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la noción de “activismo performativo”, que militantes de Black Lives Matter definen como los gestos vacuos de solidaridad, impulsados más por el afán de figurar en la conversación mediática que por un compromiso genuino con la transformación social.

      Del otro lado, “performance” como género mismo de protesta ha suscitado públicos entusiastas que devienen “coperformers”. La performance Un violador en tu camino del colectivo Lastesis de Valparaíso es un ejemplo maravilloso de intervención estético-política que se nutre tanto del aquí y ahora coyuntural de la práctica performática como del proceso y la transformación multisituada facilitados por las redes sociales. Esta performance fue realizada por primera vez el 20 de noviembre de 2019 en Valparaíso y luego el 25 de noviembre en la Plaza de Armas de Santiago como parte del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. En menos de tres minutos, a través de su texto, coreografía y vestuario, Un violador… abordó el tema de la violencia sexual como problema social y político. Denunciando la participación directa y la complicidad entre la policía, la justicia y el Estado, esta performance se dirigió al tratamiento de casos de violencia sexual dentro de la cultura de la violación que culpa a las víctimas, y también al contexto de violaciones a los derechos humanos que se dieron durante la “primavera chilena” que comenzó el 18 de octubre de 2019.

      Primero en solidaridad con las feministas y el pueblo chileno, y luego enraizadas en sus propios contextos, cientos de reperformances de Un violador… tuvieron lugar en países como Perú, Puerto Rico, México, República Dominicana, Cuba, Turquía, Francia, Alemania y España. Las redes fueron canales de difusión de versiones con idiomas y palabras específicas, e hicieron que la performance permaneciera vigente durante varias semanas y hasta meses. La letra y los pasos se difundieron como texto-imagen-coreografía para su reactivación. Y también quedaron como extractos a enfatizar, e incluso como parte de relatos de sobrevivientes de violencia que circularon en Twitter incluyendo datos de edad, lugar y vestimenta, y aportando así más evidencia para reorientar el foco del problema en los perpetradores y sus propiciadores. Un desarrollo interesante del recorrido transnacional de Un violador… fue cuando Lastesis participaron en Buenos Aires junto a miles de asistentes de la Acción contra el Aborto Clandestino, el 19 de febrero de 2020. Quienes habían sido parte de una coreografía conjunta sin escenario en Valparaíso y Santiago, e instigadoras de cientos de reperformances autogestionadas alrededor del mundo, pronto devinieron estrellas del tipo de Pussy Riot. La performance de escena no dejó por esto de ser una performance participativa, ya que Lastesis facilitaron el ensayo previo de la coreografía que sería parte de un pañuelazo para demandar que vuelva a tratarse la legalización del aborto en el Congreso, proceso que quedó interrumpido por la pandemia.

      Un violador… rinde tributo a la imbricación de teoría y práctica. Las autoras reconocieron la influencia de la teórica feminista Rita Segato. De ahí el nombre del colectivo, Lastesis, que acentúa la importancia de la perspectiva teórica para transformar el mundo. El nombre también sugiere que, aunque se busque la verdad, se trata siempre de aproximaciones, de posicionamientos, de propuestas. Quizás aquí radique la diferencia entre las performances de lxs líderes políticxs y las performances contrahegemónicas de quienes toman la palabra, el espacio, los medios. Las primeras apuntan a cultivar y explotar el aspecto espectatorial de la performance, es decir, la creación de públicos y seguidores al modo del flautista de Hamelín. En cambio, como lo demuestran sucesos como el “verano puertorriqueño”, en las performances de revuelta no se trata de apariencias, ni de espectáculo, sino de un hacer conjunto, de un darse ganas, de un compartir la amplia gama de emociones que se transitan en tiempos convulsionados, ensayando de qué se trata la justicia social entendida desde abajo. Con su perreo combativo, su cacerola girl, y sus kayaks y botes para llegar a la casa del gobernador a quien se propusieron deponer, lxs protagonistas de las performances populares de San Juan mostraron que la figura principal no fue Ricky Martin, ni Residente o Bad Bunny; son los pueblos que a través de sus performances se dicen a sí mismos lo que pueden aunque aun no sepan del todo cómo sigue lo que sigue.

      “Y ahora que estamos juntas…”, dice Ni Una Menos… ¿Y ahora que no estamos juntxs, qué hacemos? ¿Qué hacemos con los temas pendientes, con las revoluciones en curso, con las revueltas que nos debemos? En este libro, a través de la idea de constelaciones performáticas, muestro que las redes digitales y las performances copresenciales no pueden separarse. No es activismo digital por un lado y protesta en la calle por el otro. No es uno para que se dé la otra. No es uno antes como preparación, luego la otra como evento en sí, y después más de lo anterior como memoria. Aun cuando compartamos el espacio físico de una asamblea cara a cara estamos atravesadxs por lo digital. Y hoy, como vamos descubriendo, lo remoto no quita lo sincrónico y esto no quita lo vital. La memoria en nuestros cuerpos de asambleas, protestas, abrazos se resiste a abandonar nuestro ser en las pantallas.

      Sí, ya sé, a veces los recuerdos están solo como anhelo. No podemos esperar más. Y es cierto también que en el presente hablamos de “activismo virtual”, protestas en redes como reemplazo a no poder ir a una marcha de Black Lives Matter o a un pañuelazo que no se hace porque no está permitido. El 24 de marzo subimos fotos de pañuelos blancos con la leyenda “Nunca más” para que el día no se fuera sin el ejercicio de memoria que es esencial, sobre todo en tiempos de negacionismo. Pareciera que los espacios “real” y virtual hoy se separan.

      Sin embargo, ese es también el sentido de la performance como base para crear constelaciones, de la acción concertada para aprovechar lo que cada medio tiene para ofrecer, a contrapelo incluso de sus propios términos y del hecho de que en ellos cohabitamos con la policía y las corporaciones y los poderes que se benefician de la desinformación. Hoy, más que nunca, como se ha dicho, hay que ciudadanizar el uso de las redes. La performance, la de abajo hacia arriba, aquí propongo, es un modo de cuidar(nos), de militar como luciérnagas intermitentes, como cuando las mujeres zapatistas preguntaron “¿Qué hiciste con la lucecita que te dimos?”. Aquí propongo una respuesta: hicimos constelaciones de performances.

      MARCELA A. FUENTES

      Los Ángeles, agosto de 2020

      INTRODUCCIÓN

       ACTUALIZAR LA PROTESTA Y EL ACTIVISMO: CONSTELACIONES DE PERFORMANCES HEMISFÉRICAS

      Quizás porque crecí durante una dictadura militar, creo firmemente que las concentraciones de masas para celebrar victorias ganadas con mucho esfuerzo o para repudiar políticas abusivas son herramientas democráticas cruciales. Cuando era una niña en Buenos Aires, asistir a los desfiles militares en los feriados nacionales era una tradición familiar. En cambio, con el retorno de la democracia, las manifestaciones populares mostraron una imagen de poder colectivo. Aunque la protesta social puede movilizarse con fines tanto progresistas como reaccionarios, en Latinoamérica las protestas les ofrecen a sus participantes una oportunidad para desarrollar capacidades políticas que pueden jugar un rol de transformación más allá de los mecanismos de la política representativa y delegativa.1

      Mi maestra de teatro, Ita Scaramuzza, me llevó a mi primer acto político en 1983. Fue una manifestación para celebrar el retorno de la democracia en Argentina. Me acuerdo con claridad del momento en que salimos del subte y nos sumamos a la multitud en Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno en Buenos Aires. Apenas llegamos, nos saludaba una persona tras otra. Era como llegar a una fiesta. Todo el mundo estaba ahí. Para lxs artistas de teatro este primer acto en democracia era particularmente significativo. Habían sufrido el terrorismo de Estado de forma muy cercana ya que lxs intelectuales con fuertes posiciones políticas e ideológicas y lxs activistas fueron perseguidxs, asesinadxs o forzadxs al exilio; las escuelas de teatro fueron intervenidas, se prohibió el estudio de distintas obras de teatro, y se impedía que lxs estudiantes se reunieran en los pasillos o caminaran descalzxs.2 Después de años de censura e intenso control social, esa tarde de 1983 celebramos la libertad de reunirnos en espacios públicos masivamente. En 2016, al preguntarle a Virginia Gianonni, una militante feminista de Ni Una Menos, sobre el uso de la performance como una herramienta del activismo, ella me respondió que la toma colectiva del espacio público es de por sí una de las formas más potentes de la performance política. Allá

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