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hubiera sido otro el que se burlara de él, Tucker se habría enfurecido, pero Will era prácticamente de la familia. Apenas le sacaba diez años y llevaba trabajando para Construcciones Janack desde que había salido del instituto, de modo que Tucker siempre lo había visto como el hermano mayor que no había tenido. Rápidamente, Will había ido subiendo puestos en la empresa hasta que un accidente sucedido seis años atrás le había roto las dos piernas y le había fracturado la espalda.

      El seguro médico se había ocupado de las facturas y el padre de Tucker había mantenido a Will en nómina a pesar de que, incluso después de un año de recuperación, Will no había podido volver a las obras.

      Justo en ese momento, Tucker había empezado a dirigir sus propios proyectos y le había ofrecido a Will un puesto como su mano derecha. Llevaban trabajando juntos desde entonces. Formaban un buen equipo y esa era la razón por la que Tucker estaba dispuesto a aguantar tantas bromas y burlas de su amigo. Sin embargo, nada de eso resolvía el problema de Nevada.

      El proyecto del hotel casino era enorme, el mayor que había dirigido nunca. Necesitaba un buen equipo y Nevada aportaría mucho. El hecho de que la conociera y confiara en ella hacía imposible que pudiera dejarla marchar sin más, pero, ¿cómo podía convencerla de que dejara el pasado de lado y fuera a trabajar para él?

      Mientras salía de la sala detrás de Will, se dio cuenta una vez más de que los problemas de su vida podían encontrar su origen en Caterina Stoicasescu. Cat siempre había sido un infierno sobre ruedas. Los que la rodeaban tenían la opción de apartarse o de dejarse atropellar y quedar desangrándose y destrozados a un lado de la carretera. A él lo había atropellado muchas veces, hasta que había entendido que llevaba demasiado tiempo haciendo el tonto por amor. No valía la pena tantos problemas a cambio de esa emoción y ahora encima, por desgracia, Cat le había dejado con un desastre más que arreglar.

      Nevada se encontraba fuera del hotel preguntándose adónde ir. Si volvía al trabajo, Ethan, su hermano, estaría allí y querría saber cómo había ido la entrevista, algo muy razonable dadas las circunstancias. Desafortunadamente, la respuesta no era fácil. ¿Qué tenía que decir, exactamente? Por mucho que Ethan pudiera considerar a Tucker un buen amigo, de ningún modo aceptaría el hecho de que se hubiera acostado con su hermana pequeña, virgen y de dieciocho años.

      Descartando lo de volver al trabajo, buscó otra opción. Ir a casa era una, pero no quería estar sola, porque pensar en soledad te conducía a la locura, pensó mientras recorría la calle con gesto adusto.

      Diez minutos después, entró en el bar de Jo. Como siempre, estaba bien iluminado y resultaba muy femenino y acogedor. Hasta hacía poco tiempo el pueblo había sufrido una escasez de hombres y el bar de Jo se aprovechaba de ello y servía, principalmente, a mujeres. Los aperitivos iban acompañados de una lista de calorías, las televisiones estaban sintonizadas en canales de Teletienda y reality shows y, siempre que era posible, ofrecía versiones bajas en calorías de cócteles y otras bebidas.

      Poco después de las tres, y a mitad de semana, no había muchos clientes. Jo Trellis, la propietaria del bar, se había mudado a Fool’s Gold hacía unos cuatro o cinco años y, a pesar de haber reformado el local ignorando la sabiduría popular según la cual los bares debían estar hechos para hombres, había abierto sus puertas con un gran éxito.

      Nadie sabía mucho sobre el pasado de Jo, una mujer alta y musculosa aunque no en exceso. Lo único que todos sabían con seguridad era que Jo guardaba una pistola bajo la barra y que sabía cómo usarla.

      Salió de la trastienda y vio a Nevada sentándose en un banco.

      –Has llegado pronto.

      –Lo sé. He tenido uno de esos días en los que emborracharse parece la mejor opción.

      –Lo pagarás caro por la mañana.

      Mientras oía ese consejo, la mañana le parecía estar muy lejos.

      –Un vodka con tónica. Doble.

      –¿Quieres comer algo? –preguntó Jo más como una madre preocupado que como una mujer que se ganaba la vida sirviendo copas.

      –No, gracias. No quiero ralentizar el proceso –si bebía lo suficiente, olvidaría y, en ese momento, olvidar le parecía lo más inteligente.

      Jo asintió y se marchó para volver unos segundos más tarde con un gran vaso de agua.

      –Hidrátate. Ya me lo agradecerás después.

      Nevada se tomó el agua hasta que llegó su bebida y, prácticamente, se bebió la mitad de un asalto. Ahora había que esperar; esperar a que el vodka le nublara la mente y disipara la espantosa tarde que había tenido.

      Como norma, era una firme creyente en el hecho de enfrentarse a sus problemas; en encontrar lo que funcionaba mal, dar con varias soluciones y elegir la mejor para actuar. Siempre había sido valiente y emprendedora y hacía todo lo que podía por quejarse lo mínimo, pero todo ello no significaba nada cuando se trataba de Tucker Janack.

      No podía cambiar el pasado, no podía retroceder en el tiempo y modificar una decisión mal tomada. La realidad era que había estado locamente enamorada de ese hombre y que había actuado precipitadamente. Era culpa suya y podía aceptarlo. Lo que la reventaba era tener que pagar por todo ello ahora.

      Se terminó la copa y pidió otra. Antes de que se la sirvieran, la puerta del bar se abrió y entraron sus hermanas. Miró el reloj rápidamente y vio que habían pasado menos de quince minutos desde que se había sentado en ese banco.

      –¡Impresionante! –le gritó a Jo.

      Su amiga se encogió de hombros.

      –Ya sabes lo que pienso de la gente que bebe sola.

      –Es medicinal.

      –¡Si tuviera un centavo por cada vez que he oído eso...!

      Nevada centró su atención en las dos mujeres que caminaban hacia ella. Tenían su altura exacta y el mismo cabello rubio y ojos marrones, lo cual no era de extrañar teniendo en cuenta que eran trillizas.

      Cuando eran niñas, distinguirlas había sido una pesadilla para casi todo el mundo, incluso para su familia, pero desde entonces habían ido cultivando diferencias hasta en la forma de vestir y en su estilo personal. Montana llevaba el pelo largo y ondulado, bonitos vestidos de flores y todo en tonos suaves. Por otro lado, Dakota era la que mejor vestía, aunque ahora mismo el hecho de que estaba embarazada habría facilitado aún más la identificación entre las tres.

      Nevada, particularmente, siempre se había considerado la más sensata de las hermanas, pese a su presente situación. Pasaba gran parte de sus días en obras donde los vaqueros y un par de botas eran un requisito más que una elección de moda, tomaba decisiones inteligentes, solucionaba problemas y hacía todo lo que podía por evitar tener que lamentarse de algo. Tucker era el bache más grande en ese, de lo contrario, tranquilo y ligeramente solitario trayecto que era su vida.

      –¡Ey! –exclamó Dakota sentándose en el banco frente a ella–. Jo nos ha llamado.

      Montana se sentó junto a Dakota y ladeó la cabeza.

      –Ha dicho que estabas bebiendo.

      Nevada agitó su vaso vacío mientras miraba a Jo.

      –Y también una quesadilla.

      –Creía que no querías comer nada.

      –He cambiado de opinión.

      –Bien –Jo fue hacia ella, agarró el vaso vacío y tomó nota de los pedidos de Dakota y Montana–. Ojalá fuerais lo suficientemente inteligentes como para parar cuando todavía podáis evitar una resaca.

      –Lo siento, pero eso no va a pasar –Nevada esperó a que Jo se marchara y después miró a sus hermanas–. Habéis llegado más deprisa de lo que me esperaba.

      –Es por este nuevo invento llamado «teléfono» –le respondió Montana–. Acelera la comunicación.

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