Скачать книгу

estado enfadado con él y sus problemas se resolverían...

      Rafe arqueó una ceja.

      –¿Crees que no estoy a la altura del desafío?

      –Yo no he dicho eso.

      –No hace falta que lo digas –alargó la mano hacia el interior del coche y sacó unas gafas de sol. Después, señaló el establo–. Adelante, yo te sigo.

      –De verdad, no tienes por qué hacer esto –protestó Heidi mientras caminaban hacia el corral.

      –Sé cómo manejar un caballo.

      –Sí, y también llevas un traje que probablemente cuesta cinco mil dólares.

      –Olvidas que crecí en este lugar. Además, quiero ver en qué estado se encuentran las tierras de mi madre.

      Entró en el corral en el que Mason y Kermit estaban disfrutando del sol. Soltó un silbido penetrante y los dos caballos se volvieron hacia él.

      Heidi se dijo que no debía dejarse impresionar. Pero el problema fue que los caballos comenzaron a caminar hacia él como impulsados por una fuerza invisible. Rafe entró en el corral.

      –¿Adónde quieres que los lleve?

      –Al establo.

      Los guio con una facilidad envidiable. Heidi permitió que la precediera, y así pudo contemplar el trasero que Charlie había mencionado. Tuvo que admitir que era bonito. Atlético, más que plano. Sí, era cierto, Rafe era un hombre atractivo, pero también lo era la serpiente coral y su mordedura era mortal.

      Una vez en el interior del establo, se pusieron los dos a trabajar. Rafe podía estar trabajando en un rascacielos de San Francisco, pero no había olvidado cómo ensillar un caballo. Después de utilizar un cepillo para limpiarle el lomo a Mason, colocó las almohadillas en su lugar con una facilidad que solo se conseguía con la práctica. Heidi se ocupó de Kermit, el caballo más pequeño, que apenas resopló cuando Heidi le colocó la silla.

      A continuación se ocuparon de las bridas. Tanto Mason como Kermit eran caballos tranquilos y las mordieron sin queja alguna.

      Por el rabillo del ojo, Heidi vio a Rafe asegurándose de que todo estaba bien atado, pero no demasiado tenso, y de que no quedaba ninguna arruga que pudiera molestar a los animales.

      Salieron después al exterior.

      En la parte más alejada del rancho, había una plataforma para ayudar a montar. Como Mason y Kermit eran caballos de gran tamaño, Heidi giró en esa dirección, pero Rafe la detuvo.

      –Yo te ayudaré.

      –No tienes por qué hacerlo.

      –Ya lo sé.

      Ató las riendas de Mason a un poste y se acercó a ella. Esperó a que Heidi agarrara las riendas con la mano izquierda y se aferrara a la silla. Después entrelazó las manos y se las ofreció para que apoyara el pie.

      Heidi posó el pie en ellas. A pesar de que no se estaban tocando de ninguna otra manera, le pareció un gesto extrañamente íntimo. Se dijo a sí misma que, en realidad, Rafe solo estaba siendo educado. Que su madre le había educado muy bien. Pero aun así, estaba nerviosa mientras contaba hasta tres y se alzaba hacia la silla.

      Pasó la otra pierna por encima del lomo de Kermit y se sentó.

      –Gracias.

      –De nada –continuó mirándola–. Pareces un poco susceptible.

      –Nos has amenazado a mí y a mi rancho en más de una ocasión. Creo que es prudente mostrarse recelosa.

      –Lo único que estoy haciendo es proteger lo que es mío.

      –Yo también –¿qué significaba aquello? ¿Tenían algo en común?–. Pero creo que todo esto sería más fácil si consiguiéramos llevarnos bien.

      Rafe curvó los labios en una sensual sonrisa.

      –No me gustan las cosas fáciles.

      –No me sorprende.

      Rafe se echó a reír y caminó hasta Mason. Lo montó y se alejaron juntos del establo.

      –¿Qué ruta sigues habitualmente? –le preguntó.

      Heidi se colocó el sombrero intentando no pensar que, para ser un hombre que conducía un Mercedes, Rafe parecía sentirse muy cómodo a lomos de un caballo.

      –Bueno, en realidad hago una ruta circular que cubre casi toda la propiedad.

      –Estupendo.

      Sí, suponía que porque sería como reclamar lo que consideraba suyo.

      –Espero que no empieces a orinar en los árboles para marcar tu territorio.

      Rafe soltó una carcajada.

      –A lo mejor lo hago cuando empecemos a conocernos un poco mejor.

      Estaba bromeando. Desgraciadamente, sus palabras le hicieron volver a recordar lo que habían sugerido sus amigas la noche anterior. Que seducir a Rafe podía ser la respuesta a sus problemas.

      Le miró, fijándose en su espalda erguida y en la anchura de sus hombros. ¿Sería la clase de amante generoso que se tomaba su tiempo para que la mujer también disfrutara o sería un hombre egoísta en la cama? Ella había conocido hombres de las dos clases, más de la última que de la primera.

      Pero era absurdo hacerse esa clase de preguntas, se recordó. Acostarse con Rafe sería una estupidez.

      –¿La cerca está así por todas partes? –preguntó Rafe señalando los postes rotos y desaparecidos.

      –Algunas zonas están mejor, pero solo algunas secciones. ¿Cómo estaba cuando vivíais aquí? –preguntó sin poder contenerse.

      –Estaba todo en mucho mejor estado. El viejo Castle podía pagar una miseria a sus empleados, pero se preocupaba por el rancho.

      Heidi advirtió un poso de amargura en su voz y supo que la causa eran las condiciones que había tenido que soportar su familia. Pero aun así, le costaba conciliar la imagen de aquel niño enfadado y resentido con la del hombre de negocios que tenía sentado a su lado.

      –Tenía mucho ganado –comentó Heidi, observando las siluetas oscuras de las vacas que se recortaban en la distancia–. Ahora están por donde quieren y son muy salvajes.

      Rafe la miró.

      –¿Salvajes?

      –Sí, muy fieras.

      Rafe se echó a reír otra vez.

      –¿Te han atacado alguna vez esas vacas salvajes?

      –No, pero procuro no acercarme a ellas. Han causado muchos problemas con las cabras. Estoy convencida de que fueron ellas las que se acercaron una noche y le enseñaron a Atenea a saltarse las cercas.

      –Creo que les estás atribuyendo más méritos de los que se merecen.

      –No creo –como Rafe parecía estar de buen humor, aunque fuera a su costa, Heidi decidió arriesgarse a hacer una pregunta potencialmente peligrosa–. ¿Qué pretende hacer tu madre con el rancho?

      –No tengo ni idea. Podría decir que recuperar su antigua gloria, pero nunca tuvo ninguna. Mi madre tiene una relación sentimental con este lugar. Quiere... Mejorarlo. Está hablando de arreglar las cercas y el establo.

      –¿Quiere dedicarse a la cría de caballos?

      –No creo.

      –Podrías preguntárselo.

      –En ese caso, tendría una respuesta y tratándose de mi madre, eso no siempre es una buena idea.

      –Si estás aquí es por no haber conocido antes sus intenciones. ¿Por qué

Скачать книгу