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nada de dinero y la comida era escasa. El día quince de cada mes hacía una concesión a sus trabajadores y les daba huevos junto con el arroz, pero nunca les daba carne. A mí no me daba ni huevos ni carne.

      ”Mi madre era una mujer gentil, generosa y compasi­va, y siempre dispuesta a compartir lo que tenía. Tenía compasión por los pobres y a menudo les daba arroz cuando venían a pedirlo durante las hambrunas. Pero no podía hacerlo cuando estaba mi padre: él no estaba de acuerdo con la caridad. Teníamos muchas peleas en casa por esta cuestión.

      ”Había dos ‘partidos’ en la familia: uno era mi padre, el poder dominante, y la oposición estaba formada por mi madre, mi hermano y yo, y a veces incluso el peón. Sin em­bargo, había diferencia de opiniones en el ‘frente unido’ de la oposición. Mi madre abogaba por una política de ata­que indirecto, ya que criticaba toda muestra explícita de emoción y los intentos de rebelión manifiesta contra el po­der dominante. Ella decía que esta no era la usanza china.

      ”Pero a los trece años descubrí un poderoso argumen­to para debatir con mi padre en su propio terreno: citar a los Clásicos. Las acusaciones favoritas de mi padre contra mí eran que me comportaba como un hijo ingrato y que era perezoso. Entonces yo citaba pasajes de los Clásicos que decían que los mayores deben ser amables y afec­tuosos. A su acusación de que era perezoso le oponía el argumento de que las personas de más edad deben ha­cer más tareas que las más jóvenes, que mi padre tenía el triple de edad que yo y que, por lo tanto, debía traba­jar más. Y decía que cuando tuviera su edad yo tendría mucha más energía.

      ”Al reflexionar sobre esto, pienso que al final la severi­dad de mi padre lo derrotó. Aprendí a odiarlo y creamos un frente realmente unido en su contra. Al mismo tiem­po, esto probablemente me benefició ya que me hizo más diligente en mi trabajo y más cuidadoso al llevar los libros para que no tuviera motivos para criticarme.

      ”Mi padre había ido dos años a la escuela y podía leer lo suficiente como para llevar los libros. Mi madre era completamente analfabeta. Ambos provenían de familias de campesinos. Yo era el ‘erudito’ de la familia. Conocía a los Clásicos, pero no me gustaban. Lo que disfrutaba eran las novelas de la vieja China y especialmente las his­torias de rebeliones. Leí las Yo Fei Chuan (las Crónicas de Yo Fei), Shui Hu Chuan (El borde del agua), Fan Tang (La rebelión contra los Tang), San Kuo (los Tres reinos) y Hsi Yu Chi (Viajes en el oeste, la historia del casi legendario peregrinaje a India de Hsuan Tsang en el siglo vII) mien­tras aún era muy joven y a pesar de la vigilancia de mi viejo maestro que detestaba estos libros prohibidos y los consideraba nocivos. Solía leerlos en la escuela y los cu­bría con uno de los Clásicos cuando pasaba el maestro a mi lado. Lo mismo hacían la mayoría de mis condiscí­pulos. Aprendimos muchas de las historias casi de me­moria y las analizábamos una y otra vez. Sabíamos más sobre ellas que los ancianos de la aldea que también las amaban y solían intercambiar historias con nosotros. Creo que quizás esos libros me influyeron mucho, leídos a una edad en que uno es impresionable.

      ”Seguí leyendo viejas novelas y cuentos de la literatu­ra china. Un día se me ocurrió que había algo peculiar en esas historias y era la ausencia de campesinos que cultivaran la tierra. Todos los personajes eran guerreros, oficiales o eruditos, nunca había un héroe campesino. Pensé en esto durante dos años y luego analicé el con­tenido de las historias. Descubrí que todas glorificaban a los hombres de armas, a los gobernantes del pueblo, que no tenían que trabajar la tierra porque la poseían y controlaban, y evidentemente hacían que los campesi­nos trabajaran para ellos.

      ”Mi padre era en su juventud, y a su mediana edad, un escéptico, pero mi madre veneraba devotamente a Buda. Ella le dio a sus hijos educación religiosa y todos nos entristecíamos porque nuestro padre no era creyente. Cuando tenía nueve años, hablé seriamente con mi ma­dre del problema de la falta de devoción religiosa de mi padre. Hicimos, entonces y más tarde, muchos intentos de convertirlo, pero no tuvimos éxito. Él solamente nos maldecía y nosotros, abrumados por sus ataques, nos re­tirábamos para elaborar nuevos planes. Pero él no tenía nada que ver con los dioses.

      ”Sin embargo, mis lecturas gradualmente me influye­ron y yo mismo me volví cada vez más escéptico. Mi ma­dre comenzó a preocuparse por mí y me retaba por mi indiferencia ante las demandas de la fe, pero mi padre no hacía comentarios. Luego, un día él salió del camino para cobrar un dinero y se encontró con un tigre. El ti­gre se sorprendió con el encuentro y huyó de inmediato, pero mi padre estaba aún más asombrado y después del episodio reflexionó mucho sobre su escape milagroso. Empezó a preguntarse si no habría ofendido a los dioses. Desde ese momento mostró más respeto por el budis­mo y quemaba incienso de vez en cuando. No obstante cuando aumentó mi alejamiento de la religión, el viejo no interfirió. El le rezaba a los dioses únicamente cuan­do estaba en dificultades.

      ”Sheng-shih Wei-yen (Palabras de advertencia) estimu­ló en mí el deseo de reanudar mis estudios, ya que tam­bién me disgustaba cada vez más mi trabajo en la granja. Mi padre naturalmente se opuso. Discutimos y finalmen­te huí de casa. Fui a la casa de un estudiante de derecho desempleado y allí estudié durante medio año. Después de eso, estudié más a los Clásicos con un viejo erudito chino y también leí muchos artículos contemporáneos y algunos libros.

      ”En ese momento se produjo un incidente en Hunan que influyó toda mi vida: afuera de la pequeña escuela china en la que estudiaba, nosotros los estudiantes vi­mos a muchos comerciantes de legumbres que volvían de Changsha y les preguntamos por qué se iban todos. Nos contaron sobre la gran revuelta en la ciudad.

      ”Había habido una tremenda hambruna ese año y en Changsha, miles no tenían alimentos. Los hambrientos enviaron una delegación al gobernador civil para pedirle socorro, pero les respondió con arrogancia: ‘¿Por qué no tienen comida? hay mucha en la ciudad. Siempre tengo todo lo que necesito.’ Cuando la gente

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