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      Cariño, esto no es amor

      Vanessa Lorrenz

      Primera edición en ebook: Abril, 2021

      Título Original: Cariño, esto no es amor

      © Vanessa Lorrenz

      © Editorial Romantic Ediciones

       www.romantic-ediciones.com

      Diseño de portada: Olalla Pons - Oindiedesign

      ISBN: 9788418616297

      Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

      «No sé si lo ha notado, pero de manera discreta (quizá no tanto) vengo casi rogando encuentros con usted».

      Mario Benedetti

      Querido Corazón al habla:

      Te escribo estas líneas porque estoy realmente desesperada, todo comenzó cuando conocí al hombre de mi vida; al instante, nos caímos fatal, tuvimos varias peleas en el trabajo, él era mi jefe y me miraba como si yo fuera un insecto, así que un buen día le tiré el café encima, para después salir de su oficina gritándole que no me volviera a levantar la voz. Así comenzó nuestra historia, pero ahora me ha pedido matrimonio y no sé si estoy preparada para dar ese paso, nunca me ha dicho que me ama, de hecho, casi ha ordenado que nos casemos y la verdad es que tengo unas ganas enormes de salir corriendo. Espero me puedas ayudar con algún consejo.

      Fugitiva de amor.

      CAPÍTULO 1

      Ok, no pasa nada, solo debo de concentrarme en respirar, eso es todo, dejar que entre aire en mis pulmones y dejarlo salir de manera discreta. Esto es muy fácil, vamos, que es una situación supernormal, verdad, porque a cuántas nos ha pasado que un chico con el que has tenido tu segunda cita, les prepare una sorpresa. Aunque vaya situación es en la que estoy metida, resulta que mi amiga Gina —a la que por cierto debo de matar en cuanto llegue a nuestro apartamento— me ha concertado una cita con uno de sus compañeros de trabajo, y estaba tan emocionada diciendo que somos la pareja ideal —al parecer, nuestros signos zodiacales se alinean perfectamente—, por lo cual, no pude decirle que no. Pero lo que nunca me imaginé fue que me sucediera esto.

      Sí, ya lo sé, cualquier chica estaría encantada de que un hombre guapo las invite a cenar a un lujoso restaurante, imaginen la idea, llegan vestidas con un primoroso vestido de lentejuela color dorado, o pensándolo bien, las lentejuelas son demasiado para la segunda cita, sería mejor un vestido color azul del diseñador valenciano, llevas los pendientes de Tiffany´s, herencia de la abuela, con el cabello recogido en un precioso moño francés, eres la viva imagen perfecta del estilo y la elegancia; de pronto, las luces del restaurante se apagan y un conjunto de violinistas empiezan a tocar And i love her —adoro esta canción—, los comensales de las demás mesas contienen la respiración y es justo ahí, cuando una tenue luz aparece iluminando tu mesa, cuando descubres que el hombre que te ha invitado a cenar está con una rodilla en el suelo y sostiene una caja de terciopelo azul de una famosa joyería. Por dentro, ruegas que solo sean unos pendientes, pero sabes que te estás engañando porque los hombres no ponen una rodilla en el suelo para regalarte unos aretes, así que tu corazón da un salto y de pronto lo único que quieres es salir corriendo.

      Bueno, por lo menos es lo que estoy a punto de hacer, pero es que, en qué cabeza cabe que en la segunda cita se debe pedir matrimonio, si lo único que sé de este hombre es que es signo zodiacal Sagitario y yo soy Acuario, vamos, no sé dónde consulta los horóscopos Gina, pero Edward y yo no somos nada compatibles, ni siquiera sé si tiene una manía, puede ser que le guste limpiarse la nariz con el puño de la camisa, o a lo mejor es un obseso controlador de la limpieza, ¡no lo sé! Pero de algo estoy muy segura: este hombre está completamente loco. No importa que sea guapo a morir, ni mucho menos que tenga una sonrisa radiante. Tengo la loca teoría de que a Gina este hombre le gusta, así que no la entiendo. Me da la sensación de que me ha enviado como conejillo de indias, para una clase de rito satánico que solo ella comprende.

      —Lexie, creo que ha llegado el momento de que siente cabeza. —¿Qué estaba diciendo este hombre, por Dios?, si quiere sentar cabeza, pues bien podría pararse de manos, tengo que salir cuanto antes de esta absurda situación, recorro con la mirada todo el restaurante y veo con horror que todos están pendiente de nosotros, mi cara debe de ser un poema, una chica incluso está grabando cada uno de nuestros movimientos. Dios, mañana seré el hazmerreír de toda la ciudad. Ni siquiera soy capaz de reaccionar cuando Edward pregunta si quiero ser su esposa. Tengo dos opciones: la primera es salir corriendo del lugar y aparecer mañana en todas las noticas como la mujer que se atrevió a dejar a su novio —aunque no es mi novio, pero los periódicos sensacionalistas no lo saben y ellos siempre le inventan— plantado en el restaurante con el anillo en la mano y, la segunda, es fingir un desmayo, eso es más creíble, de la emoción cualquiera se desmaya, aunque bueno, en mi caso sería de horror, pero dónde quedaría mi imagen. Por Dios, juro que mataré a Gina, le retorceré su muy estilizado cuello hasta dejarla morada, por más que me ruegue, no la perdonaré.

      Bien, soy Lexie Reynolds, una mujer madura, tengo treinta años, hace tiempo que dejé de ser una adolescente asustadiza que llevaba frenillos, soy la mejor presentadora de la televisión y una columnista fenomenal en una revista del corazón, las mujeres me tienen envidia —tal vez con esto me pasé un poquito— y estoy a punto de cometer una soberana locura. Tomo con nerviosismo la copa de champán que tengo en la mesa y me la termino de un solo trago. Ahora solo queda tomar una solución.

      ¡Puedo hacerlo, claro que puedo hacerlo!

      Sin pensarlo dos veces, tomo mi pequeño bolso y me levanto dedicándole una tímida sonrisa a Edward, para después salir corriendo como si fuera una loca chiflada que se acaba de escapar del manicomio. Dios, en mi mente el único pensamiento que pasa es que ojalá las personas estén muy ocupadas como para no ver el video que seguramente esa chica subirá a la red titulado con el nombre de las peores pedidas de mano del mundo. Suspiro al salir del restaurante, el aire se siente fresco y recuerdo que he dejado la ligera chalina en el guardarropa del restaurante, pero ni loca pienso regresar por ella, y eso que es de mis favoritas. Bien, debo pensar con claridad, lo primero que debo hacer es matar a Gina, y después buscar las mil y un maneras de cómo esconder su cuerpo. En serio, no había necesidad de hacerme pasar por este trago tan amargo.

      Levanto la mano para llamar un taxi y por suerte se detiene uno, estoy segura de que el destino no puede ser tan malo conmigo, ¿verdad?, pero es que esto solo me pasa a mí, posiblemente me ha mirado un tuerto y no me he dado cuenta, tal vez me ha caído una maldición tibetana que hace que todos los hombres que se acercan a mí tengan algún tipo de locura. Vamos a ver, no es que yo tenga un repelente especial para los hombres, lo que pasa es que no ha llegado el indicado. Cuando cumplí diecinueve años me enamoré perdidamente del mariscal de campo de la universidad, grave error, ya sabemos qué es lo que buscan esos hombres a esa edad. Al no darle lo que él tan galantemente llamaba la prueba del amor, me dejo botada en un auto cinema. Por suerte, Gina siempre ha estado para mí, así que la llamé y fue a recogerme en su auto.

      Mi segundo desastre amoroso fue con un chico muy mono que tenía una sonrisa arrebatadora. Trabajaba en una cafetería que estaba de paso a la universidad y, sobra decir que me hice adicta a los capuchinos solo por el mero gusto de verlo a diario, pero, al parecer él buscaba una pareja que lo sacara de trabajar, y como apenas estaba comenzando en mi carrera universitaria me dijo de manera muy elegante que no estaba listo para una relación, debí de suponerlo en la primera cita cuando me tocó pagar toda la cuenta, pero en ese instante solo veía corazones a mi alrededor. Y así la lista es interminable; vale, no tan interminable, unos cuantos, pero ninguno memorable.

      Gina me ha dado

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