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Tal vez le den algo más importante que la felicidad (¿y quién es nadie para decir qué es más importante que qué?); pero felicidad, lo que se llama felicidad, no se la dan, ni se trata de que se la den. De hecho, con muchísima frecuencia se la quitan, se la cercenan, la destruyen.

      Ningún científico en tanto que científico, filósofo en tanto que filósofo, guerrero en tanto que guerrero, estadista en tanto que estadista, líder en tanto que líder, empresario en tanto que empresario, donjuán en tanto que donjuán, gastrónomo en tanto que gastrónomo, monje en tanto que monje, ha sido jamás feliz por la misma razón. En cambio muchos científicos, filósofos, guerreros, estadistas, líderes, empresarios, donjuanes, gastrónomos, monjes, han sido muy infelices, justo porque sacrificaron sus fines animales a favor de sus fines espirituales, porque persiguieron las obsesiones de sus espíritus a expensas de los impulsos de sus almas. Una de estas cosas la sé por experiencia, como dije antes, y las demás las sé por observación: bien en carne viva (viendo casos de personas que hicieron esos sacrificios), bien a través de las representaciones que sobre ellos han hecho poetas, dramaturgos, comediógrafos, novelistas, historiadores, pintores, cineastas, actrices y actores.

      El espíritu no nos hace felices ni pretende hacernos felices; el alma sí, aunque fracasa de tanto en tanto. Y el espíritu es (como dijo un visionario alemán de comienzos del siglo XX) el adversario del alma: se atraviesa en su camino y le impide lograr su fin. No es el único adversario del alma y de la felicidad humanas; hay muchos obstáculos en el camino; pero es uno que me interesa enfatizar aquí, porque los filósofos, al discurrir sobre la felicidad, sucumbieron a la grave confusión de considerar que los fines del espíritu eran tan sublimes que conducirían no a la felicidad que todos andamos buscando en tanto que seres humanos, sino a una nueva, una inventada ex profeso por los filósofos, una felicidad superior.1

      Esto podría llevar a la siguiente hipótesis: la felicidad de la que hablan los filósofos o bien es un fin del espíritu y por tanto no es propiamente felicidad, o bien es un modo de vida inventado (con su ataraxia y todo ese tipo de cosas) para substituir su incapacidad de ser felices. Quiero decir: imaginemos un filósofo o comerciante o político o ingeniero o matemático o lo que sea totalmente obsesionado con su trabajo (Geist), al grado de que las relaciones no le van y no le salen y es en sumo grado infeliz al tiempo, por otra parte, que con afán cultiva sus obsesiones. Si le da por filosofar, entonces se inventará que ser feliz no es eso (las relaciones con los padres, la pareja, los hijos) sino otra cosa que está a su alcance, y entonces inventará un modo de vida (un bíos, que decían los griegos) y se hará historias de que esa es la felicidad, incluso la verdadera felicidad. Yo digo: cuentos chinos. La importancia de la familia es un factum biológico fundamental. De allí se sigue el teorema de la felicidad (y la infelicidad). Nada puede substituir a la familia (incluyendo la relación de pareja como tal). ¿Por qué creen que las metáforas de la familia tienen el peso que tienen? ¿Por qué creen que las películas no funcionan sin human interest? Eso no significa que la familia sea lo único. No lo es. Pero ojo: tampoco la felicidad es lo único. Ambas son lo que son, y no otra cosa. De eso se trata aquí.

      Ahora bien: los filósofos tienen el grandísimo mérito de haber insistido en una teoría de la felicidad, a diferencia de los economistas y psicólogos, quienes sólo recientemente han descubierto el tema. Con todo, unos y otros han errado al abandonar el punto de vista del sentido común. David Buss, por ejemplo, notable psicólogo que intenta aplicar la teoría de la evolución a las cuestiones de la psicología social, habla de fuentes profundas de felicidad (deep sources of happiness) y enlista entre ellas lazos de pareja, amistad profunda, parentesco cercano y coaliciones cooperativas (mating bonds, deep friendship, close kinship, and co-operative coalitions). Como dijo Aristóteles, ¿quién no acertará al menos con parte de la verdad, siendo ésta un blanco tan grande? Yo me voy a lo seguro y digo simplemente: familia, que es lo principal y la base. Y en todo caso, añadiría (y aquí estoy de acuerdo con Buss), primero a los amigos, que son un complemento, nunca un substituto de la familia; y después, bastante después, relaciones de solidaridad y co-operación, que son en todo caso complemento del complemento. Pero eso sí: sin familia, nada. Muchas cosas complementan y hasta completan la felicidad familiar (y en caso de haber Geist, ya sabemos qué complicadas y aun obstaculizantes pueden ser algunas de ellas), pero ninguna puede ocupar su lugar.

      Lo sorprendente, el escándalo de la filosofía es que se haya dejado la familia a un lado, a pesar de la evidencia del sentido común y la observación y experiencia propias. No digo que ningún filósofo calle la existencia de la familia (tantas cosas han dicho en sus prolijos discursos que no podían menos que mencionar a la familia de tanto en tanto, al menos de pasada), pero el caso es que no figura claramente en la historia de las concepciones filosóficas de la felicidad. Un filósofo reciente (Nicholas P. White, para más señas), intentando reconstruir (o deconstruir) tal historia llega a la conclusión de que no hay un concepto, porque si lo hubiera sería una guía, y o bien no hay guía o bien, si la hay, mejor fuera no seguirla. Luego propone abandonarlo de una vez. El razonamiento me parece tan impecable como la solución absurda.

      Ya voy llegando al fin, pero antes quiero recalcar dos cosas. Una es que la felicidad es un tema que ocupa mucho a los seres humanos; hablamos de ella incesantemente y creemos buscarla de muchas maneras. Es obvio que la felicidad es algo muy importante para nosotros. La otra es que la felicidad, sea ella lo que sea, no es lo único importante para nosotros, y que en muchas ocasiones estamos dispuestos a hacer a un lado tal o cual oportunidad de ser felices porque le damos prioridad a alguna otra cosa. Con otras palabras, no siempre, no todos, pero a veces algunos sacrificamos la felicidad por otra cosa. Mucho podría decirse sobre estas dos cosas, pero el tiempo apremia.

      Aquí he hablado de lo que hasta ahora he podido pensar (atando cabos, interpretando mi experiencia) acerca de la felicidad. No es un producto acabado, ni quiero que se lo entienda como tal. No creo equivocarme en lo que he dicho, pero puede ser, de hecho es probable, que no haya entendido todo lo que habría que entender para hablar sobre el tema. Se trata de resultados provisionales de una reflexión que acaso no acabe nunca. No tengo prisa por llegar a una conclusión, y sólo tomo la palabra porque me invitaron a hacerlo y doy en pensar que algo tengo que decir sobre el tema, por imperfecto que sea.

      Digo que es imperfecto por una razón que tiene que ver con la investigación científica sobre la felicidad, que va viento en popa en los tiempos que corren. Esto me lleva a deslindarme respecto de esta investigación. No se puede ser filósofo e ignorar lo que dicen los científicos. Vamos pues. La investigación científica de la felicidad se funda en tres operaciones, cada una de las cuales induce a error.

      Por un lado, se parte de cuestionarios, como ya dije: se pregunta a la gente, primero, si es feliz (en una escala del 1 al 10) y segundo, por qué es o no es feliz o qué determina o no determina el ser feliz. Y la gente hace lo que siempre hace cuando le preguntan los investigadores: inventa. No es esta la manera de averiguar las cosas; y con ese método poco en verdad se averigua.

      Por otro lado, creen (como los filósofos antes que ellos) que felicidad es lo mismo que plenitud, florecimiento, virtud, etcétera. Sin embargo, he argüido que se trata de cosas distintas y a veces opuestas. Aprovecho para añadir un argumento más a mi arsenal: las feministas ven el problema con enorme claridad y lucidez cuando hablan del dilema de la mujer: ¿familia o profesión? Con todo, y por más admiración que me despierten sus reflexiones y análisis, cometen ellas un error: pensar que el dilema es sólo de la mujer. Pues no lo es: el hombre, o si se prefiere: el varón, lo ha tenido por más tiempo (después de todo, el feminismo es cosa recentísima). Y es que, independientemente de la guerra de los sexos, en un punto son hombre y mujer iguales: sólo a través de la familia pueden alcanzar la felicidad.

      Finalmente, los científicos asumen que la felicidad es un efecto de muchas causas, es decir variables que pueden medirse. Yo sostengo que la causa es única. Y aquí es donde algún filósofo, máxime si es analítico, que es gente de peligro, me querrán preguntar si es causa suficiente o necesaria. Esto lo tengo menos claro, y de allí la imperfección de que hablé antes. Y es que, en cierto modo, lo que presento es una hipótesis, algo que falta notablemente en la investigación psicológica y económica, a saber que lo que los anglosajones llaman family bliss sea la base de toda

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