otros países actuando de manera egoísta en función solo de sus propios intereses.

      La otra alternativa es orientarse hacia formas de economía más colaborativas, más solidarias, de tejido de intereses empresariales en red, de mayor interacción social y productiva, de mayor estabilidad laboral, de metas a largo plazo. Estas son más próximas a las formas de capitalismo renano o japonés, también asimilables al capitalismo de los países nórdicos o escandinavos, y al de algunos países de Asia-Pacífico.

      De esta economía de intereses empresariales en red y de mayor interacción social y productiva, destaca el antecedente de economía social de mercado desarrollada por Alemania en la posguerra. Se trata de un orden económico “vinculado a valores, normas y objetivos éticos fundamentales […] que incluye el predicado social como deber ético”. Para fines del siglo xx, se convierte en una “economía ecológico-social de mercado con fundamento ético” y, en el siglo xxi, en una “economía global de mercado que exige una ética global” (Küng, 1999, pp. 207-218), bajo “el postulado de un ordenamiento global de la competencia, de la sociedad y del medio ambiente, que garantice que también los mercados globales se integran en el marco ético-político de una biopolítica global” (Ulrich, citado por Küng, 1999, p. 225). Hace veinte años, el teólogo suizo Hans Küng premonitoriamente se preguntaba si no sería necesaria una nueva crisis económica mundial para ocuparse seriamente de un ordenamiento global de la economía, con las siguientes medidas:

      1) La creación de un ordenamiento internacional de la competencia.

      2) Una mayor vinculación de los flujos financieros internacionales a objetivos económicos reales de crecimiento y ocupación.

      3) Garantía social contra las crecientes deficiencias estructurales agudizadas por la economía globalizada.

      4) Equilibrio del drástico desnivel económico y social entre las regiones del mundo.

      5) La internacionalización de los crecientes costes sociales y ecológicos que surgen de la globalización económica.

      6) Un ordenamiento internacional que frene el excesivo consumo de recursos no regenerables. (Küng, 1999, pp. 226-227)

      Es un plan de acción que sigue siendo válido para el planeta, pues la enorme recesión económica mundial generada por la pandemia de la covid-19 hace aplicables esas medidas, “en tanto no aparezca la nueva vía política-

      ecológica-económica-social guiada por una humanidad regenerada” (Morin, citado por Truong, 2020). Los responsables de llevarlas a cabo son los Estados nacionales; las múltiples organizaciones y estructuras mundiales aportadas por el proceso globalizador; las empresas transnacionales; los medios de comunicación, y las organizaciones no gubernamentales (ong), embrión de una sociedad civil internacional (Küng, 1999, p. 237).

      El individualismo, característico del modelo neoliberal de obtención de ganancias, sería reemplazado por una concepción más integral del papel del ser humano en la economía. Küng (1999) se pregunta:

      ¿No se necesita también en la ciencia económica una nueva conciencia de que la economía no sólo tiene que ver con dinero y mercancías, sino también con el hombre real que, en su pensamiento y actuación, en modo alguno puede reducirse al Homo economicus de intereses individuales? (p. 207)

      Stiglitz (2019), por su parte, anota: “Un sistema sin valores en una globalización sin restricciones no puede funcionar” (p. 123). Y Borrell (2020) se refiere al Estado en la pospandemia como actor fundamental en un nuevo orden económico mundial:

      La globalización

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