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comió el bizcocho y tiró el vaso de cartón a la papelera más cercana. No iba a pensar en Heidi. Ni en lo guapa que estaba cuando montaba a caballo, ni en su olor a vainilla y a flores cuando la había ayudado a montar en la silla. Tampoco en las arrugas que surcaban sus ojos cuando sonreía, ni en hasta qué punto había sido consciente de cómo se movía su cuerpo a cada paso del caballo. No, no iba a pensar en ella. Heidi solo era una persona que se había interpuesto en su camino, nada más.

      Estaba regresando a la serrería cuando una mujer mayor se dirigió hacia él. Iba elegantemente vestida, con un traje azul marino y un collar de perlas. El pelo, de color blanco, lo llevaba recogido en un moño abultado.

      Como le sonrió, Rafe se sintió obligado a pararse.

      –Rafe Stryker.

      –Buenos días, señora.

      –Soy Marsha Tilson.

      La combinación de su nombre con la firmeza de su mirada activó su memoria. Rafe frunció el ceño.

      –Usted es la mujer que me regaló la bicicleta.

      Y también formaba parte del grupo que enviaba regularmente ropa y comida a su madre. Pero cuando era niño, la bicicleta le había parecido mucho más importante.

      La anciana ensanchó su sonrisa.

      –Sí, me alegro de que lo recuerdes.

      –Fue muy amable con nosotros. Gracias.

      Le resultó difícil pronunciar aquellas palabras. Incluso después de todo el tiempo pasado, le resultaba difícil evocar un pasado en el que se recordaba pasando hambre y a su madre llorando.

      –Eras un niño impresionante –le dijo la alcaldesa–. Estabas completamente decidido a cuidar a tu familia. Y eras muy orgulloso también. Hacías todo lo posible para que tus hermanos no tuvieran que preocuparse de nada.

      Rafe se aclaró la garganta. No estaba muy seguro de cómo responder.

      –No podía hacer otra cosa.

      –Debías de tener nueve o diez años. Eras demasiado joven para cargar con esas responsabilidades. Tengo entendido que ahora eres un exitoso hombre de negocios.

      Rafe asintió.

      –En Fool’s Gold se necesitan hombres como tú.

      –No tengo intención de quedarme. Solo estoy ayudando a mi madre.

      Los ojos de la alcaldesa chispearon.

      –A lo mejor podemos hacerte cambiar de opinión. Ahora mismo aquí hay un ambiente muy propicio para los negocios. De hecho, estamos a punto de abrir un casino y un hotel justo a las afueras. El Lucky Lady.

      Aquello despertó su interés.

      –No lo sabía.

      –Deberías echar un vistazo a lo que están haciendo. La empresa constructora es Janack Construction.

      –Sí, he oído hablar de ella –admitió Rafe.

      Janack era una multinacional. Tenían proyectos impresionantes, como puentes flotantes en países en desarrollo y rascacielos en China. Era realmente significativo que estuvieran construyendo algo allí.

      –Agradezco la información –le dijo.

      –Podrías establecerte aquí, Rafe.

      Era poco probable que lo hiciera, pero en vez de contestarle eso directamente, le deseó que disfrutara de un buen día y continuó avanzando hacia la serrería.

      Rodeó el edificio, sacó el teléfono móvil y marcó un número de teléfono.

      –Jefferson –ladró su amigo Dante.

      –¿Tienes un mal día?

      –¡Rafe! –Dante se echó a reír–. No, estaba esperando la llamada de otro abogado. Ya sabes que hay que transmitir una imagen de dureza. ¿Cómo va todo? ¿Has conseguido convencer a tu madre de que vuelva a disfrutar de la vida en la gran ciudad?

      –Eso es imposible.

      –Es una mujer muy decidida.

      –Dímelo a mí. Y ya que estamos hablando de esto, cuéntame todo lo que sepas sobre el proyecto del casino y el hotel Lucky Lady.

      Esperó mientras Dante buscaba información en el ordenador. Se produjo un segundo de silencio seguido por un largo silbido.

      –Impresionante.

      Le leyó las cifras, las habitaciones, el número de hectáreas y el coste aproximado del proyecto.

      –Janack Construction lo tiene todo bajo control. No podemos intervenir de ninguna manera en el proyecto.

      –Tampoco tenemos por qué hacerlo –pensó en la cantidad de tierra sin utilizar de la que disponía el rancho–. A lo mejor mi estancia aquí no es una completa pérdida de tiempo. El hotel y el casino necesitarán empleados. Es imposible que en Fool’s Gold haya alojamiento para todos ellos y allí es donde veo que podemos tener una oportunidad.

      –Pondré a alguien con los preliminares –le dijo Dante–. Averiguaré la normativa de la zona, si alguien está pidiendo permisos para construir y ese tipo de cosas... –Dante se interrumpió–. Y esto también podría ayudarte en el juicio.

      –¿De qué manera?

      –Tu madre quiere que arregles el rancho. Invertir dinero en la casa y en las tierras podría colocarte en una posición de fuerza en el caso. Incluso si al final el juicio te es adverso, podrías apelar. Con un hotel y un casino de por medio, tienes muchas más razones para querer ganar.

      Sí, porque aquel proyecto podía significar varios millones de beneficios, pensó Rafe. Y, en cuestiones de dinero, las cosas siempre le habían salido bien.

      –Si consigues involucrarte en la comunicad, la jueza te mirará con buenos ojos –añadió Dante.

      –No pienso involucrarme en nada.

      –Tampoco te vas a morir por ello.

      –Es posible –respondió Rafe–. Tenemos que ganar este caso, Dante. No voy a permitir que me gane una mujer que se dedica a criar cabras.

      –Una mujer bastante atractiva, por cierto.

      –Eso no me afecta.

      –A lo mejor a mí me está afectando por los dos.

      Rafe se echó a reír.

      –No es tu tipo.

      A Dante le gustaban las mujeres sofisticadas, arregladas y fáciles. Heidi podía tener muchas cualidades, pero ninguna de ellas encajaba con los intereses de Dante.

      –¿La quieres reservar para ti? –preguntó Dante–. ¿Debería estar preocupado?

      –¿Crees que me voy a enamorar de la cabrera y eso va a ablandarme?

      –Bueno, dicho así... Tendrás un informe sobre el potencial de las tierras de tu madre para el final del día.

      –Gracias.

      Rafe colgó el teléfono y entró en la serrería. A los pocos segundos se acercó a él un hombre con un delantal y una chapa en la que ponía su nombre, Frank.

      –¿Puedo ayudarle en algo? –le preguntó.

      –Necesito unos quince kilómetros de cerca para reparar un establo.

      Sacó del bolsillo de la camisa la lista con todo lo que iba a necesitar y se la tendió. Desde que se había enterado de la próxima apertura de un casino y un hotel, estaba más interesado en el proyecto de su madre.

      –¿Conoce a alguien que pueda estar interesado en trabajar unos cuantos días?

      Frank revisó la lista y soltó un largo silbido.

      –Esto parece que va en serio. Muy bien, haremos el pedido.

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