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preferido y completar el conjunto con el collar de perlas que había heredado de su abuela.

      El timbre sonó por segunda vez en media hora cuando se disponía a meter las llaves en el bolso. Violet se sobresaltó, pensando que sería él; pero se dijo que el príncipe no era de los que se rebajaban a subir cuatro tramos de húmedas y oscuras escaleras para llamar a la puerta de un edificio de protección oficial. Y, cuando la abrió, se llevó una sorpresa.

      –¿Siempre abre sin preguntar antes? ¿Es que no le preocupa su seguridad? –dijo Zakary Montegova.

      Violet se quedó boquiabierta, contemplando sus intensos ojos grises y su alto e impresionante cuerpo.

      –¿Qué está haciendo aquí? No era necesario que subiera. Podría haber llamado al portero automático. O haber enviado a uno de sus guardaespaldas –dijo ella, girándose brevemente hacia los hombres que lo acompañaban.

      Él arqueó una ceja.

      –¿Y perder la oportunidad de ver el sitio donde vive? –replicó–. Por cierto, ¿para qué quiere una mirilla y una cadena si no las usa?

      Zak la miró de arriba abajo, haciéndola súbitamente consciente de todas las partes que acababa de escudriñar, incluidas las que no podía ver. Y esa sensación la irritó un poco más, porque también la volvió más consciente de lo bien que le quedaba el esmoquin a medida y de la potente e innata sensualidad que lo había convertido en uno de los hombres más deseados del mundo.

      –Me dijo que estaría aquí en quince minutos y, aunque solo hayan pasado catorce, no necesitaba ser muy lista para saber que era usted quien había llamado –se defendió Violet–. Pero, ¿vamos a perder más tiempo con una discusión sobre protocolos de seguridad? Porque le aseguro que se me ocurren cosas mejores que hacer.

      –¿Cosas mejores? Le recuerdo que firmó un contrato donde se dice que todo su tiempo es mío cuando está en comisión de servicio –declaró, mirando los muebles baratos del piso y el montón de libros que descansaban en la mesita del salón–. ¿O es que he interrumpido algo? ¿Se estaba divirtiendo, quizá?

      Violet cerró la puerta un poco más, para que no pudiera ver su santuario. Estaba ordenado y limpio, pero era muy pequeño y, como no tenía dinero suficiente, no lo podía decorar como le habría gustado.

      Además, Violet tampoco quería que el príncipe sacara conclusiones equivocadas de su precaria existencia. Conociéndolo, podía pensar que no había ido a Nueva York para ampliar su experiencia profesional, sino para casarse con algún hombre con dinero, como pretendía su madre.

      –Creo que ha malinterpretado los términos de nuestro acuerdo, Alteza. Efectivamente, estoy a su disposición en el trabajo, pero eso no significa que todo mi tiempo le pertenezca. Lo que haga en mi tiempo libre es asunto mío.

      –¿Está segura?

      Ella sintió un escalofrío.

      –¿Cómo que si estoy segura? ¿Qué significa eso?

      Zak entrecerró los ojos, la miró en silencio durante unos segundos y, a continuación, se apartó de la entrada para que Violet pudiera salir y cerrar.

      –Bueno, ya hablaremos de su seguridad y su tiempo más adelante. El ministro me está esperando.

      Violet se quedó sin saber qué había querido decir, pero optó por quitárselo de la cabeza y empezó a bajar, con el príncipe a su lado. Cualquiera se habría dado cuenta de que Zak no era un hombre corriente. Hasta su forma de bajar las escaleras, insufriblemente arrogante, era un testimonio de su origen aristocrático.

      Al llegar al portal, él admiró un momento la parte descubierta de su espalda, y sus ojos brillaron con deseo. Pero fue un momento tan breve que Violet se preguntó si se lo habría imaginado. A fin de cuentas, Zak Montegova no mostraba nunca lo que sentía. Su control emocional era absoluto, como si nunca hubiera dejado de ser el oficial de las Fuerzas Aéreas que había sido de joven.

      Pero había excepciones.

      Por ejemplo, la noche en el jardín de su madre, cuando su cuerpo se inflamó con una pasión tan desbordante que lo consumía todo. Y, aunque la hubiera rechazado después, Zak había bajado la guardia y le había enseñado un atisbo de lo que escondía tras su fachada de dureza.

      Violet no había sido capaz de expulsar ese instante de sus pensamientos. O, por lo menos, de reprimirlo con tanta facilidad como él, porque a veces asomaba en su expresión, por mucho que intentara controlarse.

      ¿O también eran imaginaciones suyas?

      En cualquier caso, sabía que no podría seguir con su vida si no lo superaba y, cuando llegó a Nueva York, se intentó convencer de que Zak no sentía nada por ella.

      Y casi lo consiguió.

      Casi, porque siempre se quedaba a las puertas de su objetivo.

      El recuerdo de sus cálidas y habilidosas manos pesaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Por eso rechazaba a todos los hombres que se le acercaban. No era porque quisiera concentrarse en su carrera, sino porque Zakary Montegova estaba siempre allí, como un formidable fantasma con el que no podían competir, como una vulgar imitación del exitoso príncipe.

      El aclamado príncipe era un genio. Mientras su hermano se encargaba de los asuntos internos de Montegova, él se encargaba de los intereses internacionales de su país. Y, en el transcurso de unos pocos años, había logrado que muchos presidentes comieran de su mano y se había vuelto increíblemente poderoso.

      –Adelante –dijo Zak, abriéndole la puerta.

      Violet salió a la calle, pero salió en el preciso momento en que un ciclista pasaba por delante, y tuvo que retroceder para que no la atropellara. Por desgracia, eso la puso en brazos de Zak, quien intentó impedir que perdiera el equilibrio y la volvió a mirar con deseo.

      Ella se quedó sin aliento. No oyó el grito del ciclista, que se enfadó aunque no tenía derecho a circular por la acera. No oyó el ruido del tráfico. No notó el olor a salchichas y galletas saladas, tan típico de Nueva York.

      De repente, el mundo se había reducido al contacto de su cuerpo y a la confirmación de su principal temor: que, a pesar de las maquinaciones de su madre y de las reservas del propio Zak, que al principio no había querido contratarla, el cuento de hadas de su juventud había resultado ser real.

      Allí, en una sórdida esquina, acababa de descubrir que el hombre que la había besado años atrás mientras susurraba palabras cariñosas seguía vivo bajo su estoica fachada. Que el hombre con el que había estado a punto de perder la virginidad seguía siendo el hombre que anhelaba en secreto. Que ese hombre era la razón de que siguiera siendo virgen.

      Y entonces, comprendió que Zak lo sabía. Estaba en sus ojos, en la tensión de su cuerpo, en los dedos que acariciaron su piel desnuda, como examinando sus debilidades.

      Y se estremeció.

      En respuesta, él apartó la vista de sus ojos y la pasó por su cuerpo, lo cual permitió que notara el endurecimiento de sus pezones y la errática cadencia de su respiración.

      Violet no necesitaba ser muy lista para reconocer el cambio que experimentó un segundo después. Ya no la estaba admirando, sino analizando. Sopesaba lo sucedido para saber hasta dónde llegaba su poder sobre ella y si podía utilizarlo en su contra.

      Súbitamente, Zak emitió un sonido que pareció una mezcla de gruñido y suspiro de satisfacción, como un depredador que hubiera acorralado a su presa.

      Ese sonido fue todo lo que necesitaba Violet para salir de su estupor y redoblar sus esfuerzos por resistirse a las maquinaciones matrimoniales de su madre. Pero, sobre todo, fue todo lo que necesitaba para impedir que Zak confirmara definitivamente sus temores.

      Capítulo 2

      ZAKARY Montegova sabía que un momento de debilidad podía acabar con cualquier imperio. Y, cuando Violet

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