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palabras seguidas a un francés».89 Sin embargo, después de sus primeras reuniones, en las que Bancroft sirvió de traductor y consejero, ambos quedaron favorablemente impresionados y confiados el uno del otro. Beaumarchais, que con razón sospechaba de la falta de autoridad de Arthur Lee y de su intención de pagar, halló en Deane un representante autorizado del Congreso que prometía abonar lo que comprara. El americano, decepcionado por la falta de inteligencia para los negocios de Barbeu-Dubourg, encontró en Beaumarchais un proveedor con una línea de crédito abierta y con el respaldo total de la administración gala. De hecho, en la carta que Beaumarchais escribió en agosto al Congreso Continental con la promesa de cañones, pólvora y mosquetes, Deane añadió una nota en la que confirmaba: «Todo lo que dice, escribe o hace es, en realidad, acción del Ministerio», una afirmación que, sin buscarlo, le haría perder a Beaumarchais una fortuna.90

      Toda vez que Arthur Lee había vuelto a Londres y quedaba fuera de juego, Deane y Beaumarchais comenzaron a ultimar los detalles de un contrato que permitiera la entrega de un importante cargamento de suministros bélicos al nuevo país. En un primer momento, habían acordado que Beaumarchais proporcionaría la carga y que Deane aportaría los barcos, pero el 19 de agosto –dos días después de que la noticia de la Declaración de Independencia llegara a París– llegaron a la conclusión de que Deane no era capaz de garantizar la llegada de los buques de América, ni entonces, ni en un plazo razonable. Beaumarchais inició negociaciones con Jean-Joseph Carrier de Monthieu, cuya familia había dominado el negocio de fabricación de armas en Saint-Étienne durante más de tres décadas, para que suministrara tanto las armas como las naves. Por una casualidad afortunada, la solicitud estadounidense de una elevada cantidad de mosquetes y cañones había llegado justo al mismo tiempo en que el Ejército galo estaba reequipando sus fuerzas con armas más ligeras y estandarizadas y buscaba una forma de deshacerse de su armamento más antiguo. Estas armas viejas, que aún funcionaban pero que no convenían ya a las nuevas necesidades estratégicas de Francia, hallaron un nuevo hogar ideal en una nación cuyas propias necesidades comenzaban entonces a debatirse en el Segundo Congreso Continental.

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