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y Planeación (IMIP), Ciudad Juárez

      Museo de Arte de Ciudad Juárez

      El Paso Museum of Art

      Programa Delfín, México

      Universidad Externado de Colombia, Doctorado en Estudios Sociales

      Agradecimientos espaciales por su orientación intelectual a:

      Armando Silva Téllez

      Thierry Lulle

      Carlos Enrique Mesa González (QEPD)

      Carlos González Herrera

      Servando Pineda

      Luis Roberto Aldana Vásquez

      Luis Alfonso Herrera Robles (Poncho)

      Agradecimientos por su participación como becarios del Programa Delfín a:

      Diana Harumi Lozano Lino

      Yonathan Domínguez Serrano

      Gerardo Reyes Santiago

      Eustorgio Tomás Ramírez Navas

      José Raymundo López Minjarez

      Dedicado por su apoyo emocional y comprensión a:

      Mi esposa Valentina.

      Mi hijo Juan Martín.

      Mi sobrina María Antonia.

      Mi madre Gloria.

      Mis hermanos Juan Carlos y Jorge Mario.

      Este es un libro resultado de investigación que corresponde a la tesis doctoral Geopoéticas, memoria e imaginarios en la frontera México-Estados Unidos, desarrollada en el Doctorado en Estudios Sociales de la Universidad Externado de Colombia y asesorada por los doctores Armando Silva Téllez y Thierry Lulle.

      El desierto, el río y el muro son tres objetos repletos de deseos ciudadanos, se mezclan entre sí, pero también tienen cada uno su historia y su destino, y en conjunto hacen algo que los iguala: la frontera entre Estados Unidos y México en su cruce más relevante: El Paso y Ciudad Juárez. Puede irse más lejos, es la frontera de las dos Américas; y se puede ser descriptivo, es el paso entre culturas, entre ideales y anhelos. Intentar descifrarla en sus materialidades, en sus interiores, en sus marcas, es una tarea meritoria ya que ahí, sobre esa piel difusa, hay mucho para revelar de los dos lados.

      Cuando el autor, Mauricio Vera, eligió esas tres palabras para, sobre ellas, hacer su tejido de fronteras, debió sopesar que una remite a lo seco, la otra a lo mojado y la última a lo sólido. Construyó, como mecanismo de interpretación, un triada –como aprendió en sus clases de lógica del Doctorado en Estudios Sociales– para designar lo que está y no, el agua que se mueve, lo que está, pero para ser relacionado como paisaje pues no se habita, el desierto, y llegó a lo sólido, como se representa, el muro o también el puente. Se puede así comprender por qué lo introduce como “geopoéticas”; no es una evasión en un giro poético, son tres palabras realistas que definen un fuerte espacio de interacciones donde se cruzan modos de ver el mundo, ideologías, memorias y futuros compartidos, que se hacen imaginarios o modos compartidos de percepción.

      Al seguir con rigor la metodología de los imaginaros urbanos, en donde interactúan datos numéricos provenientes de encuestas calificadas con archivos de imágenes y sonidos en calidad de indicios sobre la percepción, se puede uno detener, sea el caso, y ver un croquis que proyecta cómo los ciudadanos ven su frontera y de este modo revelarse que no es del buen gusto entre las partes: es más bien narrada por sus habitantes como violencia, narcotráfico o migración ilegal, dejándola en la memoria social representarla como algo ácido y desagraciado. Pero con habilidad, el investigador introdujo otra pregunta a su cuestionario, muy coyuntural a la era Trump, justo aquel poderoso que la quiso convertir en la base de su programa presidencial America first, y hace que la respuesta al “trumpismo” sea mejor que un dato una obra de arte de frontera, “Espejismo y cruce fronterizo” (Julie Anand y Damon Sauer, Border Art Biennial, 2010). La frontera entonces es también espejo y, por ende, espejismos; se ven cosas que no son y son al mismo tiempo. O sea, la frontera es fantasmal y, en consecuencia, sitio de leyendas, de muchas emociones e incertidumbres. Y es ahí donde el autor revela el papel del arte en hacer otras narrativas. El arte como territorio poroso, muro atravesado. Lo dicen varios croquis más mundanos, como aquel donde la comida preferida en la frontera son los burritos, como que les ganaron el pulso a las hamburguesas… y el color como la imaginan es verde y azul, ambos de esperanza y futuro. Y al preguntar por el ícono de la frontera, los ciudadanos consultados ponen por encima del río, del muro y del puente “La X”, que es una obra de arte y arquitectura del lado juarense.

      Las fichas de arte, los videos, las fotos y los archivos urbanos que acompañan esta investigación la hicieron transmedia, pues no solo hizo el texto con las exigencias de una investigación teórica, sino que su misma propuesta es creadora de imágenes, en el mejor sentido del proyecto mundial de los imaginarios urbanos, por lo que ya podemos entender que Mauricio Vera nos entrega –y así lo aceptamos– una nueva ciudad imaginada, la primera de la red escrita desde los bordes de las fronteras que toca a toda América de ambos bordes.

      Que sea desde Colombia que nos dediquemos a un estudio sobre la frontera México-Estados Unidos me pareció lo más pertinente. Una investigación desde un programa doctoral no puede quedarse en las fronteras de cada nación sino salir a la búsqueda de verdades y sensibilidades que capten modos de ser del mundo, y en este caso un mundo muy cercano. Este trabajo que presento es un ejemplo de cómo se puede formar equipo entre naciones, México-Estados Unidos y Colombia, entre investigadores de tan alto nivel como Luis Alfonso Herrera Robles y Carlos González Herrera en México –justo con ellos dos empezamos a vislumbrar este proyecto desde Juárez imaginada–, y en Colombia, Thierry Lule; entre dos universidades, la Autónoma de Ciudad Juárez y el Externado de Colombia, que honra todos estos aciertos publicándola para hacerla más asequible y vistosa, con la esperanza de que contribuya lo más posible a la comprensión de esa frontera porosa que la inspiró.

      Armando Silva

      25 de octubre de 2019

      El debate actual de la ciencia, la redefinición de sus postulados epistemológicos y la pertinencia del conocimiento que produce es hoy un asunto vital y central para entender y orientar la función y responsabilidad académica que esta tiene en los distintos contextos sociales, culturales, políticos y económicos, en los cuales sus estudios e investigaciones se efectúan y circulan.

      En la actualidad, nos dice Immanuel Wallerstein (2004) en su texto clásico Las incertidumbres del saber, la ciencia está en la mira: “Ya no goza del prestigio indiscutido que ha tenido durante dos siglos como la forma más segura de la verdad. […] Hoy en día se la acusa de ser ideológica, subjetiva y poco fiable. […] Se dice que los científicos manipulan los datos y que, por ende, manipulan la credibilidad del público” (p. 5).

      La ciencia, entendida así, estaría circunscrita más hacia la legitimación de su conocimiento y verdad en determinados círculos culturales dominantes y de poder que hacia la experimentación y verificación de certezas que permitan explicar, predecir y controlar aquellos fenómenos que se ubican en los ámbitos de lo natural –entendido como una construcción social– y lo socialmente propiamente dicho.

      La mirada científica predominante en y de Occidente se convirtió en una mirada de poder, un punto de mira específico que configuró –y continúa configurando– una manera particular del ver, entender y proyectar el mundo, que excluye –y determina hasta cierto punto– otros modos o maneras de construir conocimiento. El pensamiento científico nos acostumbró a pensar (y a mal pensar) que porque la teología, la filosofía y, especialmente, la sabiduría popular ofrecía

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