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      Manuel Desviat

      LA REFORMA PSIQUIÁTRICA

      Nueva edición revisada

      Título: La reforma psiquiátrica

      © Manuel Desviat

      © 2ª Edición revisada: Pensódromo SL, 2020

      1ª Edición: DOR SL, 1994

      Esta obra se publica bajo el sello La Revolución Delirante

      ISBN ebook: 978-84-122116-4-1

      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

      Nota a esta edición

      El propósito de este libro, desde su primera edición de 1994, fue hacer ver qué era la Reforma Psiquiátrica, en el momento de su mayor desarrollo en España y en algunos países de América Latina. Eran años constituyentes de la cultura reformista que ponía en entredicho la teoría y las prácticas entonces habituales en la atención al sufrimiento psíquico. La Reforma supuso una cultura y unas experiencias que por mucho que hayan impregnado buena parte de las prácticas existentes en la salud mental a lo largo de más de dos décadas, no está claro que se conozcan por las generaciones más jóvenes. Referirnos a la psicoterapia institucional, la comunidad terapéutica o la intervención en crisis en la acción comunitaria, suena algo propio del pasado, cuando en realidad habría que recuperarlo para evitar que nuestros dispositivos se conviertan en unidades huérfanas del ayer y sus razones; ignorantes de la indagación de la subjetividad clínica, institucional y comunitaria que fue forjando la Reforma.

      Esta pertinencia como material conceptual y técnico que puede ayudar a orientar la estrategia de los procesos de cambio y para el quehacer asistencial de los equipos de la Salud Mental, es por lo que se mantiene este libro en sucesivas ediciones en Brasil (1999, 2015) y se usa digitalizado en los países hispanoparlantes la muy agotada edición española; y es también la razón por la cual, apoyado en la opinión de viejos y jóvenes reformistas, he decidido reeditarlo en español. Lo que ha exigido una amplia revisión y actualización, incorporando nuevos apartados y capítulos respecto a la edición originaria.

      Me ha animado en la empresa la oferta de la recién estrenada editorial La Revolución Delirante, pues que mejor cobijo para La Reforma Psiquiátrica, surgido en la pasión de un quehacer hambriento de utopía, mas trabado en los límites de una realidad poco propicia, que las páginas de este movimiento de jóvenes profesionales de la salud mental que, sin renunciar a lo logros del pasado, amantes de la historia y el conocimiento, constituye en la actualidad la mejor propuesta de cambio, de radical transformación conceptual y práctica de la psiquiatría y psicología hegemónica; joven movimiento que ha tomado el testigo del ideario que animó el proceso de Reforma Psiquiátrica.

       Manuel Desviat

      I. LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA LOCURA

      El encierro en los hospicios de mendigos, desempleados y gentes sin hogar es una de las respuestas del siglo XVII a la desorganización social y a la crisis económica que los cambios en los modos de producción provocaron entonces en Europa. Un encierro, intento absolutista de ocultar la miseria, de cuya magnitud dan cuenta las cifras de personas hospitalizadas: 8 000 en la Salpêtrière, una de las instituciones que formaban el Hospital General de París —reservada a mujeres pobres, mendigas, lisiadas e incurables, viejas y niñas, idiotas y locas—, a los pocos años de su apertura, cuando esta ciudad contaba con 500 000 habitantes.

      Hacemos muy expresas prohibiciones —se decía en el real edicto que hacía nacer el Hospital General— a todas las personas, de todo sexo, lugar y edad, válidos e inválidos, enfermos o convalecientes, curables o incurables, de mendigar en la ciudad y barrios de París, ni en las iglesias, ni en las puertas de ellas, ni en las puertas de las casas, ni en las calles, ni en otro lado públicamente, ni en secreto, de día o de noche…, so pena de látigo la primera vez; y la segunda, irán a galeras los que sean hombres o muchachos, y mujeres y muchachas serán desterradas (27 de abril 1656).

      Dörner enumera el listado, la tipología de los ciudadanos susceptibles de ser arrestados por la milicia, los llamados arqueros del hospital:

      Mendigos y vagabundos, gentes sin hacienda, sin trabajo o sin oficio, criminales, rebeldes políticos y herejes, prostitutas, libertinos, sifilíticos y alcohólicos, locos, idiotas y hombres estrafalarios, pero también esposas molestas, hijas violadas o hijos derrochadores fueron por este procedimiento convertidos en inicuos y aun hechos invisibles1.

      Espacio de exclusión social definido ya a principios del siglo XVI por el humanista español Luis Vives:

      Doy el nombre de Hospitales a aquellas instituciones donde los enfermos son mantenidos y curados, donde se sustenta un cierto número de necesitados, donde se educan los niños y las niñas, donde se crían los hijos de nadie, donde se encierran los locos, y donde los ciegos pasan la vida2.

      Claro que España fue una adelantada en la creación de hospicios y hospitales para pobres, en el paso de la sopa y albergue de los monasterios al gran encierro (El padre Jofré funda a principios del siglo XV un hospicio, que ha sido equívocamente considerado «el primer manicomio del mundo» —en realidad era un hospital general o albergue— al igual que el Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza citado por Pinel en su tratado3 y que dan lugar a dos mitos fundacionales de la psiquiatría española: el origen hispánico del manicomio y del tratamiento moral)4.

      Sobre esta instancia no médica del orden monárquico y burgués, situada en los límites de la ley, sobre este borramiento absolutista de la desviación y la indigencia, jurisdicción sin apelación posible, se establece, en los años constituyentes de la legalidad contemporánea, el manicomio y la psiquiatría como especialidad médica, diferenciando las formas de locura o de enajenación mental y sus espacios de reclusión.

      Hay un informe sobre el debate que se produce en Francia, previo a la promulgación de la Ley de 1838 sobre alienados, que legitima administrativa y jurídicamente la psiquiatría y el manicomio, instaurando la tutela médica del enfermo mental e influye decisivamente en toda la legislación psiquiátrica occidental hasta nuestros días. Un informe donde se introduce, junto con las medidas cautelares, el término curación:

      Es harto difícil determinar si los establecimientos para insanos deben considerarse más como un hospicio que como un reclusorio. Por una parte, se trata de encerrar a los individuos que pueden causar daño a la sociedad, por otra, se trata de poner medidas de curación a personas enfermas5.

      El nuevo orden social necesita una nueva conceptualización de la locura y, sobre todo, de sus formas de atención. Con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, con el contrato social y la libre circulación de personas y bienes, la nueva soberanía civil tiene que reflexionar sobre la responsabilidad y los límites de la libertad. El gran encierro que describe Foucault, símbolo elocuente del absolutismo, debe ser abolido. Suprimidas las lettres de cachet, órdenes reales que permitían el ingreso con una autorización gubernativa de cualquier persona molesta en las bastillas del Antiguo Régimen, el enajenado ya no puede ser encerrado. No puede ser encerrado porque las nuevas normas sociales necesarias para el desarrollo económico prohíben la privación de libertad sin garantías jurídicas.

      A partir de entonces la reclusión de los enajenados ha de definirse como algo terapéutico e inexcusable: el aislamiento de un mundo externo perturbador, de las pasiones irritantes. Se trata de distraer la locura, ocupando el espíritu y el cuerpo, en unos lugares, los manicomios, donde se aísla a los pacientes, pues así se actúa «directamente sobre el cerebro y se condena a ese órgano al reposo, sustrayéndole de las impresiones irritantes, reprimiendo la vivacidad y movilidad de las impresiones y moderando la exaltación de las ideas»6. Es la condición de posibilidad del tratamiento alienista, del tratamiento moral.

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