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mi sonrisa parece no surtir tanto efecto, de hecho, siento como si acabara de arrebatármela para tirarla en el bote de la basura.

      —Oh, el señor perfecto de las finanzas, ¿qué hace usted aquí esperando el ascensor junto a los simples mortales?, ¿acaso su séquito no pudo llevarlo hasta su camerino, mientras lo cargan y abanican?

      Vale, Jack siempre toma las escaleras, pues ha mencionado que subir escalones es más saludable que tomar el ascensor, pero a mí me encanta pincharlo para ver de qué manera reacciona. Cada que logro cruzar palabra con él le lanzo una pulla para ver cómo sus ojos se oscurecen, en determinadas ocasiones incluso noto cómo cierra y abre los puños, seguramente evitando lanzarse sobre mi cuello y ahorcarme. ¡Que le den! Es tan estirado, a su lado me siento tan insignificante que me odio por ser tan tonta. No me malinterpreten, me encanto tal como soy, mi cabello castaño no esta tan a la moda como las chicas de revista, pero las maquilladoras hacen un buen trabajo conmigo cuando salgo al aire, hoy me he puesto un vestido de color berenjena y sé que estoy divina. Pero, aun así, ese hombre logra que sienta una punzada de pánico por si tengo el cabello fuera de lugar o a lo mejor una arruga en la falda del vestido.

      Él, por supuesto, hoy se ha puesto una camisa gris y el traje hecho a la medida negro que tanto me gusta. En un año que lleva trabajando en el mismo edificio, he aprendido a reconocer el humor que traerá con solo mirar su ropa, y hoy, al parecer, es día de final feliz, esa camisa solo significa que una chica piernas largas pasará por él al final de la tarde y lo más probable es que se marcharán juntos, muy juntos, pero ahora no es momento de ponerme a pensar en lo que hace ese innombrable. Tengo cosas más importantes que meditar, como descubrir la fórmula para acabar con la hambruna del mundo, vale, claro que jamás la encontraría. «Pero es mejor tener esos pensamientos, que estar pendiente de las novias de mi némesis».

      El ascensor por fin se abre frente a nosotros, y aunque no me gusta mucho la idea, doy un paso al frente y entro en él, Jack me mira enarcando una ceja, pero se supone que las damas deben de ir primero, ¿no? Vale, es que creo que me excedí mucho un día que coincidimos en la puerta de entrada, él, muy galante me cedía el paso y yo, claro que no iba a permitir que él quedara como el caballero de armadura brillante, ya de por sí las mujeres suspiran a su paso como para dejarle mostrar sus modales conmigo. Entonces le solté todo un repertorio sobre la liberación de la mujer, le recordé que ya no estábamos en la edad de las cavernas, que las mujeres habían logrado grandes cambios como para que un hombre viniera a dejarme pasar primero, y que me estaba ofendiendo porque el abrirme la puerta es un claro signo de opresión al feminismo. Me exalto, es que cuando me pongo nerviosa empiezo a soltar cuanta palabra absurda me sale, es como si mi filtro no sirviera y las palabras brotaran sin ser analizadas.

      Ahora, cada vez que un hombre de la productora me ve, se aleja unos pasos, no aguantan nada, tampoco es como si les fuera gruñendo a todos. Jack ha pulsado el botón para que el cacharro infernal comience a subir, la pared metálica está tan reluciente que puedo ver su reflejo a la perfección, debo de concederle que el hombre es muy guapo, creo que la mayoría de las mujeres deben de desmayarse a su paso, pero, por suerte, yo soy inmune a ese tipo de belleza. Cada vez que veo su rostro es como si llevara escrito la palabra denegado en la frente, y me dan unas ganas de estrangularlo, es verdad lo que dice Gina, debo superar a este hombre, pero no puedo, es superior a mis fuerzas. Parece que disfruta llevándome la contraria, o lanzándome indirectas, como aquella vez que dijo que los vegetarianos solíamos ser unos amargados, ¡ja!, es estúpido, porque yo soy vegana, no vegetariana; ahora, en cada ocasión que nos topamos en la cafetería suele pedir que le den la carne casi cruda, porque sabe que odio ese gesto, pues, ¿saben qué?, ¡ojalá le dé salmonelosis!

      —Lexie… Lexie, la pequeña Lexy, me encanta ver tus ojos cuando muestran esa mirada asesina. ¿Qué sucedió? Tu abrigo de diseñador se ha estropeado —dice con tono burlón, me dan ganas de borrarle esa sonrisa de autosuficiencia de un puñetazo.

      Siempre he odiado que me lance pullas sobre mi vestuario, sabe que ninguna mujer es capaz de aguantar que hablen mal de su ropa, aparte, que al decir la palabra diseñador lo ha dicho con ese tonito que dice: «sé que eres una compradora y derrochadora compulsiva». Nada más lejos de la realidad, pero ya lo dije, no puedo revelar mi secreto sin tener que matar a los involucrados.

      —Jack… Jack…, gracias por preguntar, mi abrigo está bastante bien —le digo de la misma manera que él lo ha hecho.

      —Entonces, no comprendo tu cara de asesina en serie. Creo que necesitas más azúcar en tu vida. Solo la gente psicópata toma el café sin endulzarlo, o probar un buen chuletón, a lo mejor de esa manera tu cuerpo produce la hormona de la felicidad.

      —Deberías tener cuidado, algún día puedes terminar flotando en un río, Jack. Cuida tu espalda.

      Ja, chúpate esa, Jack, ha quedado de lo más intimidado, estoy segura de que ahora comenzara a respetarme; vale que soy bajita y no soy capaz de matar ni a un zancudo, bueno, Gina dice que sí los mato, pero a carcajadas, pero esa es otra historia. Se ha quedado tan asombrado que incluso no exclama palabra, deberían de contratarme como actriz en esas películas de matones, sí ya me lo estoy imaginando, la superestrella del momento, mientras veo los promocionales de mis películas de acción, donde salgo vestida cubierta con un mono de látex rojo y dos pistoleras en cada pierna. Jack se lleva una mano a sus labios y veo que sus hombros tiemblan como si tuvieran miedo, esperen, no, definidamente no está temblando de miedo, el muy capullo está riéndose. Cuando ve que me percato de que está conteniendo la risa, ya no disimula y suelta una carcajada.

      —Perdona, pero la verdad es que es muy difícil no imaginarte como Maggie Hayward, la asesina —dice al ver mi cara de ofensa.

      Vale, ahora se está burlando de mí, bastardo. Espero que le caiga una maldición tibetana y un día amanezca sin dientes.

      —Ja —es lo único que voy a replicar, por suerte el ascensor se detiene, voy a dar un paso para salir de ahí, pero Jack casi me empuja contra la pared del cacharro infernal y sale antes de que pueda impedírselo.

      —Pequeña Lexy, liberación femenina —dice alzando un brazo en señal de protesta y se larga de ahí dando grandes zancadas, no cabe la menor duda de que la caballerosidad ya no existe en nuestros días.

      Lo bueno es que soy una chica que no se deja desalentar por nada, así que aliso mi vestido, me paso la mano por el cabello y salgo antes de que el mentado chisme ese cierre sus puertas de nuevo y me lleve hasta el último piso, no es que me haya pasado, vale, solo una vez, pero mi labial estaba corrido y mientras me retocaba los labios, el ascensor comenzó a avanzar. Técnicamente no fue mi culpa, debería de traer un sensor que distinga en qué planta se queda la gente. Avanzo hasta recorrer los metros que me separan del pequeño camerino, he leído el guion del programa del día y parece ser muy divertido, o eso espero.

      «Puedo hacerlo, claro que puedo hacerlo» pienso, mientras estiro el tapete de yoga. Gary y yo estamos preparados con nuestra indumentaria que consiste en unas licras superajustadas de meditación y un chándal a juego, el instructor de yoga se posiciona frente a la cámara, estoy detrás de ellos y sonrío con toda la confianza reflejada en mis labios. «Esto es pan comido para mí, ya antes lo he hecho», digo de manera magistral al saludo que comenta el instructor, e imito la posición de sus piernas. ¿Lo ven?, soy una chica de yoga innata.

      —Namasté —dice él haciendo un saludo uniendo sus manos al frente de su rostro, y hacemos la siguiente posición, ahora estamos sentados sobre el tapete de yoga, nos ha dicho que crucemos las piernas en flor de loto, esa posición parece tan fácil, ¡pero demonios!, mis piernas son tan cortas—. Vamos a cerrar los ojos, mientras respiramos de manera profunda… —Dios, ni siquiera soy capaz de doblar mis piernas, vale, cierro los ojos mientras de manera disimulada sostengo mi pierna para que no se den cuenta de que no puedo flexionarla—. Inhalen y exhalen. —Lo escucho decir muy confiado.

      ¿Este hombre nunca se calla? «Vale, Lexy, debes concentrarte, no dejes que el pánico se apodere de ti», me grita mi subconsciente, mientras me mira como si fuera un desastre. La espalda me está matando y noto cómo todos mis músculos se estiran como ligas viejas a punto de reventarse. El instructor ha dejado de

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