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cajón, intentando no pensar en un hombre que podía excitarla con una simple mirada.

      Estaba saliendo de una entrevista de trabajo cuando empezó a sonar su móvil.

      –Mia.

      Era la voz de Dante y Mia se detuvo de golpe, provocando un atasco en la acera.

      –Hola –respondió, intentando no traicionar la alegría que sentía al escuchar su voz–. ¿Cómo estás?

      –Bien, estoy bien. Llamaba para saber cómo estás tú.

      –¿Yo? Estoy bien. ¿Por qué?

      –Solo quería saber que no había habido consecuencias de nuestro encuentro –respondió él, tan brusco y directo como de costumbre.

      –Claro que no –respondió ella. Después de todo, había tomado las pastillas–. Todo está bien.

      –Ah, estupendo. Solo quería asegurarme.

      Pero Mia no estaba tan segura y cuando Dante cortó la comunicación, provocó otro atasco en la acera mientras intentaba hacer cuentas. El farmacéutico le había dicho que las pastillas podrían retrasar el periodo una semana.

      Pero llevaba más de una semana de retraso.

      Maldito fuese por estresarla de ese modo, pensó mientras entraba en una farmacia para comprar una prueba de embarazo.

      El indicador le dijo que estaba embarazada. La segunda prueba dio el mismo resultado y el médico se lo confirmó. Estaba embarazada y saldría de cuentas a principios de octubre.

      –Pero tomé la pastilla del día siguiente…

      Había vomitado en el avión. Era algo habitual. Ni siquiera podía hacer viajes largos en coche y su estómago daba un vuelco solo con ver un helicóptero. Normalmente, tomaba unas pastillas para el mareo cuando tenía que viajar, pero ese día estaba demasiado agitada y lo había olvidado.

      Había salido huyendo de Italia y solo quería volver a Londres lo antes posible después de lo que había ocurrido con Dante. Evitar el embarazo solo había sido un pensamiento entre muchos.

      Y ahora estaba embarazada.

      ¿Había merecido la pena?, volvió a preguntarse. Y durante muchas noches la respuesta era: no.

      No, de ningún modo.

      Estaba aterrorizada y no sabía qué hacer, pero el mes de febrero dio paso al mes de marzo y llegó el aniversario del accidente. Habían pasado muchas cosas en esos dos años. La muerte de sus padres, la depresión de Michael, el terror de no poder pagar las facturas del hospital…

      Y entonces había conocido a Rafael. Y a Dante, un hombre que despertaba en ella sentimientos desconocidos.

      Y ahora estaba embarazada.

      ¿Había merecido la pena?

      Tal vez.

      Estaba empezando a acostumbrarse a la idea de que una vida crecía dentro de ella, pero sabía que Dante, un mujeriego empedernido, no se tomaría bien la noticia.

      Sabía que no tenía el menor deseo de casarse o tener hijos porque lo había oído discutir con Luigi. El propio Dante le había dicho que no quería tenerlos.

      Pero ya era demasiado tarde.

      Sobreviviría, pensó, porque siempre lo hacía, incluso en las peores circunstancias. Ese pensamiento la hizo saltar de la cama y vestirse para una nueva entrevista de trabajo.

      En Italia, Dante estaba más que apagado y su madre lo comentó cuando pasó por su despacho para despedirse antes de embarcarse en el crucero.

      –Estoy bien –insistía él.

      –¿Por qué tienes a Ariana ayudando con la organización del baile? –se quejó Angela–. Apenas la he visto en dos semanas.

      –¿Y?

      –Debería estar preparando su boda.

      Era una queja habitual. El consejo de administración lo presionaba para que sentase la cabeza y su madre presionaba a Ariana para que hiciese lo propio.

      –Pero si aún no tiene novio.

      Su madre torció el gesto.

      –Ariana dice que estás pensando vender la casa de Luctano.

      –Así es. ¿Por qué? ¿Has cambiado de opinión?

      –No, no –respondió Angela–. Solo quería saber qué está pasando. No te había visto desde el funeral.

      –He estado ocupado.

      –Sé que puede parecer un poco insensible que me vaya a un crucero tan pronto, pero lo tenía reservado desde hace tiempo.

      Dante prefirió callar. En el fondo, pensaba que era demasiado pronto para que se soltase el pelo, aunque hubieran estado divorciados. Y no le parecía una coincidencia que volviese a Roma un día después del baile benéfico. Cuando estaban casados, a su madre le encantaban los preparativos del evento y el interés de la prensa.

      –¿Ella irá al baile? –pregunto Angela entonces.

      Dante supo inmediatamente que se refiera a Mia.

      –No estoy seguro.

      –Debería tener la decencia de no aparecer por aquí –dijo su madre entonces–. ¿Y quién la acompañará? Si aparece, todo el mundo se sentirá incómodo.

      –Mi padre pidió que acudiese toda la familia, mamá. Y, supuestamente, Mia debe ser la anfitriona del baile.

      –No habrás puesto eso en las invitaciones, ¿verdad?

      –No.

      Dante sabía que su madre estaba imaginando su regreso triunfal como anfitriona de futuros eventos, de modo que decidió cambiar de tema.

      –Bueno, cuéntame con quién vas a hacer ese crucero.

      –Con un amigo –respondió Angela, encogiéndose de hombros.

      –¿Más que amigo?

      –Estoy saliendo con un hombre –admitió su madre por fin–. Puede que lo recuerdes, el señor Thomas, tu antiguo…

      –Mi antiguo tutor –la interrumpió Dante.

      –¿Cómo sabes que es él?

      –Os vi juntos el día que fuimos a darte la noticia de la muerte de papá.

      –Sí, bueno, nos encontramos hace unos meses y me preguntó por ti –dijo su madre, sin mirarlo–. ¿Te molesta que salga con él?

      –¿Por qué iba a molestarme? Es hora de que rehagas tu vida y seas feliz.

      –Gracias –murmuró Angela–. ¿Stefano está aquí?

      –Ha salido a comer con Eloa y no creo que vuelva hasta mañana.

      Cuando su madre salió del despacho, Dante torció el gesto. No sabía si creerla. Siempre había sentido que le mentían y desde la muerte de su padre empezaba a entender por qué.

      –Acaba de llamar Matteo Castello –la voz de Sarah interrumpió sus pensamientos–. Quiere hablar contigo, pero le he dicho que estabas en una reunión.

      –¿Qué quería? –le preguntó él, frunciendo el ceño.

      –Se trata de Mia. Matteo está pensando darle un puesto de ayudante ejecutiva en su oficina de Londres y quiere una carta de recomendación.

      Vaya, vaya, pensó Dante.

      –Muy bien, gracias.

      –Y, hablando de Mia, aún no ha dicho si acudirá al baile –le recordó Sarah.

      –No es mi problema. Que haga lo que quiera.

      Pero no era verdad, sí era su problema y un grave problema, además.

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