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Ella era muchas cosas, pero no «como todos los demás».

      —¿La has visto? ¿A tu amiga?

      Le había hablado un poco de Patience, le había contado que se habían conocido en el instituto, pero no que no había podido olvidarla desde entonces.

      —Sí.

      —¿Y es tal cual recordabas?

      Él pensó en cómo se sintió al tenerla en sus brazos, en cómo la había besado. Recordó su risa y cómo había dado vueltas en mitad de un local vacío.

      —Es mejor aún.

      Julia extendió los brazos.

      —¡Felicidades, Patience! Es todo lo que querías.

      Patience abrazó a su jefa.

      —Lo sé. Estoy muy ilusionada —Josh había accedido a alquilarle el local, y ella había llevado el documento al abogado esa misma mañana. Lo siguiente que había tenido que hacer era decirle a la mujer para la que trabajaba que se marcharía.

      —¿En cuánto tiempo abrirás? —le preguntó Julia soltándola.

      —En seis semanas. Tal vez ocho. He pensado que durante un tiempo podría trabajar media jornada, si te parece bien —alzó las manos—. Me siento como si te estuviera dejando en la estacada.

      —Y así es, pero qué más da. Esto es como ganar la lotería. No puedes darle la espalda a esta oportunidad. Ya veremos a quién podemos pasarles a tus clientes y después podrás llamarlos para contarles lo que va a pasar —el buen humor de Julia se disipó ligeramente—. Pero no dejes que se marchen a la peluquería de Bella.

      —Sí, señora —murmuró Patience ansiosa por evitar esa conversación en particular.

      Bella y Julia eran hermanas. Hermanas separadas. Sus peluquerías se hacían la competencia en el pueblo y eso requería que los buenos habitantes de Fool’s Gold tuvieran mucho cuidado si querían mantener la paz.

      Patience prometió contactar con sus clientes en un par de días y se salió de su despacho. Había ido a hablar con Julia aprovechando su día libre y ahora tenía miles de cosas por hacer y ni idea de por dónde empezar.

      Según lo acordado, el abogado de la tía abuela Becky le había enviado el cheque de un día para otro y el dinero ya estaba en su cuenta. Ava ya había investigado dónde ingresar los fondos para la universidad de Lillie y a finales de semana saldarían la hipoteca. Una vez firmaran el alquiler, empezarían a encargar todo lo que necesitaban y hablarían con un constructor para la reforma del local.

      Estaba entrando en la sala de la peluquería para recoger su bolso y seguir con sus quehaceres cuando una rubia alta la detuvo.

      —Tu madre me ha dicho que te encontraría aquí.

      Patience vio a su amiga Isabel y se rio.

      —¡No me lo puedo creer! ¿Cuándo has vuelto?

      —Ayer.

      Se abrazaron.

      —¿Me habías dicho que teníais previsto venir? —le preguntó Patience emocionada de ver a su amiga.

      —No, ha sido algo inesperado.

      Isabel vivía en Nueva York y trabajaba en publicidad. Al igual que Patience, había crecido en Fool’s Gold y su familia seguía allí.

      Patience miró el reloj de la pared. Eran casi las once y media.

      —¿Quieres que vayamos a comer algo y nos ponemos al día?

      —Estaba deseando que me lo propusieras. Tengo muchas cosas que contarte.

      —Pues estoy deseando oírlas.

      Fueron paseando hasta Margaritaville y se sentaron en una tranquila mesa junto a la ventana. Después de pedir un refresco y guacamole, retiraron las cartas y se miraron.

      —Tú primero —dijo Patience.

      Isabel se colocó un mechón de su larga melena rubia detrás de la oreja y se encogió de hombros.

      —No estoy segura de por dónde empezar.

      Patience la conocía de toda la vida. Isabel era un par de años más pequeña, así que nunca habían salido juntas en el instituto, pero poco después de que Ned la hubiera abandonado con su hija recién nacida, a Isabel la habían expulsado de la Universidad de California y había vuelto a Fool’s Gold. Les hacía gracia decir que sus desgracias las habían unido, y desde entonces habían sido amigas.

      —Antes de contarte mi triste historia —le dijo Isabel—, quiero ver fotos.

      Patience se rio y le pasó el teléfono. Isabel fue pasando las imágenes.

      —Crece por minutos. Está preciosa. Dile a Lillie que estoy deseando verla.

      —Se lo diré.

      Le devolvió el teléfono justo cuando la camarera llegó con sus bebidas, patatas, salsa y guacamole. Isabel esperó hasta que se quedaron solas y al instante puso la mano izquierda sobre la mesa y sacudió los dedos.

      —Me voy a divorciar.

      Patience se quedó mirando su dedo desnudo.

      —¡No! ¿Qué ha pasado?

      —Nada dramático —respondió con sus enormes ojos azules llenos de pena, aunque sin lágrimas—. Eric y yo seguimos siendo amigos, lo cual es muy triste. Creo que la verdad es que siempre hemos sido amigos. Nos llevábamos tan bien que queríamos creer que con la amistad bastaba, pero no era así.

      —Lo siento —dijo Patience mirándola. Pero había más, algo que Isabel no le había contado. Sin embargo, no quería presionarla. Cuando su amiga estuviera lista, ya se lo contaría.

      —Yo también. Me siento estúpida y perdida. Mis padres llevan casados como ciento cincuenta años —esbozó una compungida sonrisa—. Bueno, vale, unos treinta y cinco, pero aun así... Maeve lleva doce años casada y no deja de tener bebés. Soy el fracaso de la familia.

      Patience le acercó el guacamole.

      —¿Por eso has venido de visita? ¿Por el divorcio?

      —Más o menos. Mis padres han decidido que les ha llegado la hora de seguir sus sueños. Maeve y yo ya somos mayores y ellos no quieren esperar demasiado para poder viajar. Así que han sacado sus ahorros para rachas malas y se han comprado billetes para hacer un crucero por todo el mundo.

      —¿En serio?

      —Sí. Se marchan en un par de semanas. Y también quieren vender Paper Moon.

      Patience se la quedó mirando con una patata a medio camino de la boca.

      —¡No! —Paper Moon era la tienda de novias del pueblo, toda una institución desde que la abuela de Isabel había abierto el establecimiento.

      —Lo sé. Yo también me quedé impactada, pero mi madre está cansada de llevar la tienda y a Maeve no le interesa. Y, aunque le interesara, tiene demasiados bebés que cuidar.

      —No puedo imaginarme la plaza sin la tienda de vestidos de novia Paper Moon.

      —Seguirá donde está. Seguro que encontramos un comprador.

      —Pero no será lo mismo.

      Isabel miró por la ventana.

      —Todo cambia, incluso cuando no queremos —agarró una patata—. Bueno, el caso es que esa es la razón por la que he vuelto. Voy a trabajar en la tienda los próximos ocho meses para prepararla antes de venderla, y a cambio me llevo una tajada de las ventas. Es una gran noticia porque voy a necesitar el dinero.

      Se inclinó hacia delante con gesto más animado.

      —Tengo una amiga en Nueva York, Sonia. Es una diseñadora magnífica. Vamos a meternos juntas en el negocio, así que trabajar en la tienda

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