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regresivos18. Este es un momento para resolver el apego inicial y distinguir entre lo propio y lo próximo. Construir un criterio de realidad emocional que permita conjugar la primera y la segunda persona con claridad es parte de la tarea de la adolescencia. Crear conexión y no sobreinvolucración en las relaciones implica salir de la sobre empatía que crea confusión de identidades. Estas tareas psicológicas y relacionales tienen que ver con neurodesarrollo, pues las conexiones de los circuitos que regulan los sistemas emocionales se ligan y estabilizan al final de la adolescencia dotando al adolescente de una mejor administración del sí mismo y habilitándolo para salir de la esfera parental. En la fase tres la adolescente tiene la oportunidad de hacer un cambio en la organización cerebral y puede mejorarla si cambiamos los modos del cuidado. Estos modos incluyen tanto la alimentación como una nueva forma de apego que sea más responsiva, atenta a sus necesidades. Una atención preferente a ese aparato mental.

      Se puede evaluar la sobreinvolucración tanto en la consulta psicológica como en la del médico o pediatra, tomando en cuenta los siguientes los signos que veremos a continuación.

      2.2.3.1. Marcadores de riesgo de trastorno de la alimentación (a modo de prevención)

      a. Del sí mismo: Perfeccionismo, autoexigencia, crítica, autodevaluación, funcionamiento polar (bueno/malo; limpio/sucio; adentro/afuera; control/descontrol); dificultad para expresar necesidades; analfabetismo emocional; dificultad para ser asertivos; rasgos de dependencia o evitación en la personalidad; baja autoestima; necesidad de aprobación; antecedentes de abuso sexual (en cualquier de sus formas).

      b. Patologías que suponen dietas especiales: diabetes mellitus, enfermedad de Crohn, enfermedad celíaca.

      c. Historia de trastornos de la conducta alimentaria: antecedentes de problemas de alimentación desde el primer año de vida: lactantes rechazantes del pecho materno o de ciertos alimentos; lactantes vomitadores; preescolares que rechazan alimentos o se oponen a comer con alguno de los padres; escolares que comen lento, escarban el plato y dejan alimentos y aparecen como inapetentes o “mañosos”.

      d. De la familia: sobreinvolucración; evitación de conflicto; falta resolución de problemas; criticismo; aglutinación emocional; preocupación familiar por la delgadez; evitación del dolor y los duelos de pérdidas; orden desde los logros y la apariencia; patología mental de los padres (depresión, crisis de pánico, abuso de alcohol o drogas, trastorno de personalidad, esquizofrenia, trastorno de alimentación); duelos no resueltos.

      e. Del grupo de pares: exigencia en la apariencia y el éxito; otros pares con trastorno de alimentación; suicidio o depresión.

      f. Del fenotipoo: historia de respuesta exagerada al estrés como rasgo temperamental.

      g. De la historia: experiencia de muerte de padre a temprana edad; separaciones de figuras de apego a temprana edad: siendo lactante o preescolar.

      h. En las comidas: hurgar el plato, revolverlo, sentir asco frente a las comidas, perder el control de la ingesta especialmente con dulces; preparar alimentos para otros; tener rituales en las comidas (sólo ciertos alimentos en ciertos recipientes, por ejemplo); comer muy lento o muy rápido; desaparición de ciertos alimentos; correr al baño después de almorzar.

      i. Ejercicios: hacer más de la cuenta, después de comer o a escondidas.

      2.2.3.2. Marcadores de sobreinvolucración

      El vínculo con la madre se desarrollará desde la dependencia total hasta la independencia. Cuando se retarda y se estaciona el desarrollo, es posible observar signos que van desde el funcionamiento que tiende a la fusión (sobreinvolucración) concertada y armónica hasta la sobreinvolucración ambivalente que oscila entre la armonía y la agresión. Iniciada la adolescencia es difícil que siga una sobreinvolucración armónica. La díada sobreinvolucrada en la adolescencia suele funcionar de modo ambivalente. Oscilará entre la armonía y la agresión. La madre dirá de la hija que ya no es la misma niñita “exquisita” de antes (dócil, amorosa, replegada a los deseos maternos) y la hija dirá de la madre que la dejó por otras causas que no son ella. La hija está resentida por la distancia que naturalmente tenía que crearse entre ambas. A veces esto queda inscrito como el momento de inicio de la patología: estudios que inicia la madre, cuidar a su propia madre enferma, nacimiento de un hermano e intensificación de conflictos conyugales, son algunos ejemplos. La inclusión de terceros, la flexibilidad de la estructura relacional diádica para las distancias, exclusiones, rechazos, alianzas transitorias de un triángulo relacional, indican la sanidad relacional. “Se necesitan tres para ser uno”. Antes del triángulo, la díada todavía es un sistema sobreinvolucrado.

      2.2.3.3. Signos a observar en el funcionamiento diádico sobreinvolucrado armónico

      a. En el uso del espacio:

      a.1. Cercanía corporal: los cuerpos de madre e hija/o están muy cerca. Se conectan durante la entrevista, a través de las manos, piernas, pelo, cara u otros.

      a.2. Complementariedad de la postura: ambas se tornan una sola figura. Calzan las convexidades con las concavidades, los ejes de rotación de caderas, tronco, cabeza.

      a.3. Espacialidad común: una o la otra usan el espacio por ambas definido como propio y común a la vez.

      a.4. Uso del regazo materno o del hombro de la hija.

      a.5. Exclusión del padre: activa por parte de la madre y la hija, pasiva desde el padre.

      b. En el uso del lenguaje:

      b.1. Sobretraducción materna de las vivencias de la hija. Por ejemplo, la madre narrará todo lo que la hija piensa, siente, espera, estando la hija presente. “Ella sabe más que yo”, dirá la niña o “explica tú mejor”.

      b.2. Uso de palabras que definen el mundo como un lugar peligroso, más allá de lo realmente posible de manejar en otras chicas de esa edad y ese nivel social y la familia como muy unida. Las palabras cuidado, peligro, unión, cercanía, necesidad, amor; o las inversas: distancia, odio, rabia, para hablar de otros.

      b.3. La hija busca la aprobación materna antes de hablar o de emitir alguna opinión, incluso sobre sí misma.

      c. En la anamnesis:

      c.1. Necesidad de cercanía mutua: dormir juntas; llamarse frecuentemente durante el día; sensación de angustia en caso de retrasos, viajes o separaciones transitorias.

      c.2. Ideas de enfermedad, muerte o temor por la integridad física de una por la otra.

      c.3. Temor a la desintegración de la familia en cualquiera de sus formas (separaciones parentales, conflictos domésticos, disensos en opiniones, etc.).

      c.4. Deseo de agradarse mutuamente.

      2.2.3.4. Signos: el sobreinvolucramiento agresivo

      a. En el uso del espacio:

      a.1. Distancia corporal: se sientan distantes y no se miran. Se evitan durante la entrevista. Usan al entrevistador para decir a la madre lo que no pueden decir directamente.

      a.2. Descomplementariedad de la postura: si una está de piernas cruzadas, la otra las tendrá estiradas.

      a.3. Espacialidad cortada: se comunican como si la otra no existiera, girando los hombros y usando un espacio propio, como si hubieran delimitado el aire.

      a.4. Posicionar al padre como observador. En ocasiones puede intervenir, lo que da mejor pronóstico a la díada; otras, parece haber decidido no estar presente (estar ausente en presencia).

      b. En el uso del lenguaje:

      b.1. Silencio de la madre cuando habla la hija o abierta contradicción: “No es así como dices”. “No cambies las cosas”. “Aquí te haces la buena”. “Cuéntale a la doctora cómo son las cosas”.

      b.2. Uso de palabras hirientes y recriminaciones mutuas: “Tú estás haciendo que esta familia se separe”. “No haces nada por la armonía”. “Te lo llevas peleando con el papá”. “Te lo llevas encerrada en tu pieza, nadie sabe de ti”.

      c. En la anamnesis:

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