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de la investigación.

      c) Procedimientos que operan con las reglas lógicas.

      d) Procedimientos de ética y cuestionamiento inacabados.

       I. Ciencias de lo empírico y ciencias formales

      Las ciencias naturales y las ciencias sociales son ambas ciencias de lo empírico. Las matemáticas, la lógica y la geometría son disciplinas formales. Las naturales y las sociales no son idénticas, pero pretender que se normen por un paradigma cabalmente diverso significa establecer un divorcio entre ellas, dejando de haber razón para llamarlas ciencias a unas y otras. En definitiva, la adopción de cualquier paradigma específico no puede olvidar dos cosas:

      –Que se habla de ciencias, y en tal sentido se está reconociendo cierto parentesco entre ellas. Se está reconociendo asimismo que son diversas de otros quehaceres como el filosófico y el literario.

      –Que ambas son empíricas y que, por lo tanto, la confrontación con el dato es irrenunciable. Lo otro sería hacerlas a priori.

       J. La historiografía, ciencia empírica

      Según Ladriere, la ciencia «puede ser considerada como la suma actual de conocimientos científicos, como una actividad de investigación o hasta como un método de adquisición del saber»2.

      En nuestro medio, el concepto «ciencia» se utiliza a veces como sinónimo de «verdad»; como un conjunto de proposiciones referentes a fenómenos naturales, por oposición a lo que se refiere al ser humano; como un conjunto de enunciados que puedan ser verificados o falseados por investigaciones empíricas; como conjunto de procedimientos que nos permiten acceder a un saber fundado sobre el dato.

      Denominamos «ciencias empíricas» a todas aquellas que tienen que vérselas con cosas y no con entes de razón; aquellas, por lo tanto, que pueden proceder a la verificación o falseamiento de sus postulados. Decimos «empíricas» y no «experimentales» puesto que en historiografía, en lingüística, en paleografía, en astronomía, por ejemplo, la experimentación es prácticamente imposible, pero no la verificación o el falseamiento de teorías y/o proposiciones a partir de investigaciones empíricas. La experimentación no es la única posibilidad de lo empírico.

      Con esto no estamos diciendo, por cierto, que la historiografía se agote en la dimensión de ciencia empírica. De hecho, tal como hoy se practica, deja ampliamente cabida a una dimensión hermenéutica, como también a la dimensión concientizante y aun filosófica.

       V. La historiografía: no solamente ciencia

      Mucho se ha pretendido que la historiografía sea una ciencia; ciencia no necesariamente en el sentido de las formales y ni siquiera que sea idéntica a las naturales, pero sí que cumpla con dos requisitos: no ser pura doxa sino episteme y, por ello, ser saber compartible y no cuestión de cada individuo.

      Pero paradójicamente se le pide también que sea capaz de entregarnos la dirección que entrañaría la historia. Es decir, no interesaría un saber solamente descriptivo o explicativo, sino que la aspiración es siempre –sin preguntarse mucho por la legitimidad o la viabilidad epistemológica de tal aspiración– que el saber historiográfico nos entregue un rumbo.

      Esta exigencia no se la hacemos a otras disciplinas a las que consideramos únicamente instrumentales y cuya finalidad es del todo exterior a ellas. Claro está que la física o la fisiología algo pueden decirnos sobre el destino del mundo o del ser humano, sobre su ser y su finalidad, pero si nada les preguntamos y nada nos dicen, no importa, dado que lo pretendido con ellas es otra cosa: tenemos una concepción que puede prescindir de lo que ellas nos «digan» o nos «callen». Pero cómo dejar de esperar que la historia nos hable y que la historiografía nos transmita su mensaje. ¿Dónde iríamos a buscar el sentido?

      Las ciencias naturales se desprenden (otros dicen, «se emancipan») de la filosofía y se forjan una independencia. Esto se hace posible en la medida que ellas poseen un «interés» de conocimiento (para decirlo en términos de Habermas) o una «finalidad» que no requiere de la metafísica; interés o finalidad que es el «dominio» de la naturaleza.

      El problema es que la historiografía tiene dos dimensiones. Por una parte, apunta al conocimiento, a la verdad, y quiere ser ciencia; pero por otro lado, apunta a la existencia, al actuar, a la política, y quiere ser concientización. Lamentablemente no es cuestión de desligar ambos aspectos. Porque ¿para qué podría interesarnos la parte puramente científica, desligada de la otra?

      O tal vez podría perfectamente interesarnos y solamente sería necesario fijar en qué condiciones se hace ello posible o digno de ser tomado en cuenta.

      Si postuláramos un sentido no proveniente de la historia, por ejemplo, el del cogito gozo-dolor, podríamos hacer una historiografía que se limitara a constituirse en un saber operativo; utilizable para fines que ese saber no determina sino que son relativamente exteriores a él. Podríamos extraer el sentido de la religión o de la metafísica y utilizar la historiografía únicamente como instrumento para llevar a cabo ese sentido, como lo hacemos con las ciencias transformables en técnica.

      La demarcación entre la dimensión científica y la concientizante es en buena medida una cuestión de consenso. No es necesario adscribir a una ortodoxia cientificista que sostenga que la historiografía deba ser ciencia y sólo ciencia; disciplina empírica confrontable inmediatamente con los hechos, ni que diga que todo lo que no corresponde a este género de quehacer debe ser calificado y expulsado. Ello importaría cerrarle un gran campo de trabajo a la historiografía, condenándonos a la ignorancia y al silencio en vastos sectores. En este sentido hay que ser particularmente reservados frente al lema wittgensteiniano: puede expresarse todo aquello que es pensable.

      En el quehacer historiográfico es importante que entren las diversas preguntas que pueden hacérsele a los diversos pasados. Es importante asimismo que se tenga conciencia del nivel en que se trabaja y que el historiador no se crea sentado sobre la positividad3. Tener conciencia cuándo se encuentra en el nivel de lo empírico simplemente confrontable; cuándo está en el terreno de la hermenéutica: cuando en el de las definiciones y la búsqueda de un lenguaje; cuándo en la preocupación metodológica; cuándo en el desciframiento posible.

       VI. Historiografía y mistificación

      Mistificar es enmascarar, la ciencia no es necesariamente desenmascaradora; los resultados de la ciencia pueden ser instrumentalizados ideológicamente; ciencia e ideología no son opuestos irreductibles; la ciencia puede ser utilizada para ocultar.

      No podemos oponer «ideología» versus «ciencia», como oponemos pensamiento dominador-domesticador y pensamiento liberador; no hay correspondencia necesaria entre saber científico y liberación. Se dirá entonces que la verdad emancipa, que sólo ella nos hará libres. Pero cuidado, no cualquier verdad en cualquier circunstancia es por sí emancipadora o automáticamente liberadora. Además estamos hablando de la ciencia y no de la verdad. No es apropiado confundir ciencia con verdad, es hora de concebirla simplemente como conjunto de enunciados con determinadas características. La polaridad ideología-ciencia es aceptable o comprensible en lugares y tiempos donde el poder se legitima a partir de un discurso construido sobre falsedades crasas; allí donde ciertos mitos –ligados normalmente con supuestos factores sobrenaturales– se constituyen en legitimadores de la dominación; en dichos casos, el descubrimiento o la teoría científica vienen a socavar los fundamentos de la mistificación: el evolucionismo va a destruir la narración bíblica, el materialismo histórico destruye una cierta concepción del origen divino del poder o del Estado. En la cultura o en las sociedades tecnológicas, en cambio, la polaridad ideología-ciencia pierde en gran medida esa función e incluso puede llegar a invertirse, pues, por un lado, los descubrimientos científicos son utilizados como instrumentos de dominación –en tanto son la base de tecnologías destinadas a hacer

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