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generalizada que se tuvo de la figura del cura Miguel Hidalgo y Costilla, en el siglo xix y principios del xx, desde ser considerado un auténtico forajido y encarnación de los peores pecados en contra de la religión y de la Iglesia, hasta convertirse, con el aval de todos y cada uno, sin importar el credo y condición, en el principal elemento del panteón cívico mexicano, cuando se concibieron los muchos monumentos que habrían de erigirse para celebrar el primer centenario del Grito de Dolores.

      Queda claro con ello, lo mismo que con el presente libro, que el acercamiento a la historia está influido siempre por una cierta carga de subjetividad, determinada mayormente por la formación de la gente y las circunstancias que la rodean; satisfacen o angustian. Dicho de otro modo, precisamente esta subjetividad relaciona, de manera estrecha, al presente con el estudio que se haga del pasado.

      Vázquez Parada, por su parte, lo que hace es estudiar con meticulosidad y ahínco qué papel han jugado entre nosotros las ideas que tenemos hoy y hemos tenido de los cristeros a través del tiempo. Lo ha hecho después de husmear durante mucho tiempo en bibliotecas y hemerotecas, públicas y privadas, y sobre todo, convirtiendo pacientemente sus oídos en recipiendarios de la tradición oral de infinidad de pueblos y rancherías, en especial del sur de Jalisco, tierra en la que ha centrado su atención desde hace ya mucho tiempo.

      En este sentido, el libro de Celina Vázquez quita el monopolio “alteño” de todo lo que tuviera que ver con los cristeros, que algunos han pretendido establecer.

      Además, tiene el enorme mérito —que muchos han perdido recientemente— de prestar oídos también a quienes saltaron a la palestra para combatir a los cristeros o que, simplemente, no simpatizaron con ellos. También entre los agraristas había legitimidad y gente de buena fe, no debemos olvidarlo. De ello deja las cosas muy claras Celina Vázquez cuando se mete con la otra cara de la moneda.

      Charlas e interrogatorios constituyen una parte muy importante del andamiaje de este libro, pero no lo es menos la revisión de novelas, artículos y revistas. Sólo así alcanza la feliz realidad de ofrecernos lo que ella misma denomina una verdadera “hermenéutica de la conciencia histórica” de la Revolución cristera, que culmina con los últimos acontecimientos relacionados con el tema: el sensible incremento del santoral por la vía más rápida posible, y la construcción, que parece haberse emprendido ya, a pesar de las muchas críticas y reticencias, de un gigantesco santuario de “los mártires” cristeros. No podía ser de otra manera, si se piensa que la autora es una persona que, como debe ser, vive su tiempo de la manera más consciente posible.

      Tales fenómenos recientes no dejan de constituir una muestra de cómo ha revaluado la Iglesia de hoy a los cristeros, después de haberlos ignorado, como resultado de los famosos Acuerdos que, bajita la mano, tuvieron con el gobierno un puñado de obispos, sin tomar en cuenta para nada a los combatientes. Lo mismo que le sucedió a Hidalgo, a fin de cuentas: la jerarquía eclesiástica ahora ha puesto a los cristeros en un lugar preeminente de su panteón.

      No cabe duda de que la lectura cuidadosa de este libro nos ayudará a entender actitudes asumidas hoy, al tiempo que nos hará ver cuán manipulable es la historia y cómo se convierte en sustento de posturas contemporáneas.

      Creo que en el fondo se trata de un libro anticlerical, pero, a la manera de los liberales decimonónicos, resulta sumamente respetuoso de las creencias religiosas. Pero la Iglesia, que es, a fin de cuentas, otro ente histórico —con más historia que la mayoría de los entes— también cambia de manera de pensar y de ser; ahora sorprende y a veces ofende, cuando hace públicos planteamientos mundanos que antes solía hacer bajo el agua. En este sentido, hay que reconocerle el mérito a Carlos Salinas de Gortari: ora se discute abiertamente lo que antes se arreglaba en corto, además de que, claro está, sin cortapisa legal alguna; ahora se pueden meter los eclesiásticos en terrenos que, supuestamente, fueron dejados para el César por parte de aquel Jesús que, a veces, los jerarcas parecen olvidar que también era cristiano.

      Introducción

      El delirio en que estábamos no nos permitía ver la atrocidad del hecho... Pero las luchas civiles, las guerras políticas ofrecen estos desastres, que no pueden apreciarse aisladamente. El pueblo se engrandece o se degrada a los ojos de la Historia según las circunstancias. Antes de empezar, nunca sabe si va a ser pueblo o populacho. De un solo material, la colectividad, movida de una pasión o de una idea, salen heroicidades cuando menos se piensa, o las más viles acciones. Las consecuencias y los tiempos bautizan los hechos haciéndolos infames o sublimes. Rara vez se invoca el cristianismo ni el sentimiento humano... Pues fue un acto de esos que se llaman insensatos cuando salen mal, y heroicos cuando salen bien...

      Durante los primeros tiempos de la era cristiana, los siglos iv y v,

      En su libro La santidad controvertida, Antonio Rubial muestra cómo la mayoría de las religiones ha rendido culto a quienes se distinguen por su virtuosidad y estrecha relación con lo divino; pero en el caso del catolicismo, además, los santos cumplen funciones muy importantes como preservadores de la memoria colectiva, ejemplo de las virtudes que se busca fomentar y, sobre todo, como intermediarios entre Dios y los hombres. De manera que, si ya de por sí las iglesias median esa relación que como parte de la condición humana el hombre establece con la divinidad, en el catolicismo los santos establecen una doble intermediación.

      La situación de los primeros siglos del cristianismo parece repetirse al inicio del tercer milenio cuando, en este nuestro país tan necesitado de santos, son llevados a los altares 25 mártires de la guerra cristera, 14 de los cuales pertenecen al estado de Jalisco.

      La cultura religiosa en Jalisco, durante las últimas décadas del siglo xx, tuvo como característica fundamental el quiebre de la influencia hegemónica del catolicismo en el nivel de las creencias, mediante la asimilación de tradiciones religiosas no católicas y en muchos casos, no cristianas. En una sociedad que se había caracterizado por ser católica, tradicional y conservadora, la aceptación de nuevas creencias y el crecimiento acelerado de otras iglesias puso en vela a la jerarquía y a sus clérigos, quienes lanzaron, aprovechando su estructura institucional, fuertes campañas de deslegitimación y las atacaron como “extranjerizantes” y hasta diabólicas.

      Junto a ello, la incertidumbre del fin de milenio provocó ,en amplios sectores de creyentes y practicantes católicos convencidos, una incesante búsqueda de formas más cercanas de relación con lo divino; búsqueda que tuvo como resultado un gran número de apariciones y revelaciones milagrosas durante la década de los años noventa. Alrededor de una cincuentena de imágenes marianas y de cristos aparecieron en muros, piedras, árboles o cualquier objeto casero, como muestras fehacientes de la manifestación divina al exterior de los espacios eclesiales, y apropiadas por los videntes y sus seguidores; fueron revelados muchos mensajes a mansos y humildes de corazón, a gente sencilla, pobre, y casi en todos los casos, sin educación, en los que se anunciaba la venida definitiva de Cristo, el descontento y la tristeza de María y su Hijo por los pecados que se cometían, y se llamaba a la oración y al arrepentimiento.

      Algunas de estas imágenes fueron efímeras, pero otras se han conservado como testimonio de una época y como centros de peregrinación. A través de ellas recordaremos también los recursos que una sociedad emplea cuando, en situaciones

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