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a través de los que se abordan las experiencias humanas (de la prosa no narrativa tenemos ensayos; y de la narrativa, novelas, cuentos, autobiografías, memorias y testimonios), y el segundo corresponde al análisis propiamente dicho de los documentos seleccionados, de acuerdo a la temática de cada capítulo.

      A lo largo de estos años de investigación, la estructura de este libro se fue modificando conforme se avanzaba en la selección y el análisis de los documentos. De tal manera que, si al principio se pretendía abordar exclusivamente el campo de los testimonios, con el tiempo creí indispensable incluir algunos apartados más que nos permitieran ampliar y confrontar las visiones del mundo de los testigos y protagonistas (recogidas en los testimonios), con la visión de la narrativa (cuentos y novelas) y los documentos emitidos por la institución eclesial católica.

      De esta manera, se estructuró finalmente en cuatro partes: i. La guerra cristera a través de sus discursos; ii. La narrativa cristera en el occidente de México; iii. Protagonistas y testigos de la guerra cristera, y iv. Memoria cristera de la Iglesia católica.

      Ya que tanto la narrativa de temática cristera como los testimonios buscan convencer de una interpretación particular de los hechos, se utiliza el análisis de la metáfora, entendida como discurso persuasivo. Ricoeur señala que para hablar de los elementos voluntarios, el lenguaje directo es suficiente; pero cuando nos referimos a la culpa o queremos descubrir los elementos involuntarios de un discurso, utilizamos un lenguaje simbólico, expresiones no accesibles a primera vista, pero perceptibles a través de los diferentes estratos lingüísticos en que se manifiestan, como las metáforas y las paradojas.

      En el caso de los documentos analizados en la tercera parte, puesto que se trata de textos que pretenden convencer de algo mediante la utilización de argumentos cuasi lógicos, el análisis se propone descubrir la estrategia discursiva a través de la cual se quiere imponer una visión particular de los hechos de la Cristiada.

      Hay otras voces que se suman, desde diferentes épocas y lugares, a las de los protagonistas y testigos de la guerra cristera: los epígrafes que abren cada capítulo nos permiten enmarcar los hechos de la guerra cristera en una perspectiva geográfica y temporal más amplia: de Benito Pérez Galdós —a quien se puede considerar un historiador de las mentalidades, según Sergio Pitol— quise rescatar su interés por tratar como personajes principales a los fulanos y menganos olvidados por la historia; ellos son quienes se hacen presentes también en los cuentos y los testimonios que forman el corpus de este trabajo. Augusto Roa Bastos nos ejemplifica la universalidad de los fenómenos de religiosidad popular, al crear sus propios símbolos y la transmisión de la tradición en la voz del viejo. Albert Vigoleis Thelen nos habla de los fanatismos religiosos en Europa que, bajo el nombre de Cristo Rey, cometieron todo tipo de abusos; y Eugen Drewermann nos transporta a la época de la Santa Inquisición con el caso de Giordano Bruno. Los epígrafes tomados de los testimonios buscan demostrar, a partir de sus propias voces, las temáticas abordadas en cada capítulo.

      Finalmente, una acotación que no puedo pasar por alto, y que se refiere a la utilización de algunos conceptos que permean este libro: nombro “revolución cristera” a un acontecimiento que, en estricto sentido, no modificó las condiciones económicas, políticas o sociales de nuestro país; pero el término “revolución” puede utilizarse entendido como “la acción o efecto de revolver o revolverse”, y éste, a su vez, como “inquietar, enredar, causar disturbios”. Hablo de revolución cristera en el sentido de “revuelta”, y pienso que es el término más referido en el lenguaje popular, inserto en nuestra conciencia histórica. Tal vez esto tenga su explicación en que, en muchos sentidos, la guerra cristera fue para la generación que vivió la época, una continuación de la revolución de 1910-1917.

      Asimismo, el término “Cristiada” se ha generalizado con la difusión de la obra de Meyer, aunque vale la pena reflexionar acerca de su origen, ya que aparece en varios testimonios de personas que vivieron la guerra, y que con toda seguridad no conocieron la obra de este investigador francés. Este término también ha sido cuestionado recientemente por algunos académicos. Moisés González Navarro y Francisco Barbosa hablan adecuadamente de “rebelión cristera”, en tanto que para Alicia Puente se trata de un movimiento popular; pero esto es parte de otro debate entre académicos, que por el momento dejo pendiente.

      Notas

      1 Benito Pérez Galdós, Ángel Guerra, pról. de Emilia Pardo Bazán, México, Porrúa, “Sepan Cuántos”, 1985, pp. 12-15.

      2 Antonio Rubial García, La santidad controvertida, México, unam/fce, 1999, p. 21.

      3 Éste es el nombre a uno de los capítulos finales de la obra monumental de Paul Ricoeur, Tiempo y narración, 3 vols., México, Siglo xxi, 1995, 1996.

      4 Gilberto Giménez (comp.), “Introducción”, en La teoría y el análisis de la cultura, Guadalajara, sep/Comecso/Universidad de Guadalajara, 1988.

      5 Klaus B. Jensen, Humanistic Scholarship as Qualitative Science: Contributions to Mass Communication Research, Nueva York, Routledge, 1991.

      6 Hans Georg Gadamer, Verdad y método, vol. i, Salamanca, Sígueme, 5a ed., 1993, pp. 360-361.

      7 Paul Ricoeur, “Mímesis iii”, en Paul Ricoeur, Tiempo y narración, vol. i, Configuración del tiempo en el relato histórico, op. cit., cap. iii.

I. La guerra cristera a través de sus discursos

      CAPÍTULO 1.

      El lenguaje como medio de la experiencia hermenéutica

      Lo que llena nuestra conciencia histórica es siempre una multitud de voces en las que resuena el eco del pasado. Sólo en la multitud de tales voces el pasado es presente: esto constituye la esencia de la tradición de la que formamos ya parte y en la que queremos tomar parte. En la propia historia moderna, la investigación no es sólo búsqueda, sino también transmisión de tradición.

      ¿Por qué la revolución cristera?

      Los grandes testimonios son aquellos en que la vida es intersectada por las convulsiones de la historia.

      Más de un siglo de la historia de nuestro país estuvo marcado por las difíciles relaciones entre la Iglesia católica y el Estado. De este periodo, los años más álgidos fueron sin duda los de 1926-1929. La guerra cristera, como todo conflicto, tuvo un periodo de gestación y otro de conclusión que rebasa con mucho los años del movimiento armado.

      Este conflicto, que involucró a las dos instituciones más importantes, la Iglesia católica y el Estado, tuvo su origen durante la segunda mitad del siglo xix, cuando el gobierno del presidente Benito Juárez promulgó las Leyes de Reforma para institucionalizar la separación de poderes y fortalecer al Estado mexicano. El proceso legislativo de la reforma liberal tenía como metas:

      1 La desamortización de la propiedad corporativa, especialmente la eclesiástica, con el fin de poner en circulación recursos que no eran debidamente explotados.

      2 Nacionalizar los bienes eclesiásticos para desarticular el poderío económico y político del clero.

      3 Separar

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