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Quetzalcóatl y otras leyendas de América. Bastidas Padilla Carlos
Читать онлайн.Название Quetzalcóatl y otras leyendas de América
Год выпуска 0
isbn 9789583043611
Автор произведения Bastidas Padilla Carlos
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
Todos se habían sometido, menos el joven príncipe, a quien por su actitud rebelde el jefe kari hizo azotar hasta dejarlo al borde de la muerte. Huyó a la montaña y allá iban a reunírsele algunos jóvenes amigos, sin mayores pretensiones de liberación, solo por estar con él en los ratos que tenía de descanso; aunque bien sabían que con el tiempo él iba a dirigirlos y a recuperar la libertad, cuando Viracocha, desde el azul profundo, se dignara escuchar sus ruegos, cuando les mostrara de nuevo su rostro oculto en el azul profundo para que no se vieran sus designios para los buenos y los malos.
En el bosque y en los altos riscos de la montaña, vivía el príncipe sapalla, sin poder acallar los gemidos de su corazón triste, tocando melancólicas canciones con su flauta de carrizo y a la espera de que el cielo escuchara su clamor de ayuda, y así fue. Conmovido por su soledad y por sus ruegos y, para premiarlo por su valor, Viracocha, transfigurado y oculto en un cóndor blanco, descendió al lado del príncipe, que asustado preparó su honda para defenderse.
Habló la regia aparición, presentándose.
—No temas, hijo mío, soy Viracocha. Te he escuchado y he venido a confiarte la misión de liberar a tu pueblo.
El joven príncipe le preguntó por lo que debía hacer, y el dios le respondió:
—En altas horas de la noche, reúnete con tus amigos más decididos y leales. En una cueva, en la cima de esta montaña, recojan la semilla que allí encuentren; acarreen lo más que puedan y siémbrenla en las tierras de labranza que les han arrebatado. Ya te diré lo que harán después.
Choque hizo lo que le ordenó hacer el dios supremo, Viracocha. Regresó con sus amigos al pueblo y con ellos se entregó a la tarea de sembrar las semillas, empeñosamente y con tal contento que los karis decían, jactándose y con maligna sonrisa, que al fin habían logrado someter al orgulloso y altivo príncipe. Viracocha hizo germinar la semilla y mandó después sobre las sementeras abundante lluvia. Crecieron las plantas y de las flores moradas brotaron frutos redondos y verdes que los karis viéndolos así los apetecieron y ansiosos esperaron la cogida. Cuando llegó el tiempo de la cosecha, alborotados y rientes, se lo llevaron todo, como era su costumbre. Sobre los surcos no quedaron sino las ramas secas. Como nada más pasó, los jóvenes sapallas fueron a preguntarle a su príncipe que después qué tenían que hacer.
Para responderles, Choque fue a la montaña donde ya lo aguardaba el cóndor regio.
—Ahora —le dijo Viracocha—, diles que no coman el fruto de esa planta, sino que escarben la tierra por la noche, sin que los vean los karis: allí hallarán la libertad. Cocinen y coman lo que encuentren, el tubérculo de pulpa blanca y harinosa. Yo estaré vigilándolos desde el cielo.
Dicho esto, emprendió el vuelo seguido por una inmensa y variada bandada de pájaros; junto con él iba su compañero de alas de oro: Inti, el picaflor.
Por la noche, Choque y sus amigos escarbaron en silencio la tierra y allí encontraron unos tubérculos que luego cocinaron y comieron. Se sintieron bien, fuertes y animosos; mientras los karis que comieron los frutos verdes y brillantes de la extraña planta enfermaron, muchos murieron envenenados, otros se debilitaron. Creyéndose víctima de una conjura, el jefe kari, aquejado también por fuertes dolores, armó a sus hombres, los arengó con ofensivas palabras contra los sapallas y organizó un cruento castigo. Pero los sapallas que tenían ya levantado el ánimo e hirviente el coraje en sus corazones, alentados por su príncipe y sin temer nada, se armaron de cuanto pudieron y, en un feroz encuentro, vencieron a los karis. Sin su jefe que cayó muerto en el combate, los pocos karis supervivientes, apresuradamente, abandonaron la tierra que habían ido a agraviar, pretendiendo vivir en una tierra que no era de ellos y del trabajo de los otros.
Con canciones, danzas en honor de Viracocha y un banquete con el alimento que les dio, los sapallas celebraron la victoria. Después, gobernados por el joven príncipe, Choque, reorganizaron su vida y se dedicaron al cultivo de ese tubérculo que ellos llamaron Mama Jatha, madre del crecimiento. Libres y felices vivieron después los sapallas; sustentados por la abundancia de sus campos, donde las sementeras de papas eran el centro de su economía y el constante recuerdo de la bendición de Viracocha, el dios supremo, el creador de lo visible y lo invisible, y para quien está escrita esta alabanza a uno de sus más preciados dones. Aunque sean los karis, ¡oh!, Viracocha, dales a todos la papa en abundancia; pero que la cultiven ellos…
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