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es­tudiantil, mientras uno se quedó a estudiar en Yenan. Cuando fuimos a decir adiós al Presidente Mao, éste nos comunicó que un análisis de la reciente situación reve­laba que el Japón atacaría pronto a China y que Pekín sería parte del frente de defensa nacional. Nos instruyó para que fuésemos modelos entre el pueblo.

      De regreso, dimos a conocer nuestras experiencias a las organizaciones estudiantiles progresistas y a otros estudiantes. Se organizó un nuevo grupo de estudian­tes para visitar Yenan, el cual siguió la misma ruta tra­zada por Snow.

      Edgar Snow fue más que un profesor para nosotros, unos cuantos estudiantes en ese entonces; sus escritos iluminaron y estimularon a incontables jóvenes progre­sistas a emprender el camino revolucionario.

      gÉnesIs de Un comUnIsTa

      1

      La infancia

      Respecto de los cinco o seis grupos de preguntas que le había presentado sobre diferentes temas, Mao había hablado durante una docena de noches, casi nunca refi­riéndose a él mismo o su propio papel en algunos de los eventos que describía. Yo empezaba a pensar que era in­útil esperar que me diera esos detalles: obviamente con­sideraba que lo individual era de muy poca importancia. Como los otros comunistas que conocí, tenía la tenden­cia a hablar solo sobre comités, organizaciones, ejércitos, resoluciones, batallas, táctica, “medidas” y así por el esti­lo, y rara vez de la experiencia personal.

      Por un tiempo pensé que esta renuencia a explayar­se sobre temas subjetivos, o incluso las proezas de sus camaradas como individuos, podría provenir de la mo­destia, o del temor o sospecha respecto de mí, o una con­ciencia del precio que muchos de estos hombres tenían sobre sus cabezas. Más tarde descubrí que no era tan así y que la mayoría de ellos no recordaba en realidad deta­lles personales. A medida que recolectaba biografías ad­vertí que muchas veces el comunista podía contar todo lo que había ocurrido en su primera juventud, pero una vez que se había identificado con el Ejército Rojo, su Yo se perdía en algún lugar y, sin que se repitieran una y otra vez las preguntas, no era posible oír nada sobre él, sino solo historias sobre el Ejército o los Soviets o el Partido… todo con letras mayúsculas. Estos hombres podían ha­blar indefinidamente sobre fechas y circunstancias de las batallas y los movimientos entre un millar de lugares desconocidos, pero esos eventos parecían haber tenido significado para ellos solo en forma colectiva, no porque ellos como individuos hubieran hecho historia allí, sino porque el Ejército Rojo había estado allí y detrás de él, toda la fuerza orgánica de una ideología por la cual esta­ban peleando. Fue un descubrimiento interesante, pero me dificultó la realización de mi trabajo.

      Una noche, cuando se habían respondido todas las otras preguntas, Mao tomó la lista que yo había titula­do “historia personal”. Sonrió ante una de las pregun­tas: “¿Cuántas veces estuvo casado?”… y luego corrió el rumor de que le había preguntado a Mao cuántas espo­sas tenía. De todos modos, él era escéptico respecto de la necesidad de suministrar una autobiografía, pero argu­menté que en cierto modo eso era más importante que la información sobre otros asuntos. “La gente quiere sa­ber qué tipo de hombre es usted”, le dije, “cuando leen lo que usted dice. Además usted debería corregir algunos de los falsos rumores que circularon”.

      Le recordé los diversos relatos sobre su muerte, que al­gunas personas creían que hablaba francés con fluidez, mientras que otras decían que era un campesino igno­rante, que un reportaje lo describía como un tuberculo­so medio muerto, mientras que otros sostenían que era un fanático loco. Pareció levemente sorprendido de que la gente dedicara tiempo a especular sobre él. Estuvo de acuerdo en que era necesario corregir esos relatos y lue­go volvió a mirar los puntos que yo había escrito.

      “¿Qué le parece”, dijo al fin, “si simplemente descarto sus preguntas y en cambio le hago un bosquejo general de mi vida? Creo que resultará más comprensible y al fi­nal todas sus preguntas serán igualmente respondidas”.

      Durante las entrevistas nocturnas que siguieron (real­mente parecíamos conspiradores apiñados en esa cueva ante una mesa con mantel rojo y velas que chisporrotea­ban entre nosotros) escribí hasta que caía dormido. Wu Liang-ping se sentaba junto a mí e interpretaba el dia­lecto sureño de Mao en el cual un pollo, en lugar de ser un buen y sólido chi, se convertía en un romántico ghii, Hunan se transformaba en Funan y un tazón de ch’a se convertía en ts’a, y así se producían muchas variaciones más extrañas. Mao relataba todo a partir de lo que recor­daba y escribía mientras hablaba. Como dije, ese texto se volvía a traducir y corregir, y este es el resultado, sin intención de aportarle excelencia literaria, más allá de algunas correcciones necesarias en la sintaxis del pa­ciente Sr. Wu:

      ”Mi padre era un campesino pobre y siendo aún jo­ven lo obligaron a unirse al ejército debido a sus grandes deudas. Fue soldado durante muchos años. Luego volvió a la aldea donde nací y mediante un cuidadoso ahorro, y luego de reunir un poco de dinero con pequeñas tran­sacciones comerciales y otros emprendimientos, logró volver a comprar su tierra.

      ”Cuando tenía diez años de edad y la familia solo te­nía quince mou de tierra, los cinco miembros de la fami­lia éramos mi padre, mi madre, mi abuelo, mi hermano menor y yo. Después de adquirir los otros siete mou, mi abuelo murió, pero vino otro hermano menor. Sin em­bargo, todavía teníamos un excedente de cuarenta y nue­ve tan de arroz por año y con esto mi padre continuó prosperando.

      ”En la época en que mi padre era un campesino de ni­vel económico medio, empezó a comerciar con el transporte y venta de cereales, con lo cual hizo algo de dinero. Después de que se convirtiera en un campesino ‘rico’, de­dicó la mayor parte de su tiempo a ese negocio. Contrató a un peón agrícola de jornada completa y puso a sus hijos y a su esposa a trabajar en la granja. Comencé a trabajar en tareas agrícolas a los seis años de edad. Mi padre no te­nía un local para su negocio. Simplemente compraba ce­real a los campesinos pobres y luego lo transportaba a los comerciantes de la ciudad donde obtenía un precio ma­yor. En el invierno, cuando se molía el arroz, contrataba a otro peón para que trabajara en la granja, de modo que en ese tiempo había siete bocas que alimentar. Mi fami­lia comía frugalmente, pero siempre tenía lo suficiente.

      ”Sin embargo, después de retornar con mi familia, y para mi sorpresa, las condiciones habían mejorado en cierto modo. Mi padre mostraba un poco más de consi­deración y el maestro, más moderación. El resultado de mi acto de protesta me impresionó mucho: había sido un ‘golpe’ efectivo.

      ”Mi padre quería que comenzara a llevar los libros de la administración familiar tan pronto como aprendiera unos pocos caracteres. Quería que aprendiera a usar el ábaco y como

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