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a verlo en la obra. Vamos a hablar.

      Su madre sonrió.

      –¿Seguro que es lo único que vais a hacer?

      –Maaaaamá.

      Denise se rio y la abrazó.

      –Todo irá bien.

      –Eso no puedes saberlo.

      Denise sonrió.

      –Estoy segurísima.

      Tucker estaba a un lado de la carretera. El primer trabajo que había hecho su cuadrilla había sido despejar una zona para aparcamiento y para guardar el material pesado. Ahora con eso terminado, el verdadero esfuerzo comenzaría. Construir un hotel casino supondría cientos de miles de horas y millones de dólares durante casi dos años. Él tenía planeado terminar antes y por debajo del presupuesto, y para eso necesitaba al equipo correcto y mucha suerte.

      Se giró cuando un Ford Ranger azul claro se detuvo a su lado.

      Nevada estaba muy guapa, pensó al fijarse en sus vaqueros y su camiseta. Era una de sus combinaciones favoritas y le resultaba muy sexy, aunque eso no se lo diría a ella. Quería que trabajara para él y eso significaba que iban a pasar muchas horas juntos y el mejor modo de superarlo era comportarse como un profesional. Además, hacía tiempo había aprendido que encontrar a una mujer irresistible era un desastre y no necesitaba volverse a ver en una situación así.

      –¿Qué te parece? –preguntó asintiendo hacia la vasta extensión de tierra.

      –Son cien acres, ¿verdad?

      –Sí –señaló al este–. Hasta la arboleda tenemos aproximadamente una tercera parte –indicó el resto del camino–. Nos meteremos en la montaña.

      –¿No levantará eso a los espíritus? –preguntó ella con humor en sus ojos marrones.

      –Olvidas que soy uno de ellos, así que estarán encantados de verme.

      –Eso es verdad. ¿Eres parte de la tribu Máa-zib por tus dos padres?

      Él asintió.

      –Entonces, técnicamente tu padre o tú teníais que ser los que comprarais la tierra. Una empresa no podría poseerla.

      –Eso es. Se la hemos alquilado a la corporación para el proyecto.

      –Eres un magnate inmobiliario.

      –Soy propietario de una parte.

      –Aun así, es impresionante.

      –¿Estás impresionada?

      Ella sonrió.

      –Es posible.

      –Dime qué más haría falta.

      –Podrías enseñarme los planos.

      Fueron hasta la camioneta de Tucker y él sacó del asiento una copia de los planos. Bajó la puerta trasera y extendió sobre ella los planos.

      –Vamos a utilizar cada centímetro de tierra. Habrá una carretera que rodee todo el complejo. El casino estará aquí junto con el hotel.

      –Vais a mantener los árboles más antiguos –dijo ella sin levantar la mirada–. Me gustan los senderos para pasear –desplazó el dedo hasta la montaña–. Van a hacer falta importantes labores de voladura para poder quitar toda esta tierra.

      –¿Alguna vez has hecho voladuras?

      Ella se giró hacia él.

      –No, pero me gustaría.

      –Pues quédate conmigo, pequeña.

      –Es tentador.

      No le sorprendió que Nevada se viera más atraída por la promesa de una gran voladura que por la de un gran despacho. Ella siempre había sido así: entusiasta e inteligente. Recordaba su habilidad de pillarlo en cada mentira y cada broma. En varias ocasiones se habían quedado despiertos hasta tarde discutiendo sobre todo tipo de temas, desde política hasta la construcción sostenible. Era una persona con la que había disfrutado hablando... siempre que había logrado salir del ensimismamiento producido por Cat lo suficiente como para mantener una conversación.

      Quería decirle que lamentaba lo que había sucedido entre los dos. No lo de la mala experiencia con el sexo, aunque era bastante humillante pensar en ello, sino sobre lo demás. Había querido ser su amigo, pero no había sido capaz de pensar en nadie que no fuera Cat.

      –Pensé que iba a haber un centro comercial.

      Él sacó otro gran rollo de papel.

      –No vamos a desarrollarlo nosotros. Es un proyecto demasiado pequeño. Lo último que he hecho ha sido construir un puente suspendido de mil metros en África. Yo no construyo centros comerciales.

      Ella esbozó una media sonrisa.

      –Por supuesto que no.

      Tucker se apoyó contra la camioneta.

      –Ya no estás enfadada.

      –No estaba enfadada. Esta es una gran oportunidad. Vais a aportarle mucho al pueblo.

      –Les agradecemos su cooperación.

      –¿No la tenéis siempre?

      –Hay pueblos a los que no les interesa ni el cambio ni el crecimiento.

      –Fool’s Gold no es así. Este proyecto generará mucho empleo y mucho turismo. Ya tenemos un buen mercado de turismo, pero nada comparado con las cantidades que esto atraerá.

      –¿Por qué volviste? Podrías haber encontrado muchos trabajos en otros sitios.

      –Esta es mi casa. Crecí aquí. Mi familia fundó este lugar –sonrió–. Aunque claro, la tribu Máa-zib estuvo antes.

      –Claro.

      Él entendía el concepto de las raíces, pero no podía identificarse con ello. Nunca había tenido un lugar en particular al que llamar «hogar». Su padre tenía un piso en Chicago, pero rara vez habían estado allí. Su casa estaba donde hubiera un proyecto.

      –¿Quieres que te hable de tu equipo?

      –Claro.

      Le habló de los chicos que trabajarían para ella. Ella estaría al mando de las labores de desmonte de la zona de construcción y cuando eso estuviera hecho, su equipo pasaría a trabajar con algunos otros en la construcción del hotel.

      –También me interesa que nos sirvas de enlace con el pueblo, por si nos metemos en problemas.

      –No creo que lo hagáis, pero claro, puedo hablar con quien tú quieras.

      –Ya sabes que puede que los chicos te lo pongan un poco difícil al principio.

      Ella se encogió de hombros.

      –Tengo tres hermanos y no creo que haya mucho que puedan hacer que me impresione. Además, llevo mucho tiempo en el mundo de la construcción.

      Tucker quería decirle que estaría allí para protegerla, pero no lo hizo porque la protección implicaba un nivel de sentimientos inapropiado para una relación laboral. Eran colegas, nada más. El hecho de que ahora pudiera inhalar su suave y dulce aroma era algo sin importancia, como lo era el modo en que el sol hacía que su pelo mostrara cientos de matices distintos de rubio.

      Pero había trabajado con muchas mujeres y nunca se había fijado en ellas como algo más que compañeras, así que en cuestión de días le pasaría lo mismo con Nevada y ella no sería más que uno más de la cuadrilla.

      –Comenzaremos con la agrimensura el lunes. ¿Quieres estar aquí?

      –¿Estás ofreciéndome el trabajo?

      –Ya lo he hecho y lo has rechazado. ¿Vas a hacer que te suplique?

      –Seguramente

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