Скачать книгу

la palma por la nuca—. ¿Crees que nos podríamos juntar antes y venir acá luego? Digo, ¿te gustaría?

      —Claro, lo hablamos mañana —le digo. Todo esto después de pensar y recordar lo que Chuck repitió. No me gusta Louis, pero igualmente yo debería aprender a ceder un poco.

      —Genial.

      Luego de eso se va torpemente. Como si le consumiera la vergüenza, y eso me sorprende un poco ya que estamos hablando del espontáneo Louis.

      —¿Quieres seguir viniendo? —me pregunta mi amigo, ya una vez dentro del ascensor.

      —Sí, me ha gustado, no puedo esperar a contárselo a Chuck —digo, sonriendo como una cría. Él me sonríe de vuelta.

      —Bien, pediré que te hagan una tarjeta para que puedas entrar si es que alguna vez no te puedo traer yo o Mila —dice, caminando hasta el auto.

      —O Louis —aporto yo abriendo la puerta del pasajero.

      —¿Ahora vas a comenzar a salir con él y te vas a olvidar de mí? —pregunta dramáticamente, internándose en el vehículo.

      —No seas tonto, yo nunca haría eso —digo, y le pellizco el brazo entre risas, obligándolo a sobarse el lugar afectado antes de poner el coche en marcha—. Ahora llévame a casa, tengo una gran conversación con Chuck por delante. Gracias, por cierto, no sabía de lo que me perdía.

       04

      —Me alegra realmente que lo hayas pasado bien. Te dije que no te arrepentirías —me dice Charles cuando termino de contarle todo sobre el Club Colors.

      Apenas Floyd me dejó en casa me puse el pijama, me quité el maquillaje y me metí en la cama. Me quedé dormida apenas toqué la almohada. Pero Charles ha venido a despertarme, hemos estado hablando cerca de una hora, según él, sobre mi experiencia esta noche.

      Por el tono que emplea al contestarme cada cosa que le digo sobre el tema, puedo notar que está realmente contento con mi decisión. Busca lo mejor para mí, después de todo.

      —Y lo mejor es que sigues aquí, nada ha cambiado —digo, sin poder sonreír, aunque tengo unas ganas inmensas de hacerlo.

      —Creo que sabes que en realidad jamás te dejaría. Solo era para que salgas y descubras lo que hay allá afuera.

      Me gustaría abrir la boca indignada, pero es obvio que no puedo.

      —Eso es maldad —refunfuño—. Yo que hago de todo para seguir hablando contigo —declaro en plan dramático.

      —Malo, pero funcionó —apunta firme—. No seas dramática, ya sé que no puedes vivir sin mí.

      —Lo que digas.

      Finjo darle la razón. Lanzo un suspiro cansado y lleno de ganas de moverme de esta posición que he estado soportando desde hace una hora y media—. ¿Te importaría si continuamos mañana? Estoy realmente cansada.

      —Claro que no, hablamos mañana —dice al despedirse de mí. Hay un tono extraño en su voz, pero no logro descubrir por qué, así que opto por dejarlo pasar, solo esta vez.

      —Adiós, Chuck.

      Siento el típico vacío de cuándo se va y, dominada por el cansancio, caigo en el sueño sin poder darle ni una sola vuelta a mis pensamientos.

      ****

      —¿De verdad saldrás con él? —pregunta Floyd, sin poder creérselo.

      —Pues sí, dijo que nos juntaríamos antes y luego iríamos juntos a la fiesta. No me pongas esa cara, esto no significa nada —digo, caminando a la par de él por el pasillo.

      —Nada, ajá. ¿Y te vas a encontrar conmigo allá? Además, te recuerdo que no hace más de dos días no lo soportabas —pregunta, deteniéndose a guardar los libros en su casillero.

      —Claro, tus amigos me parecen geniales —digo, esperando a que termine—. Iré como invitada del color rosado esta vez, hasta que tengas lista esa tarjeta que mencionaste. No es que no lo soportara, es que no lo quería hacer. De esa manera tenía una excusa más válida para no salir con él. Me he dado cuenta de que lo mejor es dejarle las cosas claras desde un principio, sin la necesidad de ser pesada.

      —Yo solo me junto con personas geniales como yo —dice. Sonríe sin comentar nada sobre lo añadido por mi parte. Cierra la puerta y caminamos hacia la salida del instituto, donde se detiene para despedirse.

      —¿Dónde lo esperarás? ¿A dónde irán? —vuelve a preguntar.

      —Dios, cálmate un rato, ¿quieres? —le digo, volteándome hacia él.

      —No, no quiero realmente. Es la primera vez que por la noche sales con un chico que no soy yo, o siquiera Chuck, si es que cuenta, y me tiene intrigado y preocupado —me suelta de un tirón, mirándome con una especie de súplica.

      —Ay, no seas llorón, ya estoy grandecita, ¿no crees? —respondo, y es obvio que me burlo de su comportamiento. Lo entiendo perfectamente, pero me resulta algo cómico, es todo—. Lo esperaré aquí, donde todos puedan verme para probarte que no me va a secuestrar.

      —No te burles de mí.

      Simula hacer un lloriqueo, el cual se rompe con nuestras risas. Al cabo de unos segundos, alguien cerca de nosotros se aclara la garganta para llamar nuestra atención.

      —Hola, Louis —saludo al rubio. Enseguida le pego un codazo al moreno para que haga lo propio.

      —Hola, chicos. ¿Lista?

      Asiento despidiéndome de mi más íntimo amigo y camino junto a Louis a su auto, bajo la mirada asesina de Floyd.

      —¿A dónde vamos? —pregunto, ya montada en el auto rojo de Louis. Él tiene una mano en el volante y la otra en la palanca de cambio.

      —A Raindale, a que tengas la mejor cita de tu vida —dice, manejando con dirección norte por entre las calles de Greenwood. Comienzo a tamborilear en la puerta del auto al compás de Read My Mind, de The Killers, que están tocando en la radio, resistiendo el impulso de tararearla.

      —Alto ahí, solo para aclarar, esto no es una cita —digo, señalando nuestro entorno y a nosotros—. Te dije que, primero, muerta antes de tener una salida romántica contigo.

      —¿Es en serio? Bailamos juntos, ahora salimos juntos y vamos a ir a una fiesta, también juntos ¿Cómo no va a ser una cita? —objeta, indignado—. ¿Cómo le llamas a esto?

      —Salida de amigos. ¿A dónde me llevas de todos modos? —digo, ahora que acabamos de dejar atrás el letrero que indica el límite de la ciudad—. Eso de que tendría que estar muerta… No planeas matarme en las afueras para que nadie me encuentre, ¿verdad? Porque ya es la segunda vez en veinticuatro horas que alguien me lleva a un sitio lejano.

      —¿Salida de amigos? Eres cruel, Verónica Boltron, eres cruel. Y no planeo matarte. Voy a llevarte a un lugar al que mi abuela Judy solía ir cuando era adolescente —explica, mientras vamos por la carretera.

      —¿Por qué hasta allá? Y si es un lugar donde tu abuela iba hace, ¿cuánto? ¿Sesenta o setenta años? Debería estar muy cambiado, ¿no?

      —No, que yo sepa. Créeme, te va a gustar —insiste, con una sonrisa confiada surcando su rostro.

      —¿Y por qué tu familia vive en Greenwood y tu abuela andaba por Raindale? —pregunto, cuando cruzamos el cartel que anuncia la entrada a la ciudad vecina.

      —Sinceramente no lo sé, tendría que preguntarle más a mi abuela sobre las cosas que hacía en esos años, tiene muchas historias, seguro que te gustarían.

      No debería hablar de ciudad, pues es muy pequeña, pero tampoco lo es tanto para ser un pueblucho. Es un lugar muy pintoresco que queda al norte de Greenwood. La entrada por la que nosotros vamos es la más cercana a las casas grandes y caras,

Скачать книгу