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hermético; auscultar las palpitaciones de ese cuerpo anfibio, acuático, visceral; descubrir las leyes de la oscuridad o del tercer día de la creación, para usar palabras de Keyserling; cómo habían sido los hombres del pasado, su vida, sus acciones; entender su existencia, compenetrarnos de sus actitudes, trabajos y creencias; comprender, compartir, hacerse uno, mimetizarse aunque sólo fuera por un momento (ideal y abstractamente); ser lo que se ha sido, querer lo que se ha querido.

      Y todo esto para no creerse naciendo puramente el día que como individuos vinimos al mundo, para convencerse que somos herederos forzosos de muchas cosas de las que no nos liberaremos así no más; cosas con las que hay que aprender a convivir o, mejor dicho, a vivir y en lo posible a ser felices con ellas a cuestas. Cosas que no se pueden arrojar, porque no son cargas que se llevan sobre los hombros. Son nuestras mismas espaldas. Espaldas pesadas, hombros agotados pero sobre los cuales llevamos la cabeza y podemos así mirar más lejos.

      Chile ha sido un país de masacres, como casi todos los otros, por lo demás. Se trata de entender eso y hacerse cargo. Para, en un sentido, no extrañarse, aunque paradójicamente no podamos ni debamos dejar de escandalizarnos. Si lo pensamos bien, si somos honestos, no podemos jamás dejar de escandalizarnos de nosotros mismos.

      Podrá decirse mañana que, en cierta forma, a lo que aspirábamos era a una historiografía crítica, historiografía que fuera capaz de ir más allá de la escuela apologética o edificante, porque no era nuestro afán exaltar héroes ni acusar bandidos, no queríamos condenar el pasado a rajatabla ni sacralizarlo, diremos que más bien queríamos entenderlo: cómo, por qué. Y eso no porque pensáramos que, por el hecho de estar en el pasado, todos los seres humanos habían sido igualmente dignos. Claramente no. A Silva Renard podíamos considerarlo un asesino, pero lo importante no era ponerse a repetir «asesino, asesino, Silva Renard fue un asesino», sino más bien darnos cuenta cómo y por qué pudo serlo, cómo pudo materializarse tan funesta masacre, quiénes intervinieron y de qué modo, cómo fue que este militar gris pudo salir de su opacidad mediante un hecho de sangre de tal magnitud. Es decir, lo que deseábamos era develar nuestro ser, en la dimensión del haber sido, y mirarlo cara a cara, sin velos apologéticos ni pantallas panfletarias, sin rosas ni negros innecesarios. «Historiografía crítica» quería significar alzamiento de velos, desgarramiento de máscaras. Quería decir también conciencia de los propios límites.

      Por cierto queríamos una historiografía que pudiera ser útil para nuestro presente; algo debíamos sacar de día, no era puro hobby, de alguna manera deseábamos una magistra vitae, pero no como Heródoto o Maquiavelo (la realidad es algo tan cambiante), sino de otro modo. Tal vez nos ayudaría a pensar, a cuestionar, a relativizar, a comprender, a construir el presente o el futuro. Ahora bien, el problema epistemológico de las mediaciones continuaba en pie: cómo transitar desde el saber al hacer o desde la historiografía a la historia.

      Mitificar a Silva Renard o a Recabarren es a la postre igualmente pernicioso, pues lo nefasto no es exaltar a tal o cual sino el hecho simple de mistificar. Como afirma Paulo Freire: «no se libera con las armas de la domesticación».

       III. ¿Qué ocurrió?

      Hay una serie de precisiones a la pregunta básica: ¿Cómo ocurrieron los sucesos que culminaron en la masacre del 21 de diciembre de 1907?

      1. La interrogación por los orígenes del movimiento es siempre fundamental: cómo se generó la huelga. Cómo fue posible que en tan corto tiempo se desatara y estructurara un movimiento de esas dimensiones; cuál era el contexto que se vivía y qué acontecimientos específicos se produjeron para gestar un proceso huelguístico tan decisivo. O planteadas las cosas desde otra perspectiva, cómo se ligaron esos dos tipos de elementos de que tantos hablan, los «objetivos» y los «subjetivos»; cómo fue posible que la desvalorización del peso y la consiguiente alza del costo de la vida se llegaran a transformar en catalizadores de una serie de otras reivindicaciones; cómo se desarrolló la campaña de agitación que llegó a cohesionar todo el malestar y a proponer la huelga como solución de aquello; qué factores específicos influyeron en los primeros acontecimientos; cuáles fueron los detonantes concretos del conflicto; qué personas o grupos estaban interesados en mover las cosas de ese modo y precisamente en ese momento; cómo se desarrolló la campaña llevada a cabo por la mancomunal; en qué consistía en ese entonces una campaña de agitación; qué medios de comunicación y qué instituciones participaban; qué fuerzas se ponían en movimiento.

      2. Si la cuestión de los orígenes es importante, la del desarrollo del movimiento no lo es menos. Cómo se expandió o de qué manera se coordinó un movimiento que no apareció de modo cohesionado y simultáneo en toda la provincia de Tarapacá. Quiénes se encargaron de expandirlo, qué partidos, grupos ideológicos, organizaciones de trabajadores. Más en concreto, de qué modo los partidos burgueses, los anarquistas, la mancomunal y el Partido Demócrata coincidieron por sus acciones en la producción de una explosión y de una reacción en cadena de hechos que se transformaron en una paralización de prácticamente toda la provincia; cómo se realizó la unidad entre los operarios del puerto y los de la pampa; cómo se hizo aquélla entre los diversos gremios; cómo se movieron las comisiones de trabajadores que partieron en busca de solidaridad.

      Por otra parte, cómo fue que los grupos políticos burgueses y organizaciones obreras pudieron coincidir en la gestación y desarrollo de este movimiento; cómo fue posible que diversas prácticas orientadas en sentidos muy opuestos produjeran un resultado único. Qué provecho político creían los liberales o radicales que podían sacarle a un movimiento de trabajadores y de qué modo este movimiento, en cuyo origen y primer desarrollo algunos sectores burgueses tuvieron cierta importancia, llegó muy pronto a independizarse y a adquirir un contenido clasista tan manifiesto. En qué momento el conflicto se decidió a bajar a Iquique; qué sentido y qué alcance se le atribuyó a ese hecho. El abandono de la faena y el abandono de la pampa fue tal vez simbólico: ir hasta lo último, pero qué quería decir, en ese caso, «ir hasta lo último».

      3. Otra cuestión que parece fundamental es la pregunta acerca de la organización de los trabajadores, tanto en la institucionalidad que crearon como en las acciones que desempeñaron para llevar su cometido a buen fin.

      Cómo fue organizada la existencia en el puerto de tantos miles y miles de huelguistas. Y en esa misma línea, cómo se coordinó el comité de huelga, la Intendencia, la Municipalidad y otras instituciones para permitir esa existencia; qué comisiones y grupos de trabajo se crearon y con qué objetivos específicos; cómo se llevó a cabo la repartición de la comida, cómo se alojaba, qué ocurría con la higiene.

      Asimismo, es interesante saber cuál fue el petitorio de los obreros, cuál fue el conjunto de sus reivindicaciones, qué carácter poseían, cómo se priorizaban. Cuál fue el camino imaginado por los obreros para presentar dichas peticiones y lograr su realización. Qué rol cumplió el diálogo con patrones y autoridades; cuál fue la dinámica que quisieron darle a esas conversaciones.

      Cuál fue la concepción que los trabajadores tuvieron de la huelga en que se embarcaron: de qué modo se llegó a concebirla como solución última antes de romper definitivamente con el «pacto laboral» y abandonar no sólo las faenas sino incluso la región salitrera en busca de mejores horizontes; de qué manera esta huelga se ligó a la lucha reivindicativa para no transformarse en ningún momento en huelga revolucionaria, habiendo miles y miles de obreros en Iquique y teniendo claramente la ciudad (y la provincia) en sus manos. Abundando sobre lo mismo, ¿concebían la huelga de la misma forma los demócratas y los ácratas? ¿Tenían unos un planteamiento reformista por oposición a uno de corte revolucionario de los otros? Siendo fundamentalmente los ácratas quienes dirigían el movimiento, cómo fue que no lograron imprimirle el sello de sus tradicionales proclamas; y, por último, ¿puede realmente decirse que los ácratas tarapaqueños tuvieran siquiera intención de orientar la huelga en un sentido diferente, más radical, al de los mancomunales o demócratas?

      Enfrentando el asunto desde otro punto de vista: cuál fue la actitud o la línea seguida por los diversos grupos político-ideológicos en que se dividía y expresaba el movimiento popular; cómo se comprenden

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