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permitió que comerciantes (pochtecas) exógenos se instalasen en la urbe. Los tenochcas, en cambio, se decantaron más bien por la dominación de hombres y tierras y la imposición de tributos para prosperar. Sin dejar de ayudar a los tepanecas en sus conflictos, lo que les reportó parte de sus beneficios en los mismos, los mexicas-culhuas, por su lado, también pudieron realizar conquistas, siempre que cediesen parte de sus ganancias a sus señores. Uno de esos enfrentamientos, que se alargó en el tiempo, lo sostuvieron contra la confederación de Chalco-Amecameca.

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      Tras los años de gobierno de Acamapichtli (1372-1391), su sucesor, Huitzilihuitl (1391-1417) no solo logró que los mexicas-culhuas fueran ganando en potencia dentro todavía del marco de sujeción a los tepanecas, sino que introdujo cambios importantes en el estamento militar: aparecerán los capitanes generales o cabeza suprema del ejército, o tlacochcalcatl, un cargo que, con el tiempo, se transformó en trampolín ineludible, al parecer, para alcanzar el grado de tlatoani.

      Inmersos, pues, en las guerras tepanecas, los mexicas-culhuas lucharon contra Xaltocan y Tetzcoco, así como contra Cuauhtinchan, aunque el conflicto principal siguiera siendo el de Chalco, hasta que Huitzilihuitl tomó la capital en 1411. En el reinado de su sucesor, Chimalpopoca (1417-1427), los mexicas-culhuas capturaron Tetzcoco, que recibió el estatus de ciudad tributaria de México-Tenochtitlan. Y fue en ese momento de una inicial expansión, si bien aún sujetos a los tepanecas como se ha dicho, cuando tanto los mexicas-culhuas como los tlatelolcas decidieron intervenir en la guerra civil desatada por la sucesión del difunto Tezozomoc en Azcapotzalco.

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      Pochtecas del Imperio mexica. Su función, además del comercio, era la de hacer las veces de diplomáticos o espías para el imperio. Incluso, en ocasiones, pagaban con su vida la hostilidad de alguna provincia rebelde que los veía como la punta de lanza de la expansión imperial. Códice Florentino, siglo XVI.

      Poco menos de un siglo más tarde, entre 1519 y 1521, fueron los tenochcas descendientes de Itzcoatl quienes se enfrentaron a una nueva alianza para derribarlos del poder, solo que liderada por un extranjero: Hernán Cortés.

      La Triple Alianza puede considerarse una agrupación étnica tripartita, según los criterios de división de la época, formada por la rama colhua (México-Tenochtitlan), la rama tolteca-acolhua –con el agregado de los pueblos chichimecas– (Tetzcoco) y la rama otomí (Tlacopan). Esta organización tuvo, necesariamente, un fuerte apoyo ideológico de carácter religioso. Todo indica que la historia se repitió. La triple formación que precedió a la que encontraron los españoles, conformada por Culhuacan-Azcapotzalco-Tetzcoco, fue debilitada y, por último, rota por el predominio de Azcapotzalco, bajo el gobierno despótico de Tezozomoc. Cuando, a su vez, los tepanecas de Azcapotzalco fueron derrotados por la unión de varios pueblos de la región, la reconstitución de la Triple Alianza acabó por ser un magnífico pretexto ideológico no solo para restablecer el orden, sino para que quienes se aprovecharan de ella desarrollaran un nuevo proyecto hegemónico, incluso con tintes expansivos. En este caso, tanto los acolhuas-chichimecas como los mexicas-tenochcas enarbolaron sus candidaturas para ocupar la nueva triada de poder desde sus sedes de Tetzcoco y México-Tenochtitlan. Sin embargo, era necesario completar el cuadro con un tercer representante del mundo tepaneca, pero evitando, como era de esperar, que este territorio fuese encabezado de nuevo por Azcapotzalco. La capital elegida fue Tlacopan, poseedora de la suficiente representatividad como para sustituir a Azcapotzalco y con la adecuada debilidad para no constituir un peligro. En realidad, el peligro lo representaba México-Tenochtitlan, que aprovechó su preeminencia militar para imponerse a sus dos socios, como otrora hiciese Azcapotzalco.

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      La administración de la nueva entidad territorial fue unitaria, es decir, seguía las mismas directrices en cuanto a política interna, externa, economía y las cuestiones militares. Pero, como se ha señalado, cada ciudad del triplete vencedor dominaba una serie de territorios, unos más cercanos que proporcionaban los recursos prioritarios para la vida, además de ceder trabajo para la construcción y mantenimiento de edificios públicos, hombres para el ejército y otros menesteres menores. Y otros más alejados que aportaban bienes suntuarios y exóticos, pero que, sobre todo, podían

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