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Quetzalcóatl y otras leyendas de América. Bastidas Padilla Carlos
Читать онлайн.Название Quetzalcóatl y otras leyendas de América
Год выпуска 0
isbn 9789583043611
Автор произведения Bastidas Padilla Carlos
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
Al otro día, se encontraron en la ribera del Orinoco. Ella les hizo tomar su bebida que también había repartido entre los demás hombres que ya estaban embriagados y entregados a toda clase de locuras; esos hombres los gritaron y hasta llegaron a empujarlos para que iniciaran la pelea.
Con fiereza, alentados por la risa y los gritos de la mujer, empezó el combate.
Apenas alcanzaron a intercambiar los primeros golpes de sus hojas de pedernal cuando se les presentó el padre Sol en la figura de un joven caribe. Los desarmó con un par de mazazos de su hacha de oro y los maldijo. Al joven cacique le echó en cara haberle mentido y haberse burlado de él, haber incumplido su promesa de matrimonio, haber azotado a su gente y haberse vuelto tirano. Sin excepción, maldijo a todos, y, trayendo un huracán, los envolvió con él y los dispersó por todos los confines del mundo.
—¡Vivirán en adelante solitarios, en los desiertos, las montañas, los valles, las islas, en todas partes! ¡Siempre solos, ya que no fueron capaces de vivir bien en comunidad: como verdaderos hombres!
A la mujer que había causado esa desgracia la aventó a las tinieblas más densas e insalvables.
Algunos años después, el Sol se le presentó a Yasuy, la bella prometida de Tundaro, también condenada a vivir en soledad. Humildemente, la joven le dijo que era inocente de todo, que nada malo había hecho y que ahora vivía abandonada como los culpables de la ira y la justicia de su señor Sol.
—Así es —le contestó el dios resplandeciente—, siempre pagan los justos por los pecadores.
Ella le rogó que tuviera compasión de sus criaturas.
—No somos perfectos ni fuertes como los dioses; somos débiles y caemos, fácilmente, en tentaciones. Perdónanos, como buen padre. Vamos a enmendarnos. Te lo ruego, señor y padre nuestro.
El padre Sol atendió sus súplicas, le dio pena verla llorar, se condolió de su inocencia y se portó como padre.
—Los perdono —dijo—, pero para que jamás olviden lo malos que fueron y la burla que hicieron a su dios, les daré una compañera de la cual jamás podrán librarse; por ahora, será la única compañía que tengan y será también una advertencia cuando quieran volver a la senda del mal.
Extendió la mano sobre Yasuy, y a sus pies apareció su sombra, de la cual no pudo librarse por más que corría, se agachaba, saltaba. Trató de quitársela con las manos, con los pies, con ramas y con palos. Rendida al fin, se sentó a llorar.
—Vive con esa mancha de tu cuerpo —le dijo el Sol—. Todos los hombres tendrán sombra y sabrán por qué la tienen. Les permitiré, no obstante, con el tiempo, juntarse y volver a vivir en compañía de sus seres queridos y en una comunidad a la cual deberán respetar y hacer respetar como nación: la gran nación Caribe.
Y en todo el mundo los hombres aparecieron con la imagen negra de sus cuerpos pegada a sus pies. Y por más que trataban de taparla (como Yasuy) con tierra o con arena o con ramas, por más que le echaban agua y trataban de cortarla con cuchillos, con machetes, con magia, con exorcismos… jamás pudieron librarse de su oscura y obligada compañía.
Mama Jatha, madre del crecimiento
(Leyenda boliviana)
Viracocha talló en piedra a nuestros primeros padres: hombres y mujeres. Y no les dio vida desde el comienzo, sino que los fue dejando en distintas partes del mundo que aún estaba en tinieblas; solo un jaguar en llamas daba luz desde lo alto de la Tierra. Fue después, ya habiendo completado la creación, cuando en el cielo puso el Sol (‘llapa’), la Luna (‘mama-quilla’), las estrellas, a cada una de las cuales le asignó el cuidado de un animal y las constelaciones para que custodiaran las semillas; entonces, animó a las figuras de piedra para que se regodearan en la portentosa belleza de su obra, le hicieran ofrendas, lo invocaran y alabaran. Al comienzo él mismo los gobernó, les enseñó su doctrina, la economía, la distribución de trabajo y la unidad familiar entre los pueblos y las naciones.
A los sapallas les segregó las mejores tierras: las más verdes y ricas en metales preciosos, las más fértiles para la siembra de los alimentos, las más a propósito para vivir y pastar los animales domésticos; el lago, los ríos y los riachuelos de fluir tranquilo, se los dio colmados de abundantes peces y aves acuáticas; las arboledas y los bosques, de animales de caza, y el cielo, de innumerables aves, y sobre todas: el cóndor majestuoso y vigilante. ¡Qué no les dio Viracocha para que pudieran ser felices! Agradecidos y conmovidos, los sapallas le hacían ofrendas de sus mejores ganados y lo exaltaban con sus cantos, pero, sobre todo, con el buen vivir en armonía entre ellos mismos y la naturaleza. Toda su fuerza estaba en vivir juntos al amparo de sus corazones frescos, confiados, abiertos y consolidados hacia el cielo de donde les venían las bendiciones y el socorro y hacia donde elevaban sus rogativas humildes y sus loas:
¡Oh!, hacedor del mundo,
tú que resplandeces en el alegre día,
creador de la vida,
el siervo que tú debes fortalecer y defender,
el que halla a tus plantas,
el que tú pones bajo tu gobierno,
haz que pase su vida en plena libertad
e intensamente con su mujer y con sus hijos.
No eches a un lado a ninguno.
Haz que vivan muchos años.
Que tengan para comer y para beber
sin interrupción ni contratiempo.
El jefe de los sapallas, seguro de los peligros que acarrea la guerra y de que las discordias permanentes entre los hombres no iban con la armonía del mundo ni con su ser pacífico, ordenó quemar todas las armas y no dejar sino las herramientas de trabajo y las de la caza y las de pesca y las de las labores hogareñas.
—Aprende —le decía a su hijo, Choque— que todo en el cielo y en la tierra hermana con el hombre. Hombre y hombre son hermanos, nube y hombre también, el pez, el ave, los animales de la Tierra son afines con el hombre; si somos hombres como quiere Viracocha, no debe haber ofensa entre nosotros; si tenemos armas damos pretexto para que nos ataquen; mejor no las tengamos y si nos agreden, serán los agresores los que pierdan y los que deban responder por eso a Viracocha, nuestro señor, nuestro dios, nuestro creador.
Mucho tiempo atrás, cuando Viracocha andaba formando al mundo, el genio del Mal lo asaltó en la encrucijada de un camino; se trabaron en un feroz combate cuerpo a cuerpo, Viracocha lo venció, lo arrojó a un abismo, y sobre él puso una montaña que después los hombres llamaron Misti. Por los tiempos de los sapallas, al pie de esa montaña, vivían los belicosos karis. Sabiendo ellos lo que estaba debajo del Misti, vivían temerosos de que escapara el genio del Mal. Y eso pasó. Una noche entre rugidos y bramidos estalló la cresta de la montaña y, arrojando rocas, ceniza, humo y fuego, arrasó el pueblo kari. Había ocurrido lo que temían: se había levantado el genio del Mal. Sin tierra, sin casas, sin ganado, los karis abandonaron la desolada región y emigraron en busca de otra tierra para reconstruir su país.
—Vamos por otra tierra para nuestro pueblo —dijo el jefe kari—. No importa de quien sea, la arrebataremos y fundaremos allí nuestro pueblo.
Y marchó la larga, decidida