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de ser las víctimas de esta situación?

      ¿Cómo responderán si somos los lideres mismos quienes nos sentimos perseguidos, odiados y reprimidos?

      Con seguridad tendremos detrás de nosotros a muchos que harán eco de nuestras palabras pero no podrán madurar para enfrentar más tiempos difíciles como los que se avecinan.

      Y Jesús no le está dando una sugerencia a sus discípulos acerca de no abrumarse, sino más bien un mandato para tener firmeza en tiempos de dificultad.

      Las circunstancias pueden ser agobiantes, pero la compañía de Jesús garantiza algo que precisamente el mundo no puede comprender y es el tener paz aun en medio de la tormenta.

      Las opciones para el creyente están dadas. Tú puedes ser como la generación que salió de Egipto. Vieron la mano poderosa de Dios. Los libró del enemigo, abrió el mar para ellos, los alimentó con maná, los guió en su travesía, pero se olvidaron de Él.

      O puedes ser como Josué y su casa que entraron, poseyeron la tierra prometida y se juraron siempre servirle a El Señor.

      La primera generación recibió todo de Dios, pero avergonzó al Señor, la segunda generación poseyó las promesas de Dios.

      ¿De cuál quieres ser tú? ¿Qué es lo que motiva tu vida cristiana?

      ¿En realidad deseas seguir según los pasos de Jesús?

      Y no podríamos entender nada de esto, a menos que comprendamos que no fuimos hechos solo para este mundo, sino para la eternidad.

      Jesús, tú me estás diciendo que no deje que mi corazón se turbe, cuando mi matrimonio está en problemas, cuando mis hijos son rebeldes, cuando me acecha la ansiedad, la depresión, la angustia, cuando el mundo confronta el coronavirus, etc. ¿Y tú me dices que no deje que mi corazón se turbe?

      Claro que todo eso nos dañaría, a menos que sepamos con certeza que ahora en Cristo, hemos sido diseñados para vivir eternamente. Ese es el evangelio.

      Escucha lo que dice Jesús allí mismo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay.”

      Y Él agrega algo realmente poderoso y si tú lo crees, entonces muchas de tus preocupaciones se van a ir porque tomarás la certeza de esta afirmación que salió de la boca de Jesús, escucha bien esto:

      Es cierto que me voy, ¿pero saben a qué me voy?

      Voy pues a preparar lugar para vosotros, ¿escuchaste eso? Lo quiero repetir: voy pues a preparar morada para vosotros en la mansión celestial.

      ¡Y vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, (alguien tiene que escuchar esto hoy, alguien que ha perdido un ser querido recientemente, alguien a quien le han diagnosticado una enfermedad grave, alguien que solo ve problemas a su alrededor) para que donde yo estoy, vosotros, estén también conmigo en esa eternidad!

      Hay una habitación en los cielos y en su puerta dice: reservado para Rosa, Pepe, Carlos, etc., para los hijos de Dios.

      ¿Y saben cómo llama Jesús a ese lugar? La casa de mi Padre.

      Qué manera maravillosa de llamar al cielo, la casa de mi Padre.

      No es solo un lugar paradisiaco, no es solo un lugar de paz y gozo eterno, no es solo un lugar de felicidad eterna, también es la casa de mi Padre. El cielo al cual vamos a llegar es también la casa de mi Padre y eso nos atrae, sin duda.

      Hay ocasiones en las que se llama la ciudad del Dios vivo, el Reino de los cielos, el paraíso, etc., pero también es un lugar para una familia, la familia de Dios, el lugar al cual Jesús denomina la casa de mi Padre.

      En este mundo nos reunimos como familia y allá lo haremos también, pero con una familia aún mucho más grande formada por todos los hijos que han llegado a la casa de su Padre. ¿Qué te parece?

      ¿Eres tú un/a hijo/a de Dios? Si es así, te espera la casa de tu Padre, tienes el mejor de los destinos.

      El problema es que los judíos pensaban que ese lugar era solo para ellos, para su pueblo.

      Pero Dios dice: no, tengo una familia aún mucho más grande y la estoy formando con gente como tú, de todo pueblo, lengua, raza o nación. El evangelio extendido y predicado a las naciones.

      Así que escucha bien esto para que nunca lo olvides: ¿Estás preparado/a?

      Jesús dice: en la casa de mi Padre hay muchas moradas, pero hay una sola puerta, un solo acceso.

      Y Yo soy esa puerta, ese camino, ese acceso, ¡nadie va al Padre si no es a través de mí!

      Pero escuchen en detalle la conversación, porque Jesús dice: voy a preparar lugar para vosotros en la casa de mi Padre donde hay muchas moradas y ustedes conocen el camino.

      Pero Tomás se levanta en medio de los demás y dice: No, no sabemos adónde vas, ¿Cómo podemos saber el camino?

      Entonces Jesús la da la respuesta en tres formas. Tres formas para una pregunta.

      Antes de dar esa respuesta, pensemos esto por un momento.

      Jesús está hablando de la casa del Padre, del camino para llegar a ella.

      ¿Y cuándo fue que se perdió ese camino? ¿Cuándo se perdió esa casa?

      ¿Cuándo fue que se hizo necesario que se estructurara un camino para ir por él hacia la salvación?

      En Génesis 1 Dios creó todo perfectamente y nuestros primeros padres habitaban en el paraíso o en la casa del Padre, de una manera libre y gozosa.

      Pero llegamos al fatídico capítulo 3 de Génesis y allí viene la caída.

      El Señor creó al hombre y la mujer en su punto culminante de perfección. Varón y hembra los creó a su imagen y semejanza y los puso para que fructificaran en esta tierra. Había una particularidad en ellos: Estaban totalmente satisfechos como eran. Vivian felices en el paraíso.

      Al finalizar el capítulo 2 hay algo interesante que la Biblia nos dice: Que estaban desnudos y no se avergonzaban. No había complejos, no había malicia, no existían ese tipo de cosas que hoy en día abundan por todas partes. Había inocencia. Un estado de pureza que el ser humano tenía.

      Y es interesante que el Señor no dice que no tenían temor, que no tenían enojo, que no tenían gozo o cualquier otro sentimiento humano. Lo que Dios resalta de manera particular entre todas las emociones humanas es que no sentían vergüenza. Que el ser humano no fue creado originalmente para experimentar esa vergüenza.

      Ellos vivían tranquilos en el paraíso y no sentían ninguna vergüenza. Pero aparece el enemigo para poner sobre ellos este tipo de mal.

      ¿Y por qué sucedió eso? ¿Por qué el enemigo se empeña en hacernos experimentar esta condición?

      La vergüenza se define como un sentimiento humillante y deshonroso que viene por haber cometido alguna falta o por haber sido víctima de alguna cosa terrible. Es una turbación del ánimo que hace a las personas sonrojarse y sentirse mal con los demás.

      Y el origen de todo esto está precisamente en Génesis 3 pero hasta el día de hoy sigue igual.

      La forma como el enemigo opera es precisamente ocasionando cosas por las cuales las personas terminen sufriendo vergüenza de sus actos, o por los actos ajenos. De hecho, esta cultura ha sido denominada la cultura de la vergüenza por periódicos norteamericanos.

      Y todo esto tiene atados a muchos en esta generación. Atrapados por la vergüenza, el descontento con sus vidas, la falta de propósito y de dirección.

      Si los oídos solo están preparados para escuchar a Dios, lo demás deberían resultar sonidos extraños.

      Pero Adán y Eva estando en el paraíso se dieron el permiso de escuchar a quien no deberían y eso trajo consecuencias terribles para la humanidad por siempre.

      ¿Te gustaría ser como Dios? Le insinuó el enemigo a Eva. Aún te falta

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