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De la felicidad y otras cuestiones públicas. Fernando Miguel Leal Carretero
Читать онлайн.Название De la felicidad y otras cuestiones públicas
Год выпуска 0
isbn 9786075476384
Автор произведения Fernando Miguel Leal Carretero
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
Los filósofos y lingüistas entre los lectores reconocerán algo llamado “contradicción performativa” o “inconsistencia pragmática”; o dicho castizamente: que digo una cosa y hago otra. Porque, me dirán esos exquisitos lectores, lo que hago en la segunda cuestión es, precisamente, opinar de política, que es contra lo que arguyo en el texto. (Alguno de tales lectores dirá incluso que todo este libro no contiene sino opiniones políticas. Me parece una exageración, pero no es pertinente discutir aquí esa cuestión.)
Admito los cargos; pero en mi defensa quisiera decir que se trata de un caso excepcional. En general o en la mayoría de los casos, no tiene sentido opinar en materia política; pero cuando el tiempo y el espacio permiten que se explaye uno algo más, y ese es el caso de la conferencia y el texto publicado, podemos hacer una excepción. Cuando opinamos de política, en efecto, lo hacemos al calor de las discusiones cotidianas, y por ello ni hay tiempo de reflexionar ni contamos con la información apropiada, lo cual es una receta casi infalible para decir sandeces, necedades y majaderías. Doy en pensar que no es el caso de la cuestión 2. Los lectores juzgarán si acierto o si hubiera sido mejor quedarme callado.
La segunda pregunta —si el capitalismo es una sola cosa o varias— me surgió, por su parte, de puro oír constantemente a conocidos y desconocidos hablar de El Capitalismo, casi como si se tratase de una idea platónica, un objeto enorme y único que se cierne sobre la humanidad y en realidad sobre todos los animales, vegetales y minerales que alberga la Tierra; o tal vez sería mejor hablar de un Ente Maligno, capaz de explicar todas las desdichas humanas, o incluso otras desdichas que afectan a la naturaleza en general. Ese género de opiniones ya ha sido refutado muchas veces, desde hace mucho tiempo y por autores mejor informados que yo; pero, con ocasión de ciertas lecturas y de conversaciones con mi entonces coautora, caí en cuenta de que nunca se había intentado argumentar el asunto sin tener que comparar al capitalismo con otros sistemas, que es naturalmente el gran tema de la teoría económica comparada, sino, por decirlo así, comparando al capitalismo consigo mismo. Cuando lo hacemos, nos damos cuenta de que la respuesta a la pregunta es que no hay uno, sino varios capitalismos.
Hay una tendencia de los seres humanos a unir lo dispar y crear objetos únicos donde lo que hay son fenómenos diversos que requieren modelos teóricos diversos para capturarlos. Piénsese, por ejemplo, en ese flagelo de la humanidad al que llamamos “pobreza”. La gente opina de la pobreza como si fuese una sola cosa, cuando cualquier investigador que se haya metido al tema sabe perfectamente que bajo esa denominación simplificadora se subsumen hechos y tendencias diferentes. No es lo mismo la pobreza medida en términos de ingreso que en términos de patrimonio o capacidades; ni es lo mismo la pobreza coyuntural que la estructural. Otro tanto pasa con una buena parte, si no la mayoría, de los términos que usamos en la vida diaria sobre los fenómenos sociales a nuestro alrededor. El argumento de la cuestión 3 es simplemente que, si queremos condenar el capitalismo y sus males, y vaya que también aquí estamos hablando de un asunto público, hagámoslo enhorabuena, pero tratemos al menos de especificar de cuál capitalismo estamos hablando.
La tercera pregunta contrapone la ética a la bondad natural de los seres humanos y se pregunta si son la misma cosa. Con frecuencia y con enjundia se dice que problemas de gran importancia social son problemas de ética, y se da a entender que, si tuviéramos algo más de ética o si reflexionáramos mejor, o con mayor frecuencia, sobre la ética, muchos de esos problemas encontrarían solución. Las moralinas se oyen por todos lados y, si no hay acuerdo en muchas cosas, sobre esta parece que sí. Este trabajo surgió originalmente de conversaciones, discusiones y correspondencias con una serie de autores británicos, las cuales llevaron a mi coeditora y a mí a publicar un número monográfico de una revista especializada en cuestiones de tecnología y sociedad. Como resultado de todo ello planteo yo en la cuestión 4 que, contra lo que se suele pensar, muchos de los problemas sociales, si no incluso todos, surgen no tanto de que la gente en general requiera de más ética sino más bien de que las circunstancias en las que actuamos con frecuencia conspiran para sabotear algo que podemos llamar la bondad natural humana.
La frase “bondad natural humana” puede evocar en los lectores recuerdos de discusiones tradicionales y trasnochadas sobre si el hombre es naturalmente bueno o naturalmente malo. Nada más lejos de mi intención que aportar más tinta a esa cuestión entre ingenua e insensata. Como dijo bien un filósofo contemporáneo, los seres humanos no son ni buenos ni malos; son complicados. En mi caso, lo que digo es que la mayoría de la gente se comporta de manera decente, a menos que la situación en la que opera se lo impida. Son las instituciones o, como dicen algunos economistas, las “reglas del juego”, las que generan conductas dañinas; y si las cambiáramos, al menos una buena parte de las desdichas que lamentamos encontrarían alivio. De hecho, hay múltiples ocasiones en que podemos constatar acciones que no pueden llamarse sino heroicas, en las que los seres humanos se comportan de manera responsable y positiva a pesar de que tenían todo en contra. No es pues con lecciones baratas de moral que se van a arreglar las cosas. Al contrario, y esa es otra parte del argumento, muchas de esas lecciones sirven solamente de coartada para perjudicar al prójimo, sea de manera deliberada (siempre hay pillos), sea sin darse cuenta de lo que hace uno (que es lo usual). Ningún código moral, ninguna larga reflexión ética, garantiza que la gente va a hacer lo que le toca; pero juiciosos cambios institucionales pueden contribuir mucho a facilitar que lo hagan.
Hasta aquí las cuestiones, indudablemente públicas, para las que he podido encontrar preguntas que, por ofrecer disyuntivas claras, parecen más susceptibles de ser respondidas. En el caso de las otras dos cuestiones que presento aquí, las preguntas que formulo como títulos no son cerradas sino abiertas; pero las apariencias engañan. En efecto, en ambos casos se trató originalmente de conferencias, respecto de las cuales sabía yo que circulaban respuestas erróneas a ellas, puesto que las había oído de distintas bocas y en distintas ocasiones; y era mi preocupación contravenirlas. De allí que, a pesar de las apariencias, a estas cuestiones, la primera y la quinta, subyace la idea de una disyuntiva: ¿son esas opiniones comunes correctas o no? Yo he tratado de argumentar a favor de la negativa.
Por otro lado, las cuestiones 1 y 5 se distinguen de las que he discutido antes en que, al menos a primera vista, no se trata de cuestiones públicas. También aquí creo que las apariencias engañan.
A comienzos de los noventa del siglo pasado, el término “posmodernismo” había dejado de ser una palabra de iniciados para entrar en el dominio público y ser la comidilla de los pasillos universitarios y los cafés de intelectuales. Eso había generado una serie de cuestiones, entre ellas la de su origen. Esta es una pregunta que se plantea cuando no sabemos bien de qué estamos hablando. Al preguntarnos por su origen, la gente suele pensar que logrará capturar el sentido o la naturaleza de aquello de que se habla, algo que no siempre es el caso, puesto que los fenómenos sociales cambian constantemente.
Comoquiera que ello sea, al participar, de forma más o menos involuntaria, en conversaciones que tenían por tema el posmodernismo de moda, me topé con que la gente, como ocurre cuando se conversa de cosas nuevas y brillosas, pero al fin poco inteligibles, se inventaba orígenes obscuros, pero extraños y emocionantes. Probablemente por necio, a mí me daba por tratar de corregir la percepción que sobre estas cosas se tenían. Esfuerzo vano e inútil; pero suficiente para que, en un momento dado, se me invitara a dar una conferencia en toda regla sobre el tema. El lector atento podrá pues ver que, si bien formulo la cuestión 5 como una pregunta abierta —¿de dónde salió el posmodernismo?— y por tanto capaz de evocar en los interesados un número indefinido de respuestas posibles, si bien no todas plausibles o siquiera atendibles; en rigor la pregunta era para mí cerrada: si el posmodernismo proviene de donde dice la gente o no. Mi respuesta