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Señor.

      En lenguaje actual, “pobres” son en primer lugar los socioeconómicamente pobres, los carentes de recursos y los excluidos, lenguaje que no debiera sorprender ni ser tachado de ideologizado, pues lo que está detrás de lo socioeconómico es el oikos, el hogar, y el socium, el compañero; es decir, las dos realidades fundamentales para todo ser humano: la vida y la fraternidad.

      Junto a esta pobreza existe también la sociocultural, que hace que la vida sea dura carga. Existe la opresión y discriminación racial, étnica y sexual. Muy frecuente, por el mero hecho de ser negro, indígena o mujer, la dificultad de la vida se agrava. Esta dificultad añadida es teóricamente independiente de la realidad socioeconómica, pero con gran frecuencia, al menos en Colombia, acaece dentro de la pobreza socioeconómica, con la cual estos seres humanos son doblemente pobres.

      El común denominador de estos pobres y de estas pobrezas es la “carencia real”. Ante ellos, por ellos, a favor de ellos, con ellos y haciéndose para ellos, urge hoy más que nunca la única postura ética posible para nuestra universidad: la opción por los más pobres y la búsqueda de la justicia, las cuales son parte constitutiva del testimonio responsable de la fe que anunciamos.

      Mas examinado el asunto desde otro ángulo, pobreza no es mera carencia, no es mera dificultad de dominar la vida, sino dificultad de vivir causada por otros e ignominia añadida por otros. Hay pobres porque hay empobrecedores, y estructuras que perpetúan históricamente las desigualdades.

      La pobreza de estas personas por las que Dios opta no es —teológicamente considerada— simple pobreza, sino injusticia. Lo que hace relevante a los pobres a los ojos de Dios no es una pobreza, material o espiritual, sino una pobreza que es fruto de la injusticia. Los “pobres” de la opción por los más pobres por los que Dios y nosotros optamos son los “injusticiados” (injusticiado es el que es tratado con injusticia, por el sistema que fabrica a los pobres). La opción por los más pobres, más exactamente, es “opción por la justicia”. Lo que la habita y sustenta por debajo es el Amor-Justicia que Dios mismo es, y del que nosotros queremos participar.

      La riqueza es un instrumento útil si de ella se usa justamente y se pone al servicio de la justicia. Si de ella se hace un uso injusto, se la pone al servicio de la injusticia. Toda acumulación de riquezas estará inevitablemente implicada con alguna forma de injusticia. Es prácticamente imposible acumular mucho para sí sin privar a otros de lo que debieran disfrutar. Lo que hay que destruir no son las riquezas, sino las pasiones del alma que no permiten hacer el mejor uso de ellas, y desde esta perspectiva luchar denodadamente por la generación de riquezas y por la distribución equitativa de las mismas.

      ¿QUÉ ES OPCIÓN POR LOS MÁS POBRES?

      La opción por los más pobres es, antes que nada, una opción con la que se confronta todo ser humano por el simple hecho de serlo:

       • Es una forma de ver la realidad.

       • Reaccionar ante ella.

       • Encarnarse en ella.

       • Y vivir como ser humano.

      Opción por los más pobres es, entonces, reaccionar con ultimidad a la miseria y reaccionar por la única razón de que ésta se ha hecho presente ante uno. No es un mandamiento, algo que hay que hacer porque está mandado, ni algo que se hace evidentemente sobre la base de otra realidad exterior a la miseria misma. Es, más bien, una forma primaria de reaccionar ante la realidad.

      La opción por los más pobres en su más honda esencia no es estratégica, ni pastoral, ni mediacional, sino teológica. La opción por los pobres es un principio que ya tenemos claro que pertenece esencialmente a lo más hondo del cristianismo porque pertenece a lo más hondo del ser de Dios.

      Dios es el Dios de todos, pero no de la misma manera:

       • Es en directo el Dios de los pobres.

       • Es también el Dios de los empobrecedores en cuanto les exige una radical conversión.

       • Y es el Dios de los no-pobres en cuanto exige que estos se pongan al servicio de los pobres.

      De estas diversas formas Dios se muestra como el Dios salvador de todos. Por eso hacemos como cristianos una opción preferencial por los pobres.

      El adjetivo preferencial no quiere excluir a nadie —a los empobrecedores, a los no pobres— de la salvación ni de la predicación del evangelio o la atención pastoral. No es excluyente de personas, sino de actitudes pecaminosas y de proyectos excluyentes. El evangelio es para todos —personas— pero desde la solidaridad con los más pobres.

      El manantial de la opción por el más pobre es una honda experiencia de fe y contemplación espiritual. Esta experiencia nos lanza a amar a cada persona y de manera especial al pobre y al excluido, así como Jesús.

      Debemos pues distinguir:

      a) La pobreza como carencia de los bienes de este mundo: en sí misma es un mal, es una pobreza no deseada por Dios. Los profetas la denuncian como contraria a la voluntad del Señor y la mayoría de las veces como fruto de la injusticia y el pecado de las personas.

      b) La pobreza espiritual: es la actitud de apertura a Dios en tanto disponibilidad a la voluntad del Señor, la disponibilidad de quien todo lo espera del Señor. Aunque valoriza los bienes de este mundo no se apega a ellos y reconoce el valor superior de los bienes del Reino.

      c) La pobreza como compromiso y solidaridad con los más pobres, que asume, voluntariamente y por amor, la condición de los necesitados de este mundo para testimoniar el mal que ella representa y la libertad espiritual frente a los bienes, sigue en esto el ejemplo de Cristo que hizo suyas todas las consecuencias de la condición pecadora de los hombres y que “siendo rico se hizo pobre”, para salvarnos.

      Las actitudes de las personas sin duda impactan el mejoramiento o el empeoramiento de las condiciones de pobreza e injusticia social, pero las estructuras sociales las perpetúan o las transforman. De ahí que el cristiano tiene que asumir una posición crítica y proactiva frente a los modelos económicos, los planes de desarrollo y las políticas sociales. De lo anterior se derivan tres dimensiones del compromiso cristiano con los más pobres tanto de manera individual como colectiva:

      a) Lucha por la superación de las injustas condiciones de pobreza y despojo a nivel económico, político, social y cultural.

      b) Despojo del egoísmo para confiar solo en el Señor, actitud esta que la teología espiritual llama: “pobreza espiritual evangélica” o “infancia espiritual”.

      c) Buscar compartir en la vida cotidiana las condiciones de despojo material que deben soportar los pobres. Una opción consciente y voluntaria por el lugar social de los pobres, para ubicarse en él, con un deseo de identificación con los pobres. Ir a su encuentro y a su mundo. La cercanía es necesaria para conocer la realidad de los pobres.

      Finalmente, debemos ser conscientes que la opción por los más pobres trae sus consecuencias:

      a) La asunción consciente y activa de la causa de los más pobres, implica una opción política de solidaridad activa con sus luchas, mediante una praxis histórica de transformación social que utilice las mediaciones sociopolíticas necesarias en cada caso.

      b) La asunción del compromiso con los más pobres, puede conllevar desde un simple desprestigio, hasta la muerte, pasando por el despojo de privilegios, la persecución y el martirio, como castigos infligidos por haberse encarnado en el mundo y en los intereses de los pobres y haber asumido la defensa activa de su causa y de sus intereses.

      c) La pobreza espiritual o infancia espiritual implica la confianza total del creyente en el Señor, en la fuerza plenificante de su amor, que nos lanza a amar

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