Скачать книгу

la mañana siguiente me despierto con los gritos de la madre de Floyd que creo que lo está regañando por el hecho de que nos quedamos dormidos sobre el sofá y dimos vuelta el recipiente con las palomitas que quedaban en él, derramándolas por todo el sillón.

      —Ve a limpiar eso ahora mismo —le ordena la madre, que tiene el cabello del mismo color que su hijo, atado en una cola en lo alto de la cabeza, disimulando así las pocas canas que tiene—. Hola, Verónica. ¿Cómo has estado?

      —Bastante bien. ¿Y usted? —digo con monotonía.

      No le voy a decir las cosas que me han estado pasando por la mente y la completa verdad de lo que ha sido de mí últimamente. La señora Clarson está a punto de contestar, cuando Floyd interrumpe nuestra conversación.

      —¿En serio, mamá? A ella la saludas como si fuera tu hija y a quien de hecho es tu hijo, lo primero que haces es retarlo. Ni un “Hola hijo, ¿cómo dormiste?” o un “Buenos días, Floyd” —se queja dramáticamente. Nos reímos por la manera de actuar del moreno, es imposible no hacerlo si se trata de Floyd y sus complejos de rey.

      —Si te preocuparas de ser un mejor anfitrión, a lo mejor te ganarías mi cariño —agrega su madre. Mi amigo hace un puchero mientras me echa del sillón a empujones para poder limpiarlo.

      —Es Verónica, no necesita un buen anfitrión en esta casa.

      Mientras me estiro, veo como la señora Clarson se acerca a nosotros para lo que creo que es ayudar a su hijo, pero no. De a poco se va acercando a la mesa de centro y no soy capaz de anticipar sus movimientos. La mujer toma con sus huesudas manos el libro que reposaba sobre el mueble y lee el título.

      —¿La parada de las almas? ¿Qué andan leyendo?

      Comienza a hojearlo de a poco, mi amigo se endereza al escuchar hablar a su madre. Me lanza una mirada para que haga algo y yo no puedo reaccionar, es como que las señales de mi cerebro no llegaran al resto del cuerpo.

      —Los guardianes, las facciones, facción dos: Buscadores de cuerpo… ¿Qué es todo esto?

      Mis ojos se abren a más no poder al escucharla leer el título en una de las hojas pasada la mitad. Le devuelvo la mirada a Floyd, quien se apresura a quitarle el libro a su mamá y luego lo deposita sobre la mesa.

      —Es solo para una investigación que Verónica está haciendo —le explica, lo que algo de cierto tiene, empujándola por la espalda—. No sé cómo esperas que limpie todo esto si no me das una bolsa. Lamentablemente, se acabaron. ¿Podrías ir a comprar más, ma?

      Le hace entrega de las llaves que la madre dejó en la mesa al entrar, la empuja fuera de la casa y le cierra la puerta en la cara.

      Cuando salgo de mi entumecimiento, corro a buscar la página que, gracias a Dios, la señora Clarson ha dejado algo arrugada y procedo a leer, con Floyd pegado a mí.

      Su madre había encontrado el resto de la información que necesitábamos. Ahora solo falta desenterrarlo, recitar el hechizo y que este funcione.

      Y, más importante aún, protegerlo de la muerte una vez más.

       07

      —Yo no voy a leer eso —objeta Floyd cuando terminamos de leer, apuntando a la página con el dedo índice y con una mueca de repulsión. Cierro el libro, preocupándome de marcar la página antes, y lo dejo sobre la mesa.

      —No te preocupes, sabía perfectamente que yo iba a ser la que lo leería —respondo, echándome en el sillón. A pesar de que acabamos de despertar, mi cuerpo me pide a gritos que entre en un estado de hibernación eterno y no me preocupe de nada—. Lástima que no sé latín.

      —Oh!! Siempre existe algo llamado traductor —contesta el moreno tirándose a mi lado. Estira su brazo hacia atrás y saca una palomita de las profundidades del sillón. Prometo que pensé por un segundo que se la iba a comer, pero en cambio la lanza hacia la televisión, donde rebota y cae al suelo.

      —Algo me dice que es mejor recitarlo en el idioma en el que está escrito ¿No te has fijado que siempre lo hacen en el idioma original? Yo lo voy a hacer así también. Pronunciaré todo tal como se lee y ya está.

      —Como quieras, pero si no funciona ahí voy a tener que estar yo con la traducción para sostener tu feo trasero —se queja. Toma el libro de la mesa y comienza a leer una vez más—. Creo que la tendría lista para esta noche, ¿lo quieres hacer?

      —Mientras antes mejor. Juntaré todo lo que necesitamos y lo meteré en el maletero de tu auto. ¿Nos juntamos a las once de la noche? —pregunto, y me dispongo a escribir en mi móvil la lista de lo que necesitamos.

      —Está bien.

      Me hace entrega de las llaves de su vehículo que tenía en el bolsillo y me echa una mirada al recordar algo.

      —Vamos a abrir una tumba, luego le vamos a poner la tierra de vuelta, ¿qué pensarán cuando vean la tumba fresca de alguien que se murió hace tiempo?

      —Pensarán que es reciente —suelto sin más, reproduciendo la idea con la que soñé para encubrir este problema en la cabeza. Cuando ya está completamente decidido procedo a explicársela—: Compremos flores y las ponemos encima del nombre, muchas para que los visitantes y lo cuidadores piensen a simple vista que acaba de llevarse a cabo un funeral. Para cuando se marchiten no habrá cuerpo que buscar, esperemos que Chuck ya estará de vuelta a la vida y escondido en mi casa.

      —¿Lo vas a esconder en tu casa? —pregunta, abriendo sus ojos con sorpresa—. ¿No crees que existe una gran posibilidad de que tus padres lo descubran?

      —No lo creo, lo sé, y tú le vas a prestar ropa hasta que compremos. Lo que no puede hacer es volver con sus padres, les daría un ataque al saber que su hijo está vivo.

      —No quiero hacer eso… Está bien lo haré, pero borra ese puchero feo. Qué bueno que usaremos guantes. Si dejamos pistas, tendremos muchos problemas —comenta, mirando ahora el techo blanco—. Y bolsas, también necesitamos de esas.

      —¿Por qué bolsas? —pregunto, sin comprender de qué está hablando.

      —Para que no nos rastreen por las huellas de los zapatos o algo así.

      —Ah…, bien pensado.

      Me sorprende que, por primera vez, el que se anticipa a los hechos es mi amigo y no yo. El mundo está cambiando severamente.

      — Felicidades, Floyd, eres útil después de todo.

      —Oye, cállate que sin mi estarías sola y complicada —dice, amurrado, retirando la mano que le había puesto sobre el hombro.

      —Está bien gran y poderoso hombre rebelde.

      El moreno me da una mirada severa, por lo que comienzo a temer su venganza. Mejor no me río más de él.

      —Vas a pagar por deshonrarme.

      A duras penas contengo las ganas de reír, pero se hace cada vez más difícil cuando mi amigo se lanza hacia mí, haciéndome cosquillas por todas partes, mientras yo trato de detenerlo.

      El resto de la tarde, por lo que Floyd me cuenta, se dedica a intentar descifrar lo que dice el texto. Yo, en cambio, he tenido un día de lo más movido, de tienda en tienda en busca de palas, guantes, flores e, incluso, una camilla para transportar el cuerpo. Es obvio que ni Floyd ni yo lo vamos a cargar.

      A las once de la noche de este domingo 5 de mayo me encuentro recargada en el auto de mi mejor amigo, esperando que se digne a salir de casa con el hechizo en la mano. Cuando se abre la puerta principal, y Floyd sale, le hago entrega de sus llaves.

      —No puedo creer que estemos por hacer esto —comenta, ya manejando.

      —Claro, porque desde chica he deseado cavar una tumba para quedarme con el cuerpo —justifico con sarcasmo. Estiro mi palma y al ver que no me pasa nada muevo los dedos y vuelvo a hablar—: ¿Qué

Скачать книгу