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los fueros eclesiásticos y militares.3

      La primera respuesta de las corporaciones religiosas fue manifestarse en contra de estas medidas —sobre todo las relativas a la venta de sus propiedades y a la amortización de sus capitales, por considerar que afectaban el patrimonio de la Iglesia—, pero hubo otro aspecto alrededor del cual movilizaron a los fieles católicos: el establecimiento de la libertad de cultos, estipulado en el artículo 15 en la Constitución del 5 de febrero de 1857.

      Aunque la batalla parecía perdida para la Iglesia católica, durante el régimen porfirista se establecieron relaciones cordiales y la aplicación de la ley se mantuvo en suspenso. Fue en este contexto, durante las primeras décadas del siglo xx, cuando la Iglesia católica promovió la organización de la sociedad civil como parte de su apostolado, con la infraestructura y los postulados de la encíclica Rerum Novarum. A través de estas organizaciones parroquiales y gremiales se formaron destacados cuadros dirigentes quienes, llegado el momento en 1926, condujeron el levantamiento armado del pueblo.

      Para la generación que vivió esta época de cambios profundos, era impensable abstenerse. Participar en la Cristiada significó ser partícipe de los grandes acontecimientos que han marcado nuestra historia nacional; fueron arrastrados por las aguas caudalosas del río revuelto en que estaba convertida nuestra nación. Fue, para los jóvenes de ese tiempo —porque así se manejó en el discurso del Episcopado mexicano—, un acto de conciencia. La defensa de la fe y de la libertad de culto, que desde su perspectiva se veía amenazada por el gobierno de Calles, era considerada una misión a la cual se estaba predestinado. Por eso tomaron las armas y por eso, en algunas regiones, sobre todo las más conservadoras, se estuvo de acuerdo con los arreglos entre las cúpulas a pesar de no haber tenido claro en qué consistían.

      La guerra cristera fue una lucha desigual y fratricida que alcanzó a cubrir tres cuartas partes del territorio nacional, con 50 mil creyentes levantados en armas, además del apoyo logístico que se les brindaba en ciudades y pueblos. La resolución formal del conflicto se dio, como ya es conocido, con los arreglos entre el gobierno de Emilio Portes Gil y, por parte del Episcopado mexicano, el obispo Pascual Díaz y el arzobispo Ruiz y Flores en junio de 1929, a espaldas de los insurrectos. Esto significó, para muchos combatientes cristeros convencidos, una traición; la mayoría entregó las armas obedeciendo las órdenes de la jerarquía católica, y otros, los menos, continuaron en la lucha. Quienes permanecieron, aun sin el respaldo institucional, estaban todavía convencidos de sus posibilidades de triunfo; nuevos grupos se les unieron, más que por abanderar la causa, por vengar agravios o por obtener beneficios personales. A esta nueva etapa de la lucha se le conoce comúnmente como la segunda Cristiada, y se desarrolló durante los años 1932-1938.

      Aunque durante las décadas siguientes la lucha armada había dejado de ser una opción, las diferencias entre ambas instituciones no se habían resuelto y las asperezas en su relación continuaron latentes. Ambas, Iglesia y Estado, mantuvieron un profundo silencio con respecto al conflicto y, por supuesto, tampoco contemplaron hacer un balance sensato de su actuación en el periodo. Tal vez con ello se pretendía borrar de la memoria colectiva este episodio vergonzoso y, así, además, exculparse de su responsabilidad frente a la historia.

      Un ejemplo significativo es el siguiente poema titulado Del ateneo jalisciense:

      En la Normal del Estado / hace poco se efectuó

       un estupendo certamen / del que te hablaré, lector.

       De Sociología fue el tema; / mas reconozco mi error:

       es alta Suciología / lo que allí se enseña hoy.

       Da esta clase un individuo / que sostiene con tesón

       que descendemos del mono, / (Te sientes cola, lector?).

       Si sólo de él lo afirmara / yo le daría la razón,

       pues sus facciones recuerdan / a su ilustre antecesor.

       Te proporciono estos datos / porque formes opinión

       del intelecto y figura / del flamante profesor.

       “Entre el hombre y la mujer / ¿cuál es conveniente unión?”

       fue el tema, ¡De rechupete! / ¡para muchachas, ad hoc!

       Tres trabajos se premiaron, / que un boletín publicó,

       con la efigie, de las dueñas / para darles más honor.

       Demostraron las premiadas, / en maleja redacción,

       que resultan estorbosos / la vergüenza y el pudor.

       Y más una tal Luisita / que el primer premio alcanzó,

       derrochando desvergüenza / y alardeando de impudor.

       Lástima que esos primores, / en total, no pueda yo

       transcribirte: me abochorno / como anticuado que soy.

       Pero allí te van algunos: / (de muestra basta un botón)

       Es de parecer la niña / que el matrimonio, son dos

       prostituciones que se unen. / (¡Para sus padres, qué flor!)

       y prosigue la sucióloga, / con gala de erudición:

       El hijo de la soltera / es el hijo del amor…

       Los demás? de compromiso! / Y de ésos somos tú y yo!

       Después de esto, ¿qué le queda? / proclamar el libre amor

       ¡Cuidado con la muchacha / femenino Salomón!

       Ni una salvaje del Congo / lo hubiera hecho mejor!

       Ya te imagino pensando / que en el Liceo no quedó

       para remedio una alumna./ ¡Qué anticuado eres, lector!

       ¿son las chicas siglo veinte? / ¡pues las madres veintidós!

       De tener hijas suciólogas / ¿cómo perder la ocasión?

       Se reducen sus afanes / a que saquen el tostón.

       ¡Si les pesa mantenerlas / y a muchas quieras que no

       se las entregan atadas /al simiesco profesor.

       ¡¡Qué brutas!! Encantadazas, / cuando llegue la ocasión,

       coserán las camisitas / para el nieto del amor!

      En algunos testimonios, que presentamos en el capítulo 4 de este libro, se menciona cómo los párrocos de los pueblos amenazaban con excomulgar a quienes mandaran a sus hijos a estudiar en las escuelas de gobierno; el conflicto, por tanto, seguía latente a través de otras instancias.

      Fue hasta 1988, con el acercamiento salinista con el Vaticano, cuando las relaciones diplomáticas entre ambos Estados toman un nuevo giro que pretende subsanar sus diferencias. La reforma al artículo 130 constitucional, que otorga personalidad jurídica a la Iglesia (reforma que fue pensada en relación con la Iglesia católica y que necesariamente hubo de ampliarse a las demás denominaciones), marcó el inicio de una nueva etapa. A muchos sorprendió la presencia de los altos prelados católicos en la toma de posesión de Carlos Salinas de Gortari como presidente de los Estados

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