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parecía pulsar como una alarma nuclear.

      Solo podía pensar que esa noche estaría por fin con Dante Romano.

      EL RESTO del baile fue un borrón, pero por fin llegó el momento de marcharse y Mia se dirigió a su suite. Al parecer, Dante podía no solo ser tierno cuando quería sino también romántico porque había una botella de champán en un cubo de hielo, una caja de bombones y un precioso ramo de rosas tan rojas como su vestido.

      No sabía qué hacer. Quería hacer el amor con Dante, pero antes debía hablarle del embarazo y no sabía cómo hacerlo. ¿Debía soltarlo así, de golpe, o sería mejor escribir una nota y meterla por debajo de la puerta?

      Se sentó frente al escritorio y tomó un papel de color crema con el membrete de La Fiordelise, pensando en la amante del duque mientras intentaba escribir la nota.

      Dante, no sé cómo decirte esto…

      Dante, hubo un problema con la pastilla…

      Dante…

      Su corazón latía acelerado, pero más de frustración que de miedo, porque sabía que en cuanto se lo contase la mágica noche terminaría.

      Y entonces Mia tomó la decisión más egoísta de su vida. Aunque sabía que debía decírselo, y se lo diría, quería hacer el amor con Dante esa noche.

      De modo que dejó de intentar escribir la nota y sacó la llave del bolso.

      Tal vez aún no habría subido a la habitación porque había muchos invitados a los que despedir, pero la puerta se abrió unos segundos después.

      No iba a decírselo esa noche, imposible.

      –Mia.

      Dante dio un paso adelante y, cuando estuvo entre sus brazos, el miedo de decírselo, la incertidumbre, todo desapareció como por ensalmo.

      La estrechó contra su torso y ella suspiró de felicidad al estar de nuevo entre sus brazos. Dante besó su frente y Mia cerró los ojos, dejando escapar un suspiro de frustración cuando empezó a besar sus mejillas.

      –Dante… –murmuró, buscando sus labios, pero él se los negó, ocupado en besar tiernamente su cuello.

      La sentía temblar de deseo entre sus brazos y la quería desnuda en la cama cuanto antes. Solo quería besarla por todas partes, pero cuando sus labios se encontraron no pudo esperar más.

      Fue un beso fiero, apasionado. Él había querido esperar, pero tres meses de separación eran demasiado tiempo.

      El aroma de Dante, que tantas veces había evocado, la consumía y su desatada pasión hizo que Mia revelase verdades que no tenía intención de revelar.

      –Te he echado de menos –dijo con voz ronca–. Dante, te deseo tanto…

      Esa admisión lo sorprendió porque Mia era tan reservada, tan aparentemente fría.

      Pero en realidad no lo era en absoluto y también él estaba desatado.

      No pensaba en llevarla a la cama, solo en acariciarla por todas partes. Bajó la mano hacia la cremallera de su pantalón, pero al hacerlo rozó sus pechos y, al oírla gemir, los acarició por encima del vestido.

      Mia estaba desesperada, frenética. Se había sentido desesperada y frenética muchas veces en la vida, pero por razones más tristes. Y siempre lo había escondido, siempre había contenido sus emociones, pero en los brazos de Dante su reserva desapareció.

      Sus manos parecían estar por todas partes, impacientes y deliciosas. Nunca había deseado algo tanto en toda su vida. Olvidando su timidez, desabrochó la camisa para acariciar su torso y luego empezó a tirar del cinturón…

      No sabía quién era esa mujer.

      Los dos jadeaban mientras Dante buscaba un preservativo. Mia estuvo a punto de decirle que no era necesario, pero él estaba tirando de sus bragas y dejó de pensar.

      Ni siquiera pensaban en ir a la cama, que estaba a solo unos metros. Dante la tomó en brazos y se enterró en ella sin esperar un segundo, pero Mia no sabía cómo moverse con abandono o cómo encontrar el ritmo porque su experiencia consistía en una sola noche con él.

      Dante buscó una pared, cualquier pared, pero al hacerlo tiró el jarrón de rosas al suelo. Ninguno de los dos se dio cuenta.

      Sintiendo el frío muro en la espalda, Mia le echó los brazos al cuello mientras él la tomaba contra la pared una y otra vez.

      Con las piernas enredadas en su cintura, el tacón de un zapato se clavaba en su pantorrilla. Sentía el dolor, pero no podía apartarse porque tener a Dante dentro de ella, duro y desatado, era irresistible. La embestía con tal fuerza, con tal fiereza, que le temblaban los muslos y echaba la cabeza hacia atrás hasta rozar la pared.

      –Dante…

      Estaba a punto de dejarse ir, pero él seguía embistiéndola.

      –Di piú –dijo con voz ronca.

      «Más».

      Y hubo más. Dante seguía moviéndose adelante y atrás y cuando por fin se dejó ir, la explosión de su orgasmo provocó el suyo. Mia estaba tan tensa que ni siquiera podía gritar y, por un momento, creyó haber perdido el conocimiento.

      El beso de Dante la devolvió al presente. Sin decir una palabra, la llevó al dormitorio y la dejó sobre la cama antes de tumbarse a su lado para recuperar el aliento y ordenar sus pensamientos.

      Pronto la desnudaría del todo, pensó. Pronto empezarían de nuevo, pero despacio en esa ocasión. Sin embargo, no era sexo lo que tenía en mente mientras miraba el techo de la habitación.

      –¿Qué vamos a hacer? –le preguntó, girando la cabeza para mirarla–. ¿Vernos una vez al año en este decadente hotel o…?

      Al ver que ella cerraba los ojos, pensó que no estaba preparada para enfrentarse al mundo sin preocuparse del escándalo que eso provocaría. Pero estaba empezando a confiar en Mia y sabía que aquello era diferente porque en esos tres meses de separación no había sido capaz de olvidarse de ella.

      –¿Qué crees que deberíamos hacer?

      –No lo sé –admitió ella. Pero cuando miró los preciosos ojos negros supo que no podía esperar más–. Dante, estoy embarazada.

      Esperó un gesto de sorpresa, incluso uno de furia. Lo que no esperaba era una mirada helada y un suspiro de cansancio, como si en el fondo hubiese esperado la noticia.

      –Claro que sí –murmuró Dante mientras se levantaba de la cama.

      –¿Qué quieres decir con eso?

      –Quiero decir que en realidad no me sorprende –respondió él. Había querido confiar en ella, de verdad había pensado que había una posibilidad para ellos–. ¿Te has quedado sin dinero? ¿Cuánto quieres?

      –Dante, por favor…

      –No tienes que suplicar –la interrumpió él–. Habla con tu abogado, pero cuando lo hagas dile que quiero una prueba de ADN.

      –¿De verdad crees que yo he buscado esta situación?

      –Sí, lo creo. Creo que esto es precisamente lo que querías. De hecho, estás donde siempre habías planeado estar –respondió Dante–. Te dije que había una pastilla…

      –Y la tomé.

      Dante soltó una amarga carcajada.

      –Confié en ti, confié en que te encargarías de ello, pero evidentemente no lo hiciste.

      –Que tú seas un experto en contracepción no significa que los demás lo seamos. Se me olvidó tomar las pastillas para el mareo y vomité en el avión –replicó Mia, airada–. Si eres tan experto, tal vez deberías haberme advertido que si vomitaba

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