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más ese mismo año. No tenían más problema que la inminencia de la temporada de lluvias, lo cual la llevó a acelerar las cosas. Leyó cientos de currículos, entrevistó a los candidatos por videoconferencia y se aseguró de que los trabajadores elegidos estaban a la altura del proyecto.

      Al día siguiente, mientras Zak y ella contemplaban la marcha de las obras, se les acercó un hombre de piel oscura, pelo castaño y ojos claros. Su camiseta estaba empapada de sudor, pero tenía una sonrisa encantadora.

      –Soy Peter Awadhi, capataz y representante de la Junta de Turismo –dijo, dirigiéndose a Zak–. Hemos hablado un par de veces por teléfono, pero quería saludarlo en persona, señor Montegova… ¿O debo llamarlo Alteza?

      –No, llámame Zak.

      Peter asintió y se giró hacia ella, que se apresuró a presentarse.

      –Hola, soy Violet Barringhall. Asesora, coordinadora y chica para todo del proyecto –ironizó.

      –Ah, ¿estás a cargo de la plantilla? Me alegro, porque me gustaría hablar contigo dentro de un rato. Tengo que hacerte un par de preguntas.

      –Por supuesto. Para eso estoy.

      Peter sonrió a Violet, y Zak lo miró con cara de pocos amigos.

      –¿Ya han montado las tiendas de campaña? –preguntó el príncipe.

      Peter se giró hacia el lugar donde estaban los vehículos, y habló en suajili con uno de los trabajadores.

      –Sí, parece que sí –respondió momentos después–. Me encargaré de que os lleven el equipaje.

      –Excelente –dijo Zak–. ¿Se puede ver el piso piloto?

      Peter asintió.

      –Está en el recinto del oeste, como pediste.

      –Llévame. Quiero echarle un vistazo.

      –Claro.

      –Cuando hayamos terminado, me gustaría dar una vuelta, si no es demasiada molestia –intervino Violet.

      Zak frunció el ceño.

      –¿Estás segura de eso? Llegamos ayer –le recordó–. Deberías descansar un poco.

      Ella sacudió la cabeza.

      –No estoy cansada. Además, me gustaría estirar las piernas y familiarizarme con los terrenos antes de que lleguen los trabajadores que hemos contratado.

      Zak se giró entonces hacia uno de sus guardaespaldas y le dijo algo en voz baja. Segundos después, el hombre apareció con un sombrero de ala ancha y se lo puso a Violet, que se quedó atónita.

      –¿Y esto?

      –Las insolaciones son habituales en esta zona –le explicó–. No quiero tener que llevarte a un hospital en el helicóptero.

      –Está bien. Gracias.

      Al cabo de unos momentos, se dirigieron al corazón de la propiedad, donde se alzaba el enorme edificio que albergaría la recepción, el restaurante y el spa.

      Los trabajadores que estaban allí desde el principio ya habían puesto los cimientos de los primeras cabañas ecológicas. Violet se alegró de lo bien que marchaban las obras, y pensó que irían aún mejor cuando llegaran los que había elegido ella.

      Justo entonces, vio el helicóptero al que Zak se había referido, y le sorprendió que llevara la pequeña cruz roja de los servicios médicos.

      –¿Por qué necesitamos un helicóptero médico? ¿Se producen muchos accidentes? –preguntó a Peter.

      –No es un helicóptero estrictamente médico. Pero nos viene bien, porque el ambulatorio más cercano está a sesenta kilómetros de aquí –respondió.

      Violet supuso que Zak habría tenido algo que ver, y sus sospechas se confirmaron al divisar el emblema de la Casa Real de Montegova. Obviamente, las autoridades de su país no podían permitir que al segundo príncipe de la línea dinástica le pasara algo.

      –No es lo que estás pensando –dijo Zak, adivinando sus pensamientos–. No está aquí para llevarme al hospital si me clavo una astilla en un dedo. Lo trajimos porque la mujer que se encarga de la comida y las provisiones está embarazada de ocho meses y se niega a dejar el trabajo. Es por cautela, por si da a luz antes de tiempo.

      Violet se sitió avergonzada de sí misma, y se alegró de que el ala del sombrero ocultara su expresión cuando giraron a la izquierda y se dirigieron al oeste.

      El piso piloto era una cabaña de una sola planta, pequeña pero preciosa. Se fundía con el paisaje a la perfección, y tenía un porche delantero para disfrutar de las vistas a la puesta de sol.

      Zak subió al porche y abrió la puerta principal.

      El interior se dividía en un salón, una cocina y dos dormitorios, que estaban al fondo. Pero Violet estaba más interesada en otras cosas, así que dijo:

      –Supongo que el agua de la ducha se recicla para el inodoro, ¿verdad?

      Zak asintió.

      –Sí, y hay un pozo central para aprovechar el agua de lluvia, que dará servicio a todo el complejo.

      –¿Y la electricidad?

      –De paneles solares, claro.

      Violet se dio cuenta de que aquel proyecto, que Zak había diseñado en colaboración con un grupo de arquitectos tanzanos, le interesaba mucho. Lo supo porque lo miró absolutamente todo y señaló los detalles que no le convencían para que se hicieran los cambios oportunos en las cabañas prefabricadas que se iban a montar.

      Peter respondió a sus preguntas con inteligencia y profesionalidad, ofreciendo soluciones a todo. Y, cuando salieron de allí, Violet no tuvo ninguna duda de que habían elegido al capataz adecuado.

      Por desgracia para ella, no fue él quien la acompañó a dar la vuelta, sino su jefe. Peter se tuvo que ir a hablar con unos trabajadores, y Violet no tuvo más remedio que seguir adelante, algo enfadada con el hecho de que Zak estaba fresco como una rosa y ella, sudorosa y acalorada.

      –¿Y bien? ¿Qué te ha parecido? –preguntó él.

      –Magnífica –respondió.

      –Tendremos un especialista de Montegova durante los tres primeros meses, que formará a los dueños y les enseñará a arreglar cosas básicas, por si se estropean.

      Zak lo dijo con un orgullo que sorprendió a Violet, porque no encajaba en la imagen que tenía de él. Si no se andaba con cuidado, terminaría creyendo que el príncipe se había escapado de un cuento de hadas para ayudar a los pobres.

      –¿Por qué frunces el ceño? ¿Hay algo que no te guste?

      Ella sacudió la cabeza.

      –No, estoy encantada con lo que he visto –afirmó–. Pero tu actitud me extraña, la verdad. ¿Por qué estás aquí? Tienes cientos de empleados que podrían hacer este trabajo.

      Zak se había quitado las gafas al entrar en el piso piloto, y la miró con toda la potencia de sus ojos grises.

      –¿Quieres saber por qué superviso un proyecto que lleva mi nombre?

      –No lo pregunto por eso, sino por lo que la gente pueda pensar. ¿No te preocupa que desconfíen de ti? No serías el primer rico y privilegiado que se mancha un poco las manos para llamar la atención de los medios.

      Él se encogió de hombros.

      –Por suerte, mi posición es tan excepcional que no tengo que impresionar a nadie ni preocuparme por lo que piensen.

      –¿Ni siquiera cuando quieres hacer algo grande? –se interesó ella.

      –Ni siquiera. Los resultados de mi trabajo hablan por sí mismos.

      Violet no lo podía negar. Además

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