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general empleó a su mujer como secretaria particular y como intermediaria con el resto de los exiliados liberales; la falta de ilustración del militar sin duda le supuso un lastre, que compensó con la formación de su esposa.26

      Tal fue la influencia y el estatus de algunas de estas señoras fuera de nuestras fronteras que incluso despertaron el interés de las autoridades. Sospechosas de intrigar usando como tapadera sus intensas vidas sociales (salones, tertulias, bailes, etc.), los Gobiernos propios y externos no dejaron nunca de ejercer una estrecha vigilancia sobre damas como la duquesa de Híjar. Desde luego, su extenso expediente policial no deja lugar a dudas:27 ya en 1817, recién llegada a París, hay evidencias de su apoyo a los planes conspirativos de algunos liberales para reponer a Carlos IV en el trono.28 Asimismo, se advierte de su hospitalidad y ayuda a algunos exiliados, por lo que la Policía la consideraba favorable a los liberales. En realidad, sus preferencias políticas estaban a la vista de todos y no se ocultaban. Según los informes policiales, recibía a numerosos e importantes personajes —entre ellos, a «ingleses»— y trataba con particular atención a los españoles refugiados, en especial al conde de Toreno, a quien estaba muy unida. El seguimiento de las actividades de la duquesa tendría un largo recorrido y se intensificaría a partir de 1824, como consecuencia de la llegada de un segundo aluvión de liberales procedentes de España.

      Casos como el anteriormente expuesto muestran que para la Policía una mujer de recursos e independiente que tuviera trato con personalidades liberales era directamente sospechosa de ser una intrigante. No hay duda de que el celo por vigilar a la duquesa no provenía tanto del carácter de sus propias acciones como de las de su entorno. No obstante, el interés de la Policía no solo se centró en la vida cotidiana de los extranjeros residentes en Francia. También organizó un sistema de registro de las entradas y salidas de extranjeros. Ahora bien, tal y como he adelantado anteriormente, no todas las mujeres despertaron el mismo interés administrativo y policial. Si se revisan los expedientes y las listas de registro, se descubre que las que llegaban a la frontera acompañadas por un cabeza de familia, por lo general, no despertaban suspicacias. La cosa cambia cuando se trata de una mujer sola: ante un caso así, automáticamente había motivos de sospecha y se hacía necesario ahondar y averiguar si realmente la alarma policial tenía alguna base.

      Tal fue el caso de Teresa Gual, quien, tras permanecer en Francia entre 1814 y 1822, viajó a España en 1820 y 1822 con un pasaporte de indigente, a pesar de gozar de buenas ropas y equipajes. Por todo ello fue vigilada por la Policía francesa, que tenía abiertas sospechas de que era una confidente que ejercía funciones de correo. Su expediente volvería a abrirse de nuevo en 1823, al constatarse un nuevo viaje a Francia.29

      Por su parte, Josefa Ramírez, viuda de Miguel Ramírez, también llamó la atención en 1814 de una policía que no dejó de seguirle los pasos en su periplo desde Marsella a París.30 Una vez allí, y habiendo afirmado que tuvo que expatriarse como consecuencia de sus ideas constitucionalistas, solicitó al Gobierno un subsidio como refugiada política. Hasta entonces y bajo el atento control policial, apenas había conseguido mantenerse. Finalmente, Madame d’Azeville se apiadó de ella y le ofreció alojamiento y comida a cambio de su trabajo.

      No menos rocambolescas y sin duda excepcionales fueron las peripecias de María del Carmen Silva en su exilio. De ella sabemos que en 1808 tomó parte en la liberación de los soldados españoles que, al mando del general Carrafa, habían sido apresados por Junot. Por ello, se vio obligada a huir de la capital portuguesa y trasladarse a Badajoz, donde, como recompensa por los servicios prestados, recibió una pensión y una licencia para abrir un estanco.31 Fue entonces cuando conoció al que sería su compañero, el médico y periodista Pedro Pascasio Fernández Sardinó. Con él, y tras la capitulación de Badajoz, en marzo de 1811, escapó hacia la zona de Cádiz. Aquí Sardinó iniciará la publicación de El Robespierre Español,32 desde cuyas páginas atacó a estamentos militares, acusándolos de inoperancia. Finalmente, Fernández Sardinó fue apresado y se precipitó el matrimonio por poderes de la pareja, pues de otra manera no se hubiera permitido que una mujer hiciera visitas a un preso.33 Se originó un gran escándalo al salir a luz que la pareja no estaba casada, de resueltas del cual a Carmen Silva la perseguiría siempre el estigma de mujer ilegítima.

      Silva se encargó entonces de la edición del periódico. Bajo su dirección, El Robespierre se convirtió en una tribuna desde la que esta señora, pluma en mano, solicitó la excarcelación de su marido apoyándose en su defensa de la libertad de imprenta.34 Tras la liberación de su cónyuge, y después de colaborar un tiempo con El Redactor General, en 1814, la pareja abandonó Madrid para eludir la represión fernandina.35

      Los encontraremos en Francia, primero en Burdeos36 y, a partir de 1816, en la isla de Oleron.37 Su estancia allí sería breve. Las maquinaciones de algunos refugiados contra el honor de Carmen Silva por su pasada unión ilegítima acabaron teniendo consecuencias. No solo se la castigó con el pago de una multa, sino que acabó por salir a la luz la identidad política de su pareja. Fichados ya como conspiradores exaltados, decidieron huir. Gracias a los informes policiales sabemos que, en 1817, un confidente situó al matrimonio en París, donde localizaron a Espoz y Mina. Sería él quien los pusiera en contacto con las redes que les permitirían huir hacia Inglaterra.38 Con las autoridades pisándole los talones, Fernández Sardinó consiguió salir hacia la capital inglesa en la diligencia de Calais y burlar a la policía, que tenía orden de registrar su casa y detenerlo bajo acusación de estar urdiendo un complot y de operar como correo entre los liberales de París y los de Londres. Por su parte, Carmen Silva permaneció en la capital francesa.

      Se desconoce cuándo se produjo el reencuentro del matrimonio y el viaje de ella a Londres. Sea como fuere, en junio de 1818, Carmen Silva recuperaría notoriedad pública al solicitar una pensión de refugiados que permitiera al matrimonio solventar su difícil situación económica. Pese a todo, ni su retórica ni la compilación de méritos que incluyó en su escrito sirvieron para convencer al subsecretario de Estado de Asuntos Extranjeros, quien, a pesar de recibirla en su despacho, se negó a concederle una compensación económica.39

      Con todo, la pareja consiguió subsistir y esquivar las presiones del embajador en Londres para evitar el lanzamiento de su nuevo proyecto editorial en 1818. El Español Constitucional se convirtió en un medio claramente reivindicativo en el que, entre otras cosas, se denunciaba la persecución a la que se sometía a los emigrados liberales. Relacionado con esto último, también entonces, como en el pasado, la contribución de Carmen Silva al proyecto periodístico de su esposo fue de vital importancia. Sobre ella recayó la peligrosa carga de hacer llegar el periódico a los lectores de fuera de Inglaterra, yendo y viniendo de Londres a París, siempre vigilada por la policía.

      Lo cierto es que esta vigilancia no tuvo secuelas graves en la vida de las exiliadas. Las policías francesa y británica no solían intervenir ni deportar, salvo en los casos en que se demostrara alguna conducta criminal. Sirva de ejemplo la extradición de María Carrillo. Esta andaluza llegó a Francia en 1814 con un oficial francés, que al parecer fallecería en el asedio de Toulouse de abril de ese mismo año. Vigilada desde entonces, sería detenida por ejercer la prostitución y conducida a Bayona en 1826 acusada de comportamiento violento y conducta escandalosa.40 Ese mismo año, otra española, Margarita Casanova, bajo el punto de mira de los agentes por su pasado revolucionario, sería expulsada, acusada de matar a un religioso.41

      Dentro del conjunto de las exiliadas, merece mención aparte el caso de las llamadas afrancesadas que, ya fuera por convicción política o por el alineamiento de sus allegados, también huyeron de la monarquía de Fernando VII en esta primera etapa.42 Entre los ejemplos más conocidos se encuentran la esposa y la sobrina de Gonzalo O’Farrill, Ana Rodríguez de Carasa,43 y Teresa Montalvo, condesa de Jaruco.44

      Hija de la segunda, Mercedes de Santa Cruz, condesa de Merlin, es más conocida por su obra literaria que por sus implicaciones políticas. Proclive a la causa bonapartista, la condesa consignó en sus memorias la admiración que sintió desde su juventud por Francia y justificó su traición como el resultado de un afrancesamiento

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