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las pasé planeando cómo contarle a mi mejor amigo mi alucinante sueño, me di por vencida cerca de las seis de la mañana y, simplemente, comencé a alistarme, manteniéndome ocupada hasta que llegara la hora.

      Apenas llegué al café en el que habíamos quedado, encontré al moreno esperándome en la puerta, lo arrastré hasta una mesa en el rincón más alejado para tener la mayor privacidad y discreción posibles. Las altas horas de la mañana nos jugaban a favor por la poca cantidad de gente. Lo senté en una mesa mientras yo compraba un vaso de cafeína que tanto necesitaba.

      Luego me senté frente a él, me tomé una larga pausa, preparándome mentalmente para todo lo que le iba a soltar, y le relaté todo lo sucedido con Charles, obteniendo el resultado exacto que esperaba: estaba estupefacto.

      Floyd negaba con la cabeza, lo que me desconcentraba un poco. Lo miré expectante:

      —¿No me vas a decir nada?

      —No sé exactamente que te debería responder —dice, sobrepasado por la sorpresa—. ¿Lo vas a hacer? ¿Crees que es un sueño importante?

      —Importante o no tengo que averiguarlo. Estoy segurísima de que todo esto es real y de que Chuck debe tener una muy buena razón para no presentarse en una parálisis después de tanto tiempo.

      —¿Qué harás? —pregunta, con un tono de duda.

      —No lo sé. De hecho, sí, voy a empezar por buscar datos sobre él y voy a seguir las escasas instrucciones que me dio. Voy a tomar ese riesgo.

      —¿Estás segura? —pregunta, mirándome consternado—. Digo, no sé si tú sabes, pero te está prácticamente pidiendo que hagas un ritual de resucitación.

      —Sip, estoy consciente de eso —digo, tamborileando en la mesa con la punta de los dedos.

      —¿Y eso no es ilegal? —replica, arrugando el ceño.

      —Lo dudo.

      Miro la hora en mi móvil. Son recién las diez de la mañana. Había estado las cuatro horas previas tratando de no sacar conclusiones sobre cómo iba a reaccionar Floyd, y resulta que mi amigo se lo tomó mejor de lo que esperaba. Cierto que estaba sorprendido, pero por lo menos me creía.

      —Pero entonces son cosas del diablo —comenta, tratando de llenar el ambiente con humor—. Hemos visto millones de películas donde estas cosas nunca resultan, tú las has visto conmigo. ¿Qué crees que nos pasará si lo intentamos?

      —Supongo que hay que averiguarlo. Espera un segundo. ¿Dijiste nos? ¿Así como ambos? ¿Juntos?

      —Pues, sí. ¿Creías que te iba a dejar hacer todo eso sola? Me hieres, ¿sabes? Pensé que me conocías lo suficiente.

      —Es que pensé que no te lo creías. Que no te expondrías a todo eso por un espíritu con el que yo hablo y sobre el que tú solo me escuchas divagar.

      Nunca pensé que aceptaría hacer tal cosa conmigo.

      —Por supuesto que sí. A lo mejor es una tontería o a lo mejor no, pero definitivamente es una aventura. Mi papel de ser rebelde me exige vivir una de esas alguna vez —asevera, con una sonrisa carismática—. Además, mejor aún si es con una amiga.

      —Mejor amiga.

      —Mejor amiga.

      Parece acordarse de algo.

      —Solo nosotros, ¿verdad?

      —Obvio que sí. Chuck me dijo que solo confiara en ti. Además, no es como si le pudiera explicar a Mila, ella no sabe acerca de él, y Louis no es una alternativa para pedirle ayuda en algo así.

      —Me alegra que digas eso.

      —No te gusta Louis, ¿verdad?

      Mi amigo endurece su expresión y niega con la cabeza.

      —¿Por qué no? No es mi mejor amigo y no es que me fascine, pero si te pasas un buen rato con él te podrías dar cuenta que es un gran chico, un poco molesto, pero buen chico. Además, no sé qué tanto te acompleja si ya he dejado claro que no tengo ningún interés amoroso en ese rubio.

      —Eso es lo que tu percibes —dice, refunfuñón—. Yo veo otra cosa en ese chico.

      —¿Qué sería eso?

      —Me parece a mí que es toda una fachada lo de joven encantador.

      Exploto en una carcajada al escuchar tal acusación, no lo puedo evitar, es lo más ridículo que alguien me haya dicho, más que me digan que aceptan hacer un ritual para traer a un chico de vuelta a la vida.

      —No te rías, lo digo totalmente en serio.

      El silencio se instala entre los dos, con ambos sumergidos en las profundidades de nuestros pensamientos, evaluando las etapas de los temas tratados y los cambios radicales que había atravesado esta segunda conversación extraña.

      —Bueno... —dice, prolongando los segundos antes de volver a hablar—. ¿Cuándo empezamos?

      —No lo sé.

      Me tomo mi tiempo antes de decir:

      —¿Qué te parece a las cinco en la Biblioteca Municipal? Creo que las horas libres ni siquiera son las suficientes para prepararme mentalmente para todo lo que está por pasar.

      —Ni que lo digas. A las cinco, entonces. Creo que esta noche no iré al Club Colors, está claro que mi cerebro no estará en orden para irse de fiesta —agrega, instantes después.

      —Creo que, dependiendo de lo que descubramos, ni siquiera me será posible dormir —digo.

      —¿Te quedas en mi casa? Tus padres saben que las parálisis no te hacen daño ni a ti ni a mí, así que...

      —Definitivamente sí. —Lo corto antes de que se lance a nuevas elucubraciones—. Esta noche no duermo sola.

       06

      —¿Estás segura de esto? —pregunta Floyd en las escaleras de la biblioteca. Asiento lentamente mientras subimos lo que resta de los escalones y, luego, cruzamos las grandes puertas de madera.

      —Sep.

      Caminamos por el corto pasillo hasta llegar al área de estudio, lugar en el que se encuentran todos los libros y hay unas cuantas mesas. Saludo a la bibliotecaria con una leve sonrisa, es una mujer de cuarenta y tantos años con el pelo castaño atado con un rodete en la cabeza. Me detengo al comienzo de una de las mesas y tomo asiento en la silla con acolchado rojo.

      —Ve a la zona donde están los libros sobre la historia de Greenwood y busca un título llamado La parada de las almas. Buscaremos el ritual, página por página.

      —Entendido y anotado. No puedo creer que realmente vaya por un libro así —dice, dejando su mochila con no sé qué en una de las sillas y se pierde entre las filas de escaparates con textos.

      Saco mi portátil de la bolsa, lo coloco sobre la mesa y lo enciendo. Tecleo la contraseña y me conecto inmediatamente al internet de la biblioteca, que ya he usado en las horas de estudio que a veces invierto aquí. Lo mejor que se me ocurre es meterme a la página del noticiero de Greenwood y buscar accidentes en coches. Reviso cada uno de ellos de los pasados diez años en busca del nombre de mi amigo, leo rápidamente los titulares, pero al cabo de unos minutos no encuentro nada.

      Me toma un par de segundos darme cuenta de que a lo mejor no fue un accidente en auto, por lo que indago en otros tipos de accidentes. Los únicos que encuentro se relacionan con el río Azul de Greenwood y un único incendio de una casa, el único de la historia de mi ciudad. Decido comenzar por ese, abro la pestaña con la noticia y quedo impresionada con lo sucedido.

       La familia Fanning sufre catastrófico incendio de su vivienda.

       Los tres habitantes de la casa dormían cuando las llamas los alcanzaron. Aparentemente ,

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