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ligeras variantes nos ha llegado hasta nuestros días. Lo cual no deja de ser algo insólito. Y paradójico. Por ejemplo, sorprende que un historiador solvente y de largo recorrido, como lo es Esteban Mira Caballos, en su biografía de Hernán Cortés de 2010, todavía afirmase, en un momento dado, que «Muy significativo fue el caso de los tlaxcaltecas, cuyo ejército de 300.000 hombres asediaron a los hispanos de día y de noche durante un mes y el resultado fue el de cuatro caballos muertos».4 La falta de reflexión conduce a afirmaciones como esa, puesto que si la cifra del ejército aborigen es aceptada, y sabemos que el contingente de Cortés, sin contar los todavía pocos indios aliados que transportaban su bagaje, los tamemes, se situaría, siendo generosos, en el medio millar de hombres, una proporción de seiscientos combatientes contra uno es insalvable, insisto, incluso para las portentosas armas europeas de la época.5 Es normal que alguien que estuvo allí, como Francisco de Aguilar, presente en la batalla de Otumba (7 de julio de 1520), por ejemplo, creyese que los contrarios eran centenares de miles, pues el peligro era enorme, pero desde nuestro presente es un error grave dejarse llevar por dichos guarismos. Aguilar escribió:

      Gonzalo Fernández de Oviedo, con su habitual erudición, tanto clásica como bíblica, nunca obvió esta cuestión: en la retirada cortesiana de México-Tenochtitlan en dirección a Tlaxcala, tras la huida acontecida en la denominada Noche Triste, no dudaba en poner en boca de Hernán Cortés los siguientes argumentos:

      […] como de susso dixe, aquella auctoridad de Vegecio «que no creays ques mejor la moltitud», por estotra de la Sagrada Escriptura os acuerdo que no desconfieys por ser pocos, porque si la vitoria consistiesse en el número mucho de los hombres, no le dixera Dios á Gedeon que con pocos se quedasse.

      Las limitaciones con las que me he enfrentado son las mismas que,

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