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      –Pensé que íbamos a quedarnos aquí.

      En el momento en que Cat pronunció esas palabras, todo cambió y fue como si la electricidad y el calor llenaran el aire. Nevada había estado mirando a Tucker y por eso pudo ver cómo se le dilataron las pupilas y se le tensaron los hombros.

      Sin dejar de mirar a la bella mujer, él respondió:

      –¿Lo dejamos para otro momento, Nevada?

      Incluso con su absoluta carencia de experiencia en el terreno de los hombres y el sexo, Nevada supo lo que había pasado y lo que pasaría en el momento en que se marchara. Harían el amor, allí mismo, en el suelo. Porque estaban juntos y Cat era la clase de mujer que despertaba una increíble pasión en los hombres.

      –Claro –susurró ella ya dirigiéndose hacia la puerta.

      Se sintió como una estúpida y como si estuviera fuera de lugar. Le dolía el corazón al verse forzada a aceptar que Tucker no había sentido la conexión y que la veía como la hermana pequeña de Ethan porque amaba a Cat.

      Cuando salió a la calle, los ojos le ardieron bajo la brillante luz del sol. Quería volver, decirle que se equivocaba, que debía darle una oportunidad. Y lo hizo, pero vio que Cat y Tucker ya estaban abrazándose. Su beso fue más intenso y más apasionado que nada que hubiera visto o imaginado nunca. Las manos de él acariciaban su cuerpo como reclamándolo.

      Avergonzada, cerró la puerta y corrió a su camioneta. Se dijo que no importaba, que no volvería a ver a Tucker y que lo que fuera que había sentido por él se desvanecería tan rápido como había llegado. En un par de días se habría olvidado de él.

      –Sabes que no me gusta entrometerme –dijo Denise Hendrix mientras vertía pepitas de chocolate en un cuenco.

      –Ojalá eso fuera verdad –Nevada se apoyó contra la encimera y vio cómo su madre removía la masa de galletas–. Te encanta entrometerte.

      –No. Me encanta llevar la razón –su madre le sonrió–. Hay diferencia.

      –Una muy sutil.

      Estaban en la cocina de su madre, en la casa familiar de los Hendrix donde Nevada había crecido. Habían hecho distintas reformas a lo largo de los años y la más reciente había sido la remodelación de la cocina, pero nada podría cambiar el hecho de que esa casa fuera su casa del alma.

      Su madre comenzó a colocar hileras de masa sobre el papel de horno.

      –¿Quieres hablar de ello?

      –No hay mucho que decir. La entrevista ha ido mal. Esperaba encontrarme a Elliot Janack, pero era Tucker.

      –Creía que te caía bien Tucker.

      Nevada pensó en lo enamoradísima que había estado de Tucker todos esos años, aunque tal vez no había sido amor de verdad porque, cuando todo empezó, ella era joven e ingenua y se había visto metida en un mundo para el que no estaba preparada.

      –Que me caiga bien no es el problema.

      Le relató brevemente su corto pasado juntos y el único encuentro sexual ahorrándole a su madre los detalles.

      –Estaba avergonzada por lo que había pasado entre los dos, pero él no dejaba de sacarlo a relucir. Te juro que solo quiere contratarme ahora para limpiar su reputación y eso no me interesa. El trabajo es una gran oportunidad, pero no bajo estas circunstancias.

      –¿Te ha pedido que volváis a tener sexo para poder redimirse?

      –No, pero yo no quiero un trabajo por lástima.

      Denise soltó la cuchara y la miró.

      –¿Estás diciendo que quiere darte un trabajo para compensar que fue malo en la cama?

      Nevada se estremeció.

      –Tenía más sentido cuando estaba pensándolo dentro de mi cabeza, pero ahora que me lo has preguntado, suena estúpido.

      –Seguro que hay una razón para eso.

      Denise Hendrix se había casado joven y había tenido tres chicos en menos de cinco años. Decidida a tener una hija, se había quedado embarazada una última vez y se había encontrado con trillizas. Había asumido el impacto con su habitual humor y había criado a sus seis hijos sin problemas y dejando asombrada a la mayoría de la gente.

      Viuda desde hacía once años, por fin había empezado a salir, pero su vida social no la mantenía tan ocupada como para no tener tiempo para decirle a sus hijos exactamente lo que pensaba y eso era tanto una bendición como una maldición.

      –Si a Tucker le preocupara de verdad su reputación, no te contrataría. Saldría corriendo todo lo deprisa que pudiera o intentaría acostarse contigo para luego marcharse. ¿Por qué iba a arriesgarse a que le contaras a toda la cuadrilla que pasaste una noche con él?

      –Porque sabe que yo jamás haría eso.

      –¿Lo sabe? Pues no parece que se tomara el tiempo suficiente para conocerte.

      –Las cosas eran complicadas por entonces –murmuró sin querer entrar en el asunto de Cat. Sí, Tucker había sido un horror en la cama, pero había sido ella la que se había echado sobre él en cuanto se había enterado de que Cat y él habían roto. Prácticamente le había suplicado que se acostara con ella. Por desgracia, su breve encuentro no le había aportado nada y, por el contrario, sí que le había partido el corazón.

      –Si te importan tus sueños, entonces te han dado una oportunidad excelente. Odiaría ver cómo la echas a perder y luego te lamentas por ello. Vivir con eso debe de ser muy difícil.

      Nevada miró a su madre.

      –¿Tú te lamentas de algo?

      –No de mucho. He tenido suerte, tuve un marido maravilloso y tengo a mis hijos.

      –Y tus hijos somos increíbles.

      Denise se rio.

      –Sí, sí que lo sois –acarició el brazo de Nevada–. Esto es lo que dijiste que querías, ¿por qué dejar que una sola noche se interponga? Sois adultos. Podéis dejar esto atrás y decidir seguir con vuestras vidas.

      –Estás siendo racional y eso siempre es desconcertante.

      –Es importante hacerte pensar.

      Nevada respiró hondo.

      –Tienes razón. Quiero el trabajo y solo fue una noche. ¡Pero si solo fueron cinco minutos! Tendría que ser capaz de olvidarlo.

      En lugar de volver con sus galletas, Denise levantó el teléfono.

      –Puedes llamar ahora mismo.

      Nevada gruñó.

      –Esto me recuerda a cuando me traje a casa la Barbie Adolescente de Pia. Me hiciste volver y disculparme.

      Se quedó mirando el teléfono.

      –De acuerdo, llamaré.

      Sabiendo que pensar demasiado en ello solo complicaría más las cosas, sacó la tarjeta de visita de Tucker del bolsillo de sus vaqueros y marcó. Dos tonos después, oyó su voz.

      –Janack.

      –Hendrix –respondió ella antes de poder evitarlo–. Eh... soy Nevada.

      –Ey, hola, ¿qué tal?

      Ella se aclaró la voz.

      –He pensado que podríamos terminar nuestra entrevista.

      El silencio se prolongó entre los dos y ella se tensó por dentro. ¡Maldita fuera! Iba a decirle que no, iba a decirle que había cambiado de opinión.

      –Genial. ¿Estás libre ahora? Voy a la obra y me gustaría enseñarte lo que estamos haciendo.

      Ella

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