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Historia de África desde 1940. Frederick Cooper
Читать онлайн.Название Historia de África desde 1940
Год выпуска 0
isbn 9788432153174
Автор произведения Frederick Cooper
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
En Senegal, el cultivo de cacahuete había estado dominado desde mediados del siglo XIX por los líderes de las hermandades islámicas. Estos líderes, llamados morabitos, promovieron nuevas zonas de cultivo, al establecer asentamientos para sus discípulos (llamados talibés[1]), los cuales se beneficiaban de la protección de una colectividad y del conocimiento, las semillas y la habilidad organizativa de los morabitos. Tras un tiempo trabajando para un morabito, el talibé ya podía funcionar por su cuenta. La hermandad muridí se volvió particularmente rica y poderosa, a medida que iba surgiendo lentamente un campesinado dedicado al cacahuete.
Las autoridades coloniales, en cuanto echaron cuentas a sus datos de exportación, supieron que los agricultores africanos —a través de una amplia variedad de acuerdos sociales— eran productores innovadores y activos. Sin embargo, en las discusiones políticas en París o en Londres, semejante corroboración quedaba eclipsada por la previa suposición de atraso. En la década de 1930, algunos gobiernos —por ejemplo, en las África Central y Oriental Británicas— se propusieron salvaguardar de las malas prácticas africanas los terrenos. Esas toscas intervenciones acarrearían mucha oposición rural tras la guerra. En algunos lugares, como en Rhodesia del Norte (Rhodesia Septentrional), los administradores durante la década de 1940 comenzaron a pensar que podrían formar a «cultivadores de progreso» a partir de aquellos a quienes consideraban como agricultores de subsistencia, si bien hicieron relativamente poco para proporcionar la infraestructura que tal pretensión requería. Lo más importante estribaba en que el planteamiento oficial sobre la agricultura africana estaba tan aferrado a una idea de atraso, que resultaba difícil para las autoridades reconocer cuánto habían producido los cultivadores africanos de cacao, café, cacahuete, productos de palma, algodón y tabaco, así como una amplia gama de alimentos para mercados regionales. Tras la guerra, los gobiernos coloniales sostuvieron que era necesaria una «revolución agrícola» en África, como si la evolución del siglo anterior no hubiera sucedido.
El desigual proceso de transformación agrícola en el África colonial, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, acarreó diversas consecuencias políticas: la ira de los sin tierra tanto contra los blancos acaparadores de tierra, como contra los africanos que negaban las implicaciones de una solidaridad comunitaria; la desesperación de los empobrecidos, que ahora necesitaban dinero en efectivo para pagar las tasas escolares y otros gastos «modernos», pero que tenían menos posibilidades que nunca de ahorrar dinero; las quejas de los agricultores prósperos contra los bajos precios que pagaban los intermediarios, o contra el autoritarismo de los funcionarios coloniales del Ministerio de Agricultura; la política patriarcal de los jefes que tornaban posición en riqueza y riqueza en poder; y las vinculaciones cada vez más amplias que los agricultores prósperos iban desarrollando gracias al comercio, la inversión y la educación de sus hijos. Estas vinculaciones colocaban a los agricultores en condiciones de actuar políticamente y también los ponían en contacto con los brazos represores de la administración colonial. En el periodo de postguerra, la movilización política rural iba a proceder de varias direcciones: desde los moderadamente adinerados hasta los extremadamente pobres.
VINCULACIONES INTELECTUALES
Una de las ironías de la historia política africana estriba en que el momento que parecía inaugurar una nueva época en la movilización panafricanista resultó ser su etapa cimera. La política se iría moviendo luego por otros derroteros. El panafricanismo de entreguerras contó con diferentes tipos de elite. Uno lo representaban los afroamericanos y caribeños, que plantaban cara al imperialismo por su racismo a escala mundial, y que argüían que los afroamericanos con cultura debían ser una vanguardia que sacara a África de su páramo. Otro lo impulsaban Léopold Sédar Senghor y Aimé Césaire, cuyo concepto de negritud suponía una contribución de los africanos a la civilización universal. El panafricanismo también contaba con su versión populista, auspiciada por Marcus Garvey, y que se propagaba por medio de marineros africanos y afroamericanos en los puertos de África. Hubo organizaciones con sede en Londres, especialmente la Oficina Internacional de Servicios Africanos, vinculadas a círculos comunistas o trotskistas antiimperialistas. Estas organizaciones se horrorizaron y encolerizaron cuando, después de que Italia invadiera Etiopía en 1935, la Sociedad de Naciones no logró actuar contra la agresión italiana. Los líderes políticos africanos y afroamericanos intentaron encrespar la oposición pública a esta nueva conquista imperialista, pero poco adelantaron con los gobiernos europeos.
También había vinculaciones regionales. Sierra Leona, adonde desde finales del siglo XVIII el gobierno británico había enviado africanos «libertos» tomados de navíos esclavistas capturados y de otros lugares, había sido un punto de esparcimiento para los comerciantes y misioneros africanos, cultos y cristianos, que ayudaron a crear formas culturales híbridas a lo largo del litoral occidental africano desde Gambia hasta Nigeria. Comerciantes, artesanos, abogados y médicos de origen sierraleonés vivían en la mayoría de ciudades portuarias bajo influencia británica. En la Nigeria occidental, muchos de estos «retornados» —capturados originariamente en esta región como esclavos— impelieron a los diversos pueblos de lengua yoruba a verse a sí mismos como una «nación», mientras recalcaban que esa nación necesitaba de la ayuda de misioneros africanos para progresar. Los afrobrasileños, también con raíces en la Nigeria occidental, comerciaban entre Brasil y Nigeria y, además, ayudaron a forjar una nación de diáspora. En Nigeria, los yorubas podían ser cristianos, mahometanos o lo que fuera, llevar ropa inglesa o cualquier otra. Los yorubas podían ser culturalmente conscientes de sí mismos, pero también mirar hacia afuera, hacia África en su conjunto y hacia su diáspora, e igualmente hacia ciertos aspectos de la cultura británica. Así, quedaban muy cuestionadas qué prácticas debían seguirse, por ejemplo, en el matrimonio.
En ciudades de África occidental como Lagos, esta clase cristiana, consciente y profesional —unida por vínculos escolares, amistades y relaciones comerciales con personas parecidas en otras ciudades del África Occidental Británica— se vio profundamente afectada por las exclusiones del dominio colonial. En los años de entreguerras, el gobierno colonial proclamó que los africanos cristianos no eran los africanos «de verdad». Fue a partir de este contexto, y de las frustraciones que la colonización imponía, cuando se formaron las primeras asociaciones políticas, especialmente el Congreso Nacional del África Occidental Británica (NCBWA). El NCBWA fue una organización regional de africanos con buena formación que se unieron tras la Primera Guerra Mundial, para redactar propuestas, publicar revistas y folletos, y exigir un asiento en los consejos asesores y legislativos creados por los británicos y dominados por blancos. La organización insistía en que tales personas —no solo los líderes con aspecto de ser más «africanos»— debían tener voz en la articulación de los problemas. Su enfoque político no era Nigeria, Costa del Oro, Sierra Leona o Gambia, sino el espacio cosmopolita que los conectaba a todos. No se oponían necesariamente al Imperio Británico, pero al menos exigían desempeñar una función en su gobierno, así como una considerable autonomía local.
En el África Occidental Francesa, la población equivalente era mucho más pequeña; la actividad educativa misionera resultaba más limitada. Sin embargo, en cuatro ciudades de Senegal colonizadas durante el siglo XVII (las Cuatro Comunas), los habitantes (llamados originarios) tenían casi todos los derechos de un ciudadano francés. En 1914, un africano negro, Blaise Diagne, fue elegido para representar a estas ciudades en la cámara legislativa de París, rompiendo el monopolio político de los mulatos y de los ciudadanos blancos. Durante la Primera Guerra Mundial, Diagne se dio cuenta de lo mucho que Francia necesitaba de su ayuda para reclutar soldados, así que empleó su influencia para consolidar los derechos de ciudadanía de sus electores, ensanchar el censo de votantes y ensamblar su propia maquinaria política. Más