Скачать книгу

rincón infantil es para muchos niños un momento especial del culto de adoración. Lo era también para mi nieta; cada vez que escu­chaba la música que anunciaba ese momento, pedía a sus padres que la acompañaran hasta el estrado. Años después, cuando pudo caminar sola, se levantaba de su asiento y corría hacia la plataforma para disfrutar su mo­mento especial. Nunca hubo necesidad de pedirle que lo hiciera. Sin embar­go, un sábado, la rutina de once años llegó abruptamente a su fin. Al escuchar la música, ella decidió no acudir al llamado. Sus padres la miraron sin decir palabra; pero la fecha quedó escrita en la memoria de su padre: 17 de junio de 2017. ¿Qué pasó ese día? ¿Fue algo premeditado o espontáneo? Imposi­ble saberlo; quizá ni ella misma lo sabe.

      Es así de simple. Las personas crecemos, cambia nuestro concepto de no­sotros mismos, se renuevan nuestras creencias... Nuestros comportamientos responden a un proceso interno de autoconciencia. A veces decimos que los hi­jos crecen muy rápido, y nos asustamos de sus cambios. En realidad, no es rápido. Lo que sucede es que, embelesadas como estamos en otros asuntos, no nos damos cuenta de lo que pasa frente a nuestros ojos.

      Las conductas externas se gestan en el interior. Por lo tanto, es indispensa­ble que vivas intensamente cada momento con tus hijos. Monitorea el ambiente de tu hogar, revisa tu relación con ellos, observa cómo cambia su cuerpo y su comportamiento, y el día que seas testigo de un acto trascendente, no te asus­tes, sino hazlo un motivo para celebrar y recordar toda la vida.

      Aquel 17 de junio, mi nieta dio un paso hacia adelante en su desarrollo, y sus padres aceptaron su decisión con respeto; y aunque yo, su “abue”, no le pregunté por qué, estoy segura de que iniciaba en ella el proceso de abando­no de la infancia para adentrarse en el mundo maravilloso de la adolescencia.

      Si eres madre, tienes una gran responsabilidad, que es a la vez un privile­gio y un gozo. Los niños cantan, ríen, sueñan; contágiate de su naturaleza, de tal modo que ellos respondan con docilidad a tus requerimientos. Recuerda que la frialdad, la indiferencia, la rudeza y la rigidez son contrarias a la persona­lidad infantil y te pondrán en una posición de lejanía respecto a la cercanía que Dios desea que haya entre ustedes.

      ¿Carroña o maná?

      “Donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres” (Mat. 24:28).

      Cuando era niña, recuerdo haber caminado un día en compañía de mi padre por el campo donde estaba nuestra casa. Me llamaron la atención unas aves que volaban en círculo incansablemente; fue en­tonces cuando descubrí que existen los buitres, y que les encanta comer car­ne de animales muertos. El diccionario los define como “aves rapaces del orden de los falconiformes que suelen alimentarse especialmente de animales muertos, aunque a falta de estos, son capaces de cazar presas vivas”.

      Hablando metafóricamente, “alimentarse de cuerpos muertos” es a veces también una práctica humana. Los chismes, bien sean fundados o infundados, los rumores que creamos, las calumnias y las críticas que hacemos a otras personas son como una carne muerta, una carroña pestilente que disfru­tamos cuando, en realidad, debería repelernos. Voy a decirlo claro: en esas circunstancias, nos convertimos en buitres.

      Los chismosos, aunque se defiendan a sí mismos afirmando que son bien in­tencionados, parecen buitres revoloteando alrededor de un cuerpo muerto. Son sutiles, imperceptibles y con una agudeza verbal para trasmitir todo lo que concierne al chisme; por supuesto, agregando detalles inexistentes para ha­cer más emocionante su banquete de carne muerta.

      Pensemos… ¿Qué hay detrás de alguien que disfruta del chisme y de la ca­lumnia? Los observadores y estudiosos de la conducta humana afirman que los chismosos son personas con problemas de autoestima, a la que pretenden nutrir hablando mal de los demás. Algunos se jactan con hilari­dad de que tienen el “gusanito” del chisme. En realidad, creo que es más que eso; es la misma serpiente que “engatusó” a Eva en el Edén la que engatusa a las personas a las que les gusta comer de un fruto que debería estar prohi­bido en la mente de toda mujer cristiana.

      La Biblia afirma que la lengua es un órgano difícil de manejar, que es como un pequeño fuego que enciende una gran hoguera. Pero más allá del control de la lengua, tenemos que vigilar los pensamientos, deshacernos de nuestra miseria personal, perdonarnos, apreciarnos, recuperar la condición de hijas de Dios y no permanecer siendo esclavas del pecado.

      La carne muerta no es alimento para una mujer de Dios. Pon un sello mi­sericordioso a tus relaciones interpersonales alimentándote día a día, minuto a minuto, del maná que viene del Cielo. Entonces estarás nutrida tú y todos los que se topen contigo en el camino.

      ¿Sabes que eres mujer?

      “¡Muchas mujeres han hecho el bien, pero tú las sobrepasas a todas!” (Prov. 31:29, RVR 95).

      Ser mujer hoy no es tan sencillo como antaño, cuando los roles esta­ban definidos, incluso desde antes de nacer. La mujer hoy tiene que encontrar su esencia en un sinfín de corrientes filosóficas; ¿con cuál se identificará? Algunas organizaciones y grupos se han creado para promover una lucha de fuerzas interminable entre lo femenino y lo masculino, pero ser mujer es sencillamente descubrir, aceptar y disfrutar de nuestras cualidades personales. La fuerza de una mujer no se prueba luchando contra los varo­nes; se prueba en el campo de batalla de la vida y desde su propia trinchera.

      La fuerza femenina no solo se pone a prueba a la hora de dar a luz; la mu­jer la ejerce al ser tierna y a la vez firme y decidida cuando se trata de poner a salvo a su familia y a ella misma. La fuerza de su autoridad deriva de sus sólidas convicciones; siembra valores con creatividad amorosa; nunca atrope­lla la dignidad del otro; se arrodilla ante Dios con lágrimas y súplica, gime y llo­ra, para levantarse renovada y llena de fortaleza para actuar, dar, proponer, moldear, conducir y salvar.

      No malgastes tu vida quejándote de tu posición en ella por el mero hecho de haber nacido mujer. “Sácale el jugo” a tu condición femenina; “recrea” todos los días la perfecta creación que Dios decidió que fueras tú. Muéstrate delante del Señor con honestidad y él reparará los daños que las circunstan­cias puedan haber causado en ti. No malgastes tu fuerza cargando comple­jos, rencores y resentimientos relacionados con el sexo con el que naciste. No alimentes tu vida de miedos innecesarios ni de tristezas ajenas. No dejes que los daños que te han causado otros se transformen en enfermedades incu­rables que se enquisten en tu ánimo para siempre.

      Ninguna noche, por larga que fuera, ha sido nunca capaz de impedir la salida del sol. Ámate y ama con todo tu corazón al que te creó. Ríndele ho­nor cumpliendo sus propósitos en tu vida. La derrota no existe con Cristo, y en tus caídas él te levanta con el mismo amor de siempre. Detrás de las lágrimas hay risas; oculto en el dolor hay placer. La tristeza sirve para llevarte a los pies del Señor; la alegría te hace levantar la vista al cielo y alabar. Alaba al Señor por el hecho de que eres mujer.

      Ser madre

      “Yo y los hijos que me dio el Señor somos señales milagrosas para Israel, puestas por el Señor todopoderoso que vive en el monte Sion” (Isa. 8:18).

      La maternidad es un atributo distintivo de la mujer; algunos estu­dios refieren que aun las mujeres sin hijos ejercen su maternidad de al­guna manera. Y, sin duda, cientos de observaciones confirman este planteamiento. La ternura distintiva de la mujer se pone en acción en múlti­ples actos sencillos de la vida. La mano de una mujer levanta con delicadeza al ave caída del nido, la arropa en su pecho y la hace vivir. Ella puede con­solar el llanto de un niño con una simple caricia envuelta en amor. Su confor­mación física, así como sus cualidades espirituales y emocionales, enriquecen su función maternal.

      La maternidad es una vocación sublime con alcances eternos. La mujer maternal recrea la imagen de Dios en la vida de sus hijos. También forma vi­das, aun sin tener hijos. La maternidad conecta a la mujer con Dios, de quien obtiene su fuerza moral,

Скачать книгу