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decía que conocer el valor de los ecosistemas podría llevar a las empresas a cuidarlos mejor, pero los números que proporciona un instrumento como este han sido como la sangre en el agua: han llamado la atención de los inversores más depredadores. Los sistemas vivos (las cuencas hidrográficas, los minerales, los alimentos y la tierra) han terminado convertidos en activos “financieros” que, vistos como algo abstracto, no son más que nuevos objetos para la especulación. (21) Gracias al diseño, estos productos financieros contienen poderosos incentivos para que sus propietarios extraigan los activos a un ritmo acelerado. Esta mercantilización de la naturaleza ha dado lugar a un fenómeno no menos siniestro llamado “compensación de la biodiversidad”. Esto quiere decir que la destrucción de un ecosistema por la minería, por la exploración de tierras vírgenes o por una infraestructura de gran envergadura puede “compensarse” con la creación de un poco de naturaleza en cualquier otro sitio. (22) Una argucia así es ideal para las empresas que excavan minas o vierten hormigón porque proporciona trabajo a un ejército de los intermediarios, aunque el resultado para el suelo sea la destrucción acelerada del medio ambiente. La naturaleza es única y compleja. Algunos ecosistemas han necesitado cientos de años para llegar a su estado actual. La pretensión de que el hábitat puede recrearse como se quiera es otra idea falsa. (23)

      Esto plantea interesantes cuestiones: cabe preguntarse si es posible que tengan lugar profundos cambios de paradigma en las visiones del mundo de la ciencia, si las “sorpresas” ecológicas pueden transformar los sistemas naturales, como han demostrado los científicos, y si los actuales estados monolíticos pudieran mudar por la “multipolarización”, como predicen los think tanks militares. En ese caso, es seguro que el profundo desfase en los sistemas culturales de creencias abriría el camino a algo totalmente nuevo. Una consecuencia de todo ello anima

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