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más te acosa por las noches?

      Se hace audible su voz en la penumbra, con su tono grave resonando en el silencio. La risa se escapa de mi garganta y trepa por las paredes de la habitación.

      —Adoro tu risa.

      —Me lo has dicho —comento yo, quieta como una roca; tampoco es que tenga otra opción.

      —Es que de todas las veces que escuché a alguien reír en mi otra vida, ninguna me ha gustado tanto como la tuya —se justifica. Acepto su opinión, después de todos son sus gustos, no los míos.

      —Lo que digas. Louis se me acercó de nuevo hoy —comento para sacar tema, no sé por qué ese, pero si de algo me he dado cuenta es que con Chuck puedo hablar de lo que sea con total libertad y él nunca se aburrirá.

      —¿Es que acaso nunca se cansa? ¿Qué te dijo esta vez? —pregunta con fastidio, pero sé que en realidad está feliz, siempre lo está, sin importar qué atrocidad le cuente, él está feliz de conversar.

      Y eso se puede entender, según lo que me ha dicho nunca pudo encontrar su cuerpo, por lo que no pudo ser libre. Es como cuando los ángeles de Navidad tienen que encontrar sus alas, Chuck busca su cuerpo, así de satánico suena. Me contó que desde que es alma no tenía ningún propósito, esto le dio la idea de ser un fantasma de la parálisis para así encontrar a alguien con quien hablar. Buscó hasta que me encontró a mí. Por supuesto que yo era muy pequeña, tenía solo once años, pero lo recuerdo todo muy bien, aunque con el tiempo me acostumbré y ahora es mi amigo. Le prometí que le ayudaría a encontrar lo que tanto busca, es decir su cuerpo, a lo que me respondió que no tenía tanta prisa. Pero lo que no entendí, y se lo pregunté, fue que si, según lo que me dijo, llevaba muerto varios años, su cuerpo debería estar en estado de descomposición. Me explicó que para los buscadores de cuerpos había dos opciones: Encontrar su cuerpo y que este comience a descomponerse para que el alma sea libre, o adoptar el cuerpo, que es muy arriesgado y casi nadie opta por eso. Él dice que aún no decide cuál de las dos elegir, pero tiene tiempo.

      Quise preguntar más, pero dijo que ya había dicho suficiente. “Cuando necesite tu ayuda sabrás más y sé que estarás ahí para mí, pero necesito ahora que no investigues sobre mí, no todavía”, fueron sus palabras exactas, y planeo darle en el gusto.

      Y eso es lo que nos lleva a la actualidad. Las conversaciones se hicieron constantes, todas las noches durante cinco años, como ya he dicho. La comodidad y la confianza llegaron muy pronto. Y no lo cambiaría por nada, porque por más raro que suene, es la verdad. Le tengo cariño a un fantasma.

      ¿Ven? Ya dije yo que soy anormal. Por eso, nunca se lo he dicho a nadie más que a Floyd, cualquier otra persona me internaría en un loquero de inmediato. Y no lo juzgaría. Esta es la razón por la que mi psicóloga y mis padres saben solamente sobre la parálisis, jamás les contaría sobre Charles.

      —Espero que Louis eventualmente se vaya a aburrir, así lo espero —digo, motivando la risa grave de mi amigo—. Me pidió lo típico, una cita, este viernes.

      —¿Le has vuelto a decir que no?

      —Sep. No tengo ganas de salir con Louis. Además, ya tengo una cita contigo.

      —¿Sabes lo mal que eso suena considerando nuestra situación? —pregunta él, con un toque de repulsión.

      —Por supuesto.

      Nuestras risas resuenan a dúo y no puedo evitar sonreír cuando cesan. Todo esto es extraordinario.

      —¿Por qué no sales con él? —pregunta, después de unos segundos de silencio.

      —¿Hola? ¿Has escuchado todo lo que te he dicho de Tomarelli? No es un mal chico, pero a mí no me va. Ya te lo he dicho, no me da la gana.

      —Tú y yo sabemos que esa no es la verdadera razón.

      —¿Si ya la sabes para qué preguntas?

      Odio cuando se pone así, odio este tema. No salgo porque no quiero. Punto.

      —Quiero oírte decirla. No puedes dejar de vivir solo porque yo ya no lo hago, Verónica. Sabes que Louis no es el único chico que intenta arrastrarte fuera por las noches. Floyd, y sé que otros más, también. Deberías salir.

      —No quiero perder una noche contigo, es más fácil y es mejor hablarte a ti que salir a hacer quién sabe qué. Amo a Floyd, pero en las noches estoy ocupada y lo sabe —contraataco.

      —Puedes salir en las noches, tienes mi permiso, si eso es lo que buscas. Puedes llegar tarde y ten por seguro que a la hora que sea que estés dormida yo te visitaré, soy tu parásito —apunta—. Si sigues así te quedarás sola por siempre. Sal a disfrutar la vida de un adolescente, yo lo hice, es tu turno.

      —Pues si me quedo sola por el resto de mis días, te tendré a ti. No necesito vivir lo que todo chico vive, no soy como ellos.

      No estoy dispuesta a ceder en esto.

      —Si tengo que dejar de venir en las noches para que salgas lo haré. Sé perfectamente que puedes conocer a alguien en el día, pero créeme, te estás perdiendo algo si no te arriesgas.

      —No, no me harías eso. Está bien, saldré si tanto quieres, pero no me dejes —le suplico. Esa sola frase fue suficiente para que yo cambiara de opinión, para llegar al extremo de las súplicas.

      —No lo haré si me haces caso —dice, severo.

      Debo admitir que sus habilidades para calmarme no son lo mejor que he visto, o escuchado.

      —Bien —me limito a decir—. Pero, solo hasta medianoche. Y para que sepas lo hago solo porque eres la segunda persona que me dice esto en el día.

      Intento convencerlo, aunque ambos sabemos que la razón primordial es porque no quiero que se vaya, yo le creo porque me ha dicho que el haría todo a su alcance para que yo esté bien. Y la conexión que siento por las noches me dice que es real.

      Es una conexión que no soy capaz de explicar. Es como el vínculo con una mascota, o con un amigo, incluso con un extraño con el que uno siente que lo conoce de toda la vida. Es algo real, aunque parezca totalmente sacado de la mente de un psicótico.

      —¿Floyd fue el primero? —pregunta, después de la silenciosa pausa.

      —Sí, tuvimos esta conversación cuando arruiné sus planes de salida después de la consulta con la doctora —respondo retomando una conversación sobre mi día.

      —Ya te lo he dicho, pero me agrada Floyd, me hubiera gustado conocerlo —menciona.

      —Yo lo conozco por los dos. Es el mejor amigo que alguien podría tener, no sé qué haría sin él. De verdad que es genial.

      Nos quedamos en silencio por un largo rato.

      —¿Verónica? —dice, después de varios segundos—. ¿Es posible que me prometas que si alguien te invita a salir irás?

      —No lo sé, no veo el futuro.

      Sé que querría que le diera una respuesta seria, pero estoy verdaderamente cansada de hablar de mi vida social/amorosa y deseo cambiar de tema.

      —Me saqué la calificación más alta de la clase en biología.

      —Sabía que te iría bien, no por nada eres una cerebrito en esa área.

      Parece aceptar dejar de lado el tema que me incomoda para disfrutar de una conversación que nos complace a los dos.

      —¿Quién lo diría? A alguien como yo le apasiona una cosa como la biología —digo con sorna. No soy de juzgar un libro por su portada, pero eso no quiere decir que el resto de la sociedad no lo haga y me baso en esto cuando digo que a una chica con el cabello teñido, un amigo loco y extrovertido, una apartada de la sociedad, le puede ir bien en una materia apropiada para los llamados “nerds”.

      —Yo lo diría. Una chica tan asombrosa como tú es capaz de hacer cualquier

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