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esenciales para que comenzara a escribir este libro. A través del reencuentro con estas vivencias recuperé los momentos que hoy hacen posible este volumen. Por ello, está repleto de reminiscencias y nostalgias, algunas maravillosas, otras trágicas; algunas dulces, otras amargas; algunas felices, otras tristes; algunas mágicas, otras reales; algunas memorables, otras deleznables. Pero una cosa de la que estoy seguro es que, si volviera a nacer, pediría a Dios la misma infancia, las mismas vivencias, la misma familia, las mismas amistades, la misma realidad, las mismas fantasías, la misma orilla del río (la madre Ganges), la misma pasión por la vida. Querría la misma existencia, tal como la tengo ahora. No cambiaría nada. O, si no es posible volver a nacer, volver a vivir físicamente, pediría que –cuando pase a contemplar los arquetipos y esplendores– al menos pueda recordarla.

      Estas páginas hablan de algunas ideas acerca de qué es la vida y cómo vivirla; plantea acciones para encontrar el verdadero sentido de la existencia de cada uno. Es probable que ciertos lectores piensen que con este tomo quiero urdir una revolución en la forma de vida del siglo XXI. Yo digo que la transformación ya se hizo, al menos en mi mente, en mi trasiego vital.

      Más que un libro, ésta es la invitación a compartir un experimento: ¡la vida!

      ¿Por qué escribir?

      «No se deberían leer más que los libros que nos pican y nos muerden. Si el libro que leemos no nos despierta con un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?»

      Franz Kafka

      «Si hay un libro que te gustaría leer pero que aún no se ha escrito, entonces debes escribirlo».

      Tony Morrison

      ¿Qué es lo que quiero contar? Quiero contar la experiencia de la vida, de los vivos, de los moribundos y de los «muertos». ¿Cómo la quiero contar? Desde la literatura, que ha sido una de mis pasiones en la vida. ¿Por qué la quiero contar? Simplemente, para no dar «patadas en la tumba».

      Desde que era niño he tenido una pasión: tratar de descifrar lo que hay en la mente humana, ya sea a través de las vidas de los que me rodean o a partir de un estudio de conductas. Aquí quiero compartir contigo esta pasión. ¿Qué hay en la mente humana? Después de vivir varias experiencias con la gente, en mis visitas a cárceles, hospitales y cementerios, es decir, después de hablar con los vivos, moribundos y «muertos», sentí esta necesidad de narrar aquellas historias. Lo escrito aquí es la recopilación de lo visto, vivido, platicado, escuchado, leído, aprendido, sentido, pensado, deseado, amado, gozado, sufrido, reído, llorado; lo bello y lo feo, lo real e imaginario, lo mágico y fantástico de la existencia humana. A ti, lector, te pido un favor especial: ten paciencia, no me juzgues como escritor; soy simplemente un ser humano que, como tú, no quiere dar «patadas en la tumba» y que desea compartir contigo lo que es la vida y lo que no es.

      Las ideas aquí expuestas no son nuevas, ya se han dicho mil y una veces: en los textos védicos, en los Puranas, en los Vedantas, en el Bhagavad Gita, así como en la Biblia, el Corán, la Torah y los textos budistas. Algunas otras reflexiones proceden de la filosofía de la vida. También hay cosas que aprendí en los discursos filosóficos de Osho.[1] La lista de los autores que admiro es larga, pero me gustaría recordar a algunos como Homero (por la odisea del hombre), Dante Alighieri (por mostrar la divina comedia que es la vida), Shakespeare (por narrar la traición humana en una oración: ¡et tu, Brute!), Franz Kafka (por metamorfosear mi vida), Marcel Proust (por enseñarme a buscar el tiempo perdido), James Joyce (por penetrar en el fluir del pensamiento), Hermann Hesse (por emprender un viaje espiritual de la vida), Juan Rulfo (al llevarme al mundo de las ánimas en pena), Gabriel García Márquez (por enseñarme que la soledad puede durar más de cien años), Jorge Luis Borges (por descifrar lo «indescifrable»: el infinito), Orhan Pamuk (por darle voz a los que no podían hablar) y Arundhati Roy (por mostrar que las pequeñas cosas también tienen un Dios).

      Muchas de las enseñanzas aquí recogidas vienen de las fábulas que mi abuela me contaba en mi niñez. Todavía las tengo en la memoria. Estas fábulas me han acompañado en mi búsqueda del tiempo perdido: mi infancia. En estos relatos pervive mi abuela, con su imagen divina y esa voz con fuerza de viento en sus murmullos y largos suspiros. Un día, el mismo viento se los llevó para siempre. Mis padres dicen que fue la corriente del río. Encontraron su cuerpo tres días después. Sin embargo, yo sigo creyendo que fue el viento el responsable y es el que la trae cada vez que quiero. Murmullos que escucho todos los días gracias al viento, que permanecieron en algún lugar de mi memoria y ahora surgen en una forma incontenible con la necesidad de ser transmitidos.

      Otras historias vienen de las discusiones incesantes con mis padres, amigos y hermanos sobre los temas más diversos que uno pueda imaginar. Desde la filosofía socrática hasta la doctrina hegeliana, desde las ideas platónicas hasta la ideología marxista, desde la filosofía védica al psicoanálisis freudiano, desde la cosmovisión del mundo para los cristianos hasta el concepto de belleza y divinidad para los hindúes. En realidad, desde estos modos del conocimiento nada ha cambiado, salvo que ha nacido en mí la necesidad de buscar y saber cuál es el verdadero sentido de la vida.

      He señalado que no quiero una revolución, ya que eso implicaría cambiarlo todo, yo sólo quiero una transformación en la vida. Lo que pretendo es crear acciones, atrevimientos, hechos, actos heroicos; en otras palabras, quiero que te atrevas… a vivir.

      Quizá ya se esté gestando una revolución con esta forma de ver la vida. Así que bienvenidos al experimento.

      Este libro es un intento de liberar a las tumbas de las «patadas» de los arrepentidos. Tiene el propósito de narrar las experiencias de los moribundos para que no las repitan otros. Dicho de otro modo, es un intento para que «te caiga el veinte» (como se dice en México) antes de que sea demasiado tarde. Si quieres saber si lo planteado anteriormente es cierto o no, habla con un moribundo. Habla contigo mismo. ¿Acaso no eres un moribundo?

      1

      ¡Quiero vivir!

      «Vive la vida como al momento de morir quisieras haber vivido».

      Confucio

      Estoy a punto de morir. En unas horas vendrá el sacerdote para darme la bendición. Veo por última vez a mi esposa, que contiene sus lágrimas, observo a mis hijos, en silencio; al mismo tiempo, veo toda mi vida pasar delante de mí en un instante (la vida entera pasa enfrente de tus ojos justo antes de morir). Pronto iniciará mi velorio y después el entierro. El silencio de mis hijos, poco a poco, se está convirtiendo en llanto. Todo se va oscureciendo como cuando estaba en el vientre materno… cuando tenía la ilusión de vivir la vida. Hoy, acostado en esta cama del hospital, palpita mucho más fuerte esta ilusión: quiero vivir…, quiero decirle a mi esposa cuánto la amo y agradecerle todo lo que hizo por mí y nunca le reconocí… Quiero…, quiero…, quiero volver a vivir. Nunca como ahora había tenido tanto anhelo por la vida. Tengo muchas ganas de vivir, vivir…

      2

      «Patadas en la tumba»: el eco de los lamentos

      «Lo único que el tiempo no perdona es lo que a tiempo no se hace».

      Proverbio popular

      ¿Por qué, cuando estamos vivos, no nos damos cuenta de lo que tenemos ni lo valoramos? ¿Por qué vivimos engañados? ¿Por qué, cuando nos vemos cerca del final de nuestra existencia, queremos volver a la vida? ¿Por qué damos «patadas en la tumba»? ¿Por qué los cementerios están colmados de arrepentidos? Las tumbas están llenas de hombres y mujeres dando «patadas». Los hospitales están saturados de moribundos esperando una oportunidad más de la vida. Las cárceles están repletas de personas que darían lo que fuera por salir y respirar el aire libre. ¿Por qué valoramos más las cosas cuando las perdemos? ¿Por qué anhelamos más la vida cuando estamos a punto de perderla?

      Después de hablar con varios moribundos, me he dado cuenta de que nadie quiere morir y la mayoría de ellos lamentan sus vidas ante su irrevocable muerte. Los muertos quieren abrir su ataúd, romper las placas de cemento, escarbar la tierra y salir a la luz. Pero es imposible. Lo único

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