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del diario español El País, “constituye sin lugar a dudas uno de los grandes momentos de la Europa comunitaria. Equiparable, porque viene a refundarla, con otras encrucijadas clave como su propia creación en 1957 y con el lanzamiento de la moneda única en 1998/2000” (El País, 2020).

      A esta ayuda global se añaden mecanismos establecidos luego de la crisis financiera mundial de 2008, como el Mecanismo Europeo de Estabilidad (mede), que dispone de sumas importantes para la concesión de créditos, que pueden complementarse con recursos del Banco Europeo de Inversiones (bei). Con esto se demuestra la importancia de contar con instituciones sólidas en los procesos de integración.

      Respecto al papel de la integración en la pospandemia, la Cepal (2020a) considera que:

      La integración regional está llamada a desempeñar un papel clave en las estrategias de desarrollo de los países de América Latina y el Caribe. Un mercado integrado de 650 millones de habitantes constituiría un importante seguro frente a perturbaciones de oferta o de demanda generadas fuera de la región. (p. 20)

      La continuidad y supervivencia de los procesos de integración sería seriamente cuestionada de no lograrse una consolidación de lo multinacional frente a lo nacional; de no captarse el interés y apoyo de las poblaciones hacia la integración, demostrando que las soluciones colaborativas de supranacionalidades compartidas son más beneficiosas; y de no existir un adecuado respaldo y voluntad política por parte de los Gobiernos. Encontrar respuestas urgentes y convincentes es una tarea que deberán adelantar los procesos de integración, tanto en el mundo desarrollado, como en el mundo en vías de desarrollo. Sería recomendable disponer de estructuras mínimas de personal técnico dedicado a pensar en función de las soluciones globales, de juntar y unificar propuestas nacionales y darles una presentación y un sentido comunitario (Vieira, 2019).

      Lamentablemente, son pocos los procesos de integración como el de la Unión Europea (ue), en los que existen estas condiciones. Por su disciplina y sentido colectivo, procesos de integración asiáticos como la Asociación Económica de Estados Asiáticos (asean) podrían alcanzarlas. En América Latina, donde ha prevalecido el desmantelamiento de la supranacionalidad —como ha ocurrido con la Comunidad Andina (can)— y la conducción intergubernamental de la integración —como en el Mercosur y la sica—, ojalá se esté a tiempo de profundizar y relanzar procesos de integración con respuestas efectivas, consensuadas y solidarias.

      Entre los muchos temas por abordar, están algunos que se han trabajado poco, como el científico y tecnológico, considerando que los avances de las nuevas tecnologías disruptivas son inatajables y tienen fuertes impactos en el futuro de los empleos. Otros temas que deben tratarse de manera prioritaria son las políticas de salud pública y de generación de empleo, como herramientas indispensables para enfrentar el aumento de pobreza ocasionado por la pandemia; el tema de democracia y autoritarismo; o el de las políticas ambientales y las políticas sociales y económicas a armonizar, para salir del estancamiento de la integración latinoamericana en fases de libre comercio y avanzar con mayor profundidad en una integración para un desarrollo compatible con lo medioambiental.

      Es pues muy conveniente el relanzamiento de una integración latino-americana con una agenda gradual, pero precisa de diferentes etapas a corto, mediano y largo plazo, para avanzar en una integración multidimensional mediante un plan de acción de la integración latinoamericana en la pospandemia que retome elementos que habían sido dejados de lado en una integración regional aperturista, y se acuerde una mayor participación consensuada de los Estados en una integración latinoamericana basada en políticas del Estado de bienestar. Esto permitiría superar las divisiones ideológicas que se han presentado este siglo entre partidarios de un regionalismo abierto, de articulación al mundo, con base en aspectos económicos y comerciales de la globalización, y los partidarios de un regionalismo posliberal o poshegemónico, que centran la integración en aspectos políticos y sociales, descalificando los demás. De este modo, podría recuperarse la característica central de una efectiva integración: la multidimensionalidad (Vieira, 2020).

      Además del fortalecimiento del Estado de bienestar, es recomendable lograr el de la institucionalidad de los procesos latinoamericanos de integración (Vieira, 2019). Sería conveniente hacer una revisión del desempeño y de las posibilidades de atender la pospandemia en materia de integración, de los múltiples organismos encargados de los procesos. Así sería posible proceder con las reformas necesarias, bien sea para su mejoramiento y mayor eficiencia, para su fusión o para contemplar su eventual desaparición, concentrando los costos operativos en aquellos organismos que realmente puedan responder al difícil entorno de la pospandemia. Es incomprensible e inaceptable la falta de respuesta comunitaria a la covid-19 de los procesos de integración, considerando que en Suramérica se había dado un Consejo Suramericano de Salud en la Unasur, y que, en la Comunidad Andina, con medio siglo de existencia y décadas de contar con el Convenio Hipólito Unanue para la salud, se deberían haber definido acciones consensuadas entre los ministros del ramo. El Mercosur, por su parte, está paralizado por las desavenencias ideológicas de sus dirigentes, y solo el sica ha respondido como proceso de integración en Centroamérica.

      Una acción realizable a corto plazo es definirle compromisos específicos y puntuales a la Asociación Latinoamericana de Integración (aladi). Su permanencia depende de que los Gobiernos decidan llevar a cabo los compromisos que esta ha venido arrastrando sobre convergencia, mandato establecido en el artículo 3.º del tratado constitutivo de 1980 (aladi, 2011; Garnelo, 2011; Vieira, 2020). Se podría contar con un organismo de alcance continental que, en la coyuntura de recesión ocasionada por la covid-19, concentre un accionar unificado, y agrupe a los países centroamericanos y a República Dominicana, pues Cuba y Panamá ya pertenecen a la aladi.

      Su actividad se centraría en la convergencia pronta de los diferentes compromisos de los procesos subregionales de integración, y podría intentarse incorporar también con la armonización de políticas sociales y productivas correspondientes a una integración multidimensional, indispensables para la recuperación de los perjuicios de la pandemia. La obtención de estos resultados exige decisión y voluntad política por parte de los Gobiernos latinoamericanos acorde con el problemático contexto existente.

      Si se lograra concentrar el manejo de la integración en una aladi ampliada al continente, con mandatos claros a ejecutar, o acordar el establecimiento de la Comunidad Latinoamericana de Naciones (clan) en corto y mediano plazo, sería posible pensar en la desaparición de organismos regionales de integración que no muestren una reacción adecuada para relanzar los compromisos de integración y enfrentar las crisis de la covid-19. Esta acción serviría incluso para disminuir costos y desgastes en acciones dispersas, en momentos de estrecheces económicas de los Gobiernos con motivo de la pandemia.

      De no haber acuerdo político para estas medidas de mayor compromiso, se podría buscar al menos concentrar la integración suramericana en un solo proceso que fusione al Mercosur con la Comunidad Andina y/o la Alianza del Pacífico. Centroamérica continuaría con el Sistema de la Integración Centroamericana, que incluye a República Dominicana, y se podría invitar a Cuba a incorporarse, pues los miembros del Caricom poseen un contexto geopolítico muy distinto, en cuanto son excolonias británicas, francesas u holandesas.

      Finalmente, ante la existencia de intereses distintos y contradictorios imperantes en América Latina, otra

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