Скачать книгу

—dice burlón, pero él y yo sabemos que en realidad esa era el área de lenguaje en la que peor le iba en el colegio—. ¿Has pensado en estudiar algo relacionado con las ciencias?

      —Lo he pensado, no estoy segura aún, me queda un año y medio todavía, así que no me presiones.

      —Prepárate, no soy yo el que te va a presionar en unos meses.

      Seguramente se refiere a mis padres.

      —Lo sé, lo sé. ¿Qué era eso que tú querías estudiar? —pregunto esta vez yo.

      —Quería ser arqueólogo. Hay una historia detrás de eso. ¿Te la he contado?

      Por reflejo, intento negar con la cabeza, pero estoy en medio de una parálisis, por lo que simplemente respondo que no.

      —Mi historia no es como la de todos los niños que les gustaba excavar cuando eran chicos. Cuando tenía unos seis años vi una película sobre los mayas o aztecas, ya no recuerdo, y me maravillé con todas las cosas que había, cómo vivían, lo que hacían. Les pregunté a mis padres que pasó con esos pueblos. Su respuesta fue lo que respondería un historiador. Yo quería saber cómo es que los historiadores sabían lo que sabían. Me hablaron de gente que sigue buscando pistas, recuerdos, lo que sea sobre ello. Desde ahí me prometí que los ayudaría a buscar objetos y se convirtió en mi profesión soñada. Lástima que nunca pude alcanzarla.

      No es por tenerle compasión, pero escucharlo hablar sobre sus metas que nunca pudo cumplir debido a su muerte a los diecisiete años, me da la inspiración para seguir, pero igual siento algo de pena.

      —Prometo hacerme amiga de algún arqueólogo para preguntarle sobre su trabajo, es lo mínimo que puedo hacer —digo, convencida de que lo voy a intentar, por él.

      —Y luego me lo cuentas todo a mí. Hazle todas las preguntas posibles, quiero que me diga lo que yo no pude descubrir de mi sueño —dice entusiasmado, pero puedo notar la melancolía en su tono, la decepción de no poder haber vivido lo suficiente.

      —Total, ya sé que vergüenza no te da.

      —Cuenta con ello, Charlie —le prometo. Él suelta un quejido parecido a un gruñido, odia que lo llamen por ese nombre.

      —Ya te dije que la ventaja de estar muerto es que nadie te llama de manera ridícula, pero obviamente ahí tienes que venir tú para recordarme que mis padres no sabían poner sobrenombres —se queja.

      La verdad es que no sé por qué le disgusta tanto su nombre; personalmente, encuentro que es muy tierno y le queda perfecto.

      —Mis padres me llamaban así y me hace sentir como un niño pequeño, así que te pido que no vuelvas a llamarme Charlie.

      —Está bien, no te llamaré así, pero quiero que sepas que a mí me gusta —le informo, una vez que ya sé el porqué.

      —Eso es porque tú estás loca.

      —Pero eso no es una novedad, para nadie.

      Me río de mi propio estado mental. Por cierto, este no tiene nada que ver con que vaya al psicólogo. Aunque perfectamente podría tener un trastorno esquizofrénico, en realidad Charles no es real. Pero eso no es aceptable para mí, yo sé que es real, lo siento en los huesos, en el alma. Y si no, nunca sabremos qué es realmente, ya que no pienso contarle a la doctora Freeman sobre él. Ella dice que es bastante normal tener parálisis del sueño, si quitamos la parte de que ocurre todas las noches. No sé porque le doy tantas vueltas a este tema si obviamente no lo voy a llevar a ningún lado, pero supongo que cualquiera en mi lugar lo haría, ¿no?

      —¿Y qué más? —pregunta, sacándome de mis cavilaciones.

      —¿De qué cosa? —interrogo, sin comprender.

      —¿Qué más cuentas? —apunta, con un tono de obviedad.

      —Pues nada, ya te he contado lo interesante.

      Es verdad, no le he dicho cómo fue mi ida a la psicóloga, en parte porque hoy no hemos hablado nada relevante para mi gusto, solo preguntas tontas de cómo me siento en general, a lo que he respondido con monosílabos. Además, desde que empecé a ir con ella, con Charles acordamos que no hablaríamos de eso.

      —¿Y tú? ¿Qué haces cuando no hablas conmigo?

      —De todo, o nada —contesta, precavido y nervioso, sin dar una respuesta precisa.

      Me doy por vencida, no importa cuántas veces intente sacarle información sobre qué hace en su “tiempo libre”, es un caso perdido. Supongo que estoy bien con eso, después de todo es justo, todos tenemos secretos, yo también tengo temas que quiero evadir o cosas que no quiero contar. Pero aun estando de acuerdo siento la corazonada de que él oculta mucho más de lo que aparenta, algo profundo, tal vez peligroso. Igual no puedo fingir que las ganas de llegar al fondo de eso no existen.

      —Pues, entonces, creo que no hay nada más que decir por hoy, por lo menos no se me ocurre nada —apunto—. ¿Qué hora es?

      —Las cinco de la mañana, me tardé un poco, lo siento.

      Hubiera hecho una mueca si pudiera, pero en cambio suelto un quejido.

      —Tengo clases en unas horas, ¿podrías permitirme seguir durmiendo? Además, esta posición es un tanto incómoda.

      Casi nunca hay la manera de despedirnos de una forma normal o natural, son muy pocas las veces en que eso ocurre.

      —Por supuesto —accede—. Nos vemos mañana, Verónica.

      —Corrección: Nos escuchamos mañana.

      Creo que lo que vino después fue caer en un sueño profundo, que hizo a un lado toda esa conversación irreal, y despertar a la mañana siguiente totalmente ajena a todo lo que va a pasar.

       03

      —Está bien.

      Floyd cierra su casillero de golpe al escucharme, llevándose una mano al pecho, sobresaltado, se voltea para encararme.

      —No te sigo. Necesito más información para comprender. Y no me vuelvas a tomar así de desprevenido —dice, alzando una ceja suspicaz. Él sabe que conmigo nunca se sabe qué ideas locas puedo traer. Lanzo un bufido y me enderezo con los libros en una mano.

      —Me refiero a que acepto —digo entre dientes. Mi amigo no es adivino así que obviamente me indica que prosiga, pensé que sería más rápido—. Esta noche soy toda tuya, llévame a donde quieras, pero debo estar en casa entre las doce y la una.

      Floyd abre los ojos de manera casi inhumana, luego sonríe triunfal y me rodea con sus brazos separando mis pies del piso y haciéndome oscilar en el aire. No pensé que se pondría tan contento por un detalle tan nimio.

      —Floyd, bájame —intento decir, si sigue sacudiéndome, voy a vomitar todo el desayuno. Al parecer lo entiende y me deja quieta en el suelo. Me arreglo la ropa que ha quedado toda desordenada.

      —Lo siento, es que me emociona que quieras salir de casa, por la noche, sin dormir —aclara, sonriendo plenamente—. Escoge lo mejor que tengas, hoy vamos a salir a bailar.

      —¿A bailar? ¿Qué acaso vamos a una discoteca? —le pregunto, mientras nos ponemos en marcha por el pasillo. Él asiente. Lo bueno de que sea jueves es que nos tocan casi todas las clases juntos, incluida la primera—. ¿Hablas en serio? ¿Desde cuándo vas tú a discotecas?

      —Hay muchas cosas que no sabes de mí, Ronnie. Es parte de ser rebelde —me dice, con una sonrisa pícara que no promete nada bueno.

      —Pero tú sabes casi todo de mí —objeto frustrada. No me enoja realmente, todos tenemos derecho a guardar secretos, pero yo le he contado hasta el detalle más descabellado de mí y a él no se le ocurrió decirme que se va de fiesta por las noches.

      —Bueno, eso es porque tú eres la loca y ya no te importa si me dices de qué color te salió la caca

Скачать книгу