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estaba a la vez empeñado en la defensa de Hungría de una nueva invasión turca.

      EL EMPERADOR, DEFENSOR DE LOS JUDÍOS

      Los judíos y el imperio

      El paso más significativo llegó en 1090, cuando Enrique IV emitió un privilegio general para los judíos que seguía el modelo de los otorgados a judíos individuales por Luis II, más de dos siglos atrás. Es posible que a causa del importante crecimiento de la población judía de Worms y Espira Enrique adoptara el título de Advocatis Imperatoris Judaica, o protector general de todos los judíos del imperio. Esto implicaba la adopción de una serie de medidas que perduró hasta el fin del imperio, en 1806. La salvaguardia de los derechos económicos, legales y religiosos de los judíos pasaba a ser prerrogativa imperial, que vinculaba el prestigio del emperador a la eficacia de dicha protección. Al igual que otras disposiciones del imperio, su implementación varió en función de las circunstancias y los derechos de protección eran con frecuencia transferidos, junto con otros privilegios, a personajes locales. El cumplimiento de estas medidas se hizo menos constante, pero, con el tiempo, los privilegios judíos quedaron imbricados dentro del entramado legislativo imperial, que concedió a los judíos de la Edad Moderna un sorprendente nivel de protección autónoma.

      La tolerancia de la época premoderna no debe confundirse con el moderno multiculturalismo, con la igualdad o con la celebración de la diversidad como algo intrínsecamente bueno. Los judíos recibían protección siempre y cuando aceptasen su condición de ciudadanos de segunda clase. Se rechazaba la diversidad, pero también se reconocía su carácter beneficioso. Los judíos tenían un rol socioeconómico específico, pues se encargaban de tareas que los cristianos no podían o no estaban dispuestos a hacer. También desempeñaban un papel cultural, como «otredad», que reforzaba la identidad de grupo de los cristianos. A menudo, tenían que pagar un precio considerable por ello.

      Pogromos y extorsión

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